Norah Jones & Corinne Bailey Rae (2010) Hotel Palms. Las Vegas

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Lugar: Palms Casino Resort. Las Vegas.
Fecha: 22 agosto 2010
Asistencia: 3.000 personas
Artistas Invitados: Corinne Bailey Rae
Precio: 60,50 euros

«I need a beer, I need a beer, I need more beer, I need another more beer, I need to spend some money and I need to fuck». El barbas de dos metros y más de 300 libras de peso embutidas en cuero negro que está en la otra esquina de este canijo ascensor acaba de resumir lo que la gente viene a hacer a este lugar ante el jolgorio y las carcajadas de sus otros tres compinches. El elevator se hace aún más pequeño pues chocan sus manos, saltan y berrean, hasta que repentinamente estos hijos bastardos de los ZZ Top se percatan de la situación y se disculpan cortesmente como si nada hubiera pasado. Curioso sitio este.

Lujuria, gula, avaricia, pereza, envidia, soberbia y seguramente también ira confluyen en mitad de la nada, en este desierto de Mojave plagado de Joshua trees y que obsequia a sus pobladores con temperaturas de más de 105 grados farenheit de manera practicamente constante. Aquí se viene a gastar, a beber, a jugar, a lucir, a criticar, a aparentar, a desfilar, a posar, a f*llar, a desfogarse, a comparar, a disfrutar y, por qué no, también a sufrir. A disfrutar por la noche y a sufrir por la mañana. Aunque bueno, también sufren los que gustan de ir chapando un garito detrás de otro hasta que sale el sol, puesto que aquí la costumbre es que nada cierra. Y eso termina por doler.

Seres humanos procedentes de los puntos más diversos del globo terráqueo se dan cita en esta ciudad absurda, estúpida y precisamente por eso apasionante, en la que resulta sencillo perder la noción del tiempo, no tener ni idea de en que día de la semana vives y aprender a medir el tiempo según lo que pesa tu cartera o lo sucia que aparece tu Visa. Entre medias de todo este visceral frenesí están las familias con niños que contribuyen todavía más a pintar un cuadro sin pies ni cabeza, pero es que la gracia es que aquí cabe cualquiera.




Paletos de Wichita, gente epidérmica, borrachos, veteranos de guerra que piden limosna en sus sillas de ruedas, beautiful people, muchas bermudas y muchas chanclas, alguien que te saluda porque le gusta tu camiseta de Motorhead, niños correteando entre la fauna, mirones y paseantes… porque aquí el caso es pasearse arriba y abajo entre los hoteles, bebida en mano, esperando a que ocurra algo. Al principio muchas caras de ilusión, mucha energía, mucho torito salido de los toriles, pero a eso de las cuatro ya sólo los profesionales mantienen la dignidad y las calles son dominadas por los zombies.

Zombies que adquieren forma humana mayormente como chavalas que hace unas horas se han metido en vestidos apretados de los que nunca podrán salir y que apenas duran unos minutos sobre sus zapatos de tacón. La noche avanzó, nada de particular ocurrió salvo algún grito becerro en aquel momento ignorado y por el que ahora bien pagarían un puñado de dólares mientras caminan torpemente, doloridas, descalzas por la calle, intentando hacer ver que siguen quemando Las Vegas. Pero aquí sólo queman los que le dan duro al litro de mango con ron por 11 dólares la primera ronda y 9 las siguientes. Esto alimenta incluso, así podemos tirar.

Máquinas tragaperras, bebidas espirituosas, piscinas, spas, aires acondicionados, música callejera en vivo, clubs para adultos detrás de los grandes hoteles (más clubes que hoteles, basta con asomar un poquito el hocico), resacas, cervezas en tiendas 24 horas, espectáculos de luz y sonido de los Kiss, hamburguesas, souvenirs, Visas y Mastercards, fotos, tranvías, caminatas, acuarios con tiburones y peces sierra, spanglish, mucho ruido, principios de demencia, chicas en tu habitación en veinte minutos, vuelos en helicóptero y cualquier otra maldita cosa que a alguien se le ocurra hacer siempre y cuando los dólares vayan unos pasos por delante.






Suena en la radio del coche el disco en solitario del oriundo Brandon Flowers. Constantemente. Y si no en solitario, pues con los Killers. En todas partes suena también el Don’t Stop Believin’ de los Journey, que parece la canción del verano en diversos formatos, incluyendo un casino que a las tres de la mañana ha puesto a una banda de versiones de rock clásico a encender al personal. Lo logran, lo logran, y se monta una guapa con el Fight for your rights to party de Beasty Boys. En esta ciudad que nunca para, que nunca calla, que sangra por todos sus costados, la música está en todas partes. Desde los ruiditos enloquecedores de las tragaperras hasta Cher en el Caesar Palace.

Una oferta musical inabarcable, pues tomando como partida la tercera semana de agosto, por allí habían pasado, estaban pasando y pasarán Tom Jones, Cher, Garth Brooks, Billy Idol, The Cult, Brandon Flowers (claro), Melissa Etheridge, Megadeth, Slayer, Black Label Society, Cindy Lauper, y un porrón más. Eso sin contar los seis espectáculos diferentes que tiene el Circo del Sol en otros tantos hoteles. Nosotros nos quedamos con las ganas de coincidir con el espectáculo de monólogos de Bob Saget, aka Danny Tunner en Padres Forzosos, pues sin dudarlo habríamos acabado allí metidos como desquiciante manera de exorcizar demonios del pasado. Pero no pudo ser. La cosa es que entre decenas de anuncios de hot babes, apareció repentinamente como un rayo de luz esperanzador la foto de Norah Jones, con la fecha del día 22 de agosto de 2010 debajo. Oye, ¿qué día era hoy? No jodas. ¿Dónde?

Fue el clásico pinchazo en el estómago el que nos indicaba claramente que esa era nuestra decisión, que teníamos que asistir a ese concierto pasara lo que pasara. Norah nos ayudaría, ya en domingo por la tarde, a salir de la actitud de replicante en la que esta ciudad te mete y nos redimiría de todos nuestros más recientes pecados, cometidos sin duda en tiempo récord. Había otros planes y apenas contábamos con algo más de una hora para encontrar el hotel, probar fortuna en la taquilla y comer algo. Por una vez, simplemente porque así tenía que ser, el tráfico de Las Vegas fue benévolo con nosotros y, después, una asiática de estas de segunda generación estadounidense nos vendió bien la moto y nos colocó «las dos últimas entradas que quedan». Por supuesto, las más caras, pero ya no había vuelta atrás. Total, aquí estamos para gastar viruta.

El recinto resulta ser un teatro bien mono para unas 3.000 personas, con platea, graderíos y unos cuantos palcos. El nuestro, el más cercano al escenario por el lado izquierdo, con una camarera que se acerca para ofrecerte bebidas a 8 dólares el tercio de cerveza. Para cuando sale Corinne Bailey Rae al escenario constatamos lo que imaginábamos: esto suena como un cañón, con una limpieza, una luminosidad, una incandescencia que da por bien empleados los 75 dólares por cabeza que han costado los boletos. El público gringo no parece conocer demasiado a la británica, que es la guinda al pastel principal de la noche, y que se marca un concierto clásico de soul y jazz con retazos pop muy bien planteados. La Bailey termina convenciendo con su sencillo talento y con su hit Put the records on, pero el público está por la Jones, a pesar de lo cual, debe quedar dicho, aplaude agradecido.



Norah aparece al ratito con su guitarra al hombro y desgrana casi por completo su último disco, The Fall, de 2009. Reconozcamos que aunque estábamos al tanto de su deriva country, esperábamos un concierto con más protagonismo del piano y sus canciones antiguas, pero a cambio recibimos una clase magistral de elegancia, de sensibilidad y de ejecución sobre las tablas. Con su arenosa y sensual voz, aparte de dejar al personal con la boca abierta de principio a fin, se atrevió incluso a versionear a Willie Nelson y a dedicarle una canción a su perro, ésta ya sí al piano (Man of the hour, se llama).

Sobrecogedor el silencio entre canción y canción, en el que podía escucharse la electricidad de los instrumentos enchufados fluir a lo largo y ancho de todo el escenario, mezclada con la respiración de los músicos. El público, respetuoso pero dicharachero, rompió en más de una, de dos y de tres ocasiones este ambiente para gritarle a la chiquita lo mucho que la querían. Ella, timidilla al principio, terminó soltando algunas parrafadas y preguntando cuanta gente era de fuera de la ciudad y cuanta vivía allí. ¡Oh dios mío, contienda dividida, hay vida inteligente aquí, cómo lo consiguen!






Con un sonido simplemente perfecto, es ya momento para clásicos como Come away with me, Sunrise y, por supuesto, Don’t know why, siempre conmovedora por su delicada emotividad cogida con alfileres. Una canción atemporal ya. En este punto llega uno de los momentos más curiosos, pues Norah se despide, se va al camerino y da por cerrada la parte previa a los bises. Se ve que aquí en Europa damos por hecho que tiene que haber bis, pero no sucede lo mismo en los USA. El griterío es ensordecedor para reclamar alguna tónada más, como realmente asimilando que si no lo hacen, se habrá acabado la fiesta.

Por supuesto, los músicos salen de nuevo, lo cual provoca aullidos de júbilo entre la concurrencia, satisfecha por haber logrado su objetivo. Pero es que resulta que durante estos tres minutos de descanso, el auditorio se ha quedado medio vacío. De las 3.000 personas iniciales, se han marchado más de mil, fijo. Las luces permanecen encendidas durante las dos últimas canciones, con el respetable ya en pie en sus butacas, y con muchos asientos sin su legitimo ocupante. ¡Se han marchado! Acabada la primera hora y media se dan por satisfechos y se largan sin más, algo impensable en España, donde está claramente establecido que hay bis o se monta el pollo.

La propia Norah contribuye a la sensación de regalo de este tramo final, pues sale dicharachera y se tira unos minutos haciendo bromas sobre la necesidad de poner nombre a su banda de acompañamiento. Pide propuestas y alguien grita desde el mismísimo infierno «Metallicaaaaa!!», lo cual provoca la carcajada generalizada. La noche se cierra a modo de pachanga con ritmos country a todo trapo, palmas, gritos y aplausos recíprocos. Está claro que los artistas anglófonos están más cómodos cuando no tienen barrera idiomática que les separe del público. Salimos encandilados, al tiempo que pensando que estos americanos están locos y no se enteran de nada. O no, oye, que lo mismo somos nosotros, quien sabe.

Confieso que habitualmente uso a Norah para dar por finalizados esos días largos, de trabajo interminable, en los que llegas a casa pasadas las diez o las once de la noche. Si es invierno y en la calle hace frío, ya es ideal. En esas noches, no hay nada mejor que escuchar The long day is over, apagar todas las luces, ir a la cama, dar un beso a tu pareja que ya duerme y sentir como poco a poco te reconcilias con el mundo. Son las 23,30 horas del 22 de agosto de 2010 y conduciendo dirección norte por la Strip de Las Vegas no suena The Long day is over, suena Brandon Flowers otra puta vez, pero yo miro a mi acompañante y me siento igualmente en paz con el mundo entre luces de neón y gente que llega con sus maletas llenas de ganas de ponerse hasta las trancas. Dios os bendiga, podéis ir en paz. Nosotros vamos a echar unas tragaperras y luego ya veremos.

Otras crónicas, con fotos profesionales:
Metro Lyrics
Radio Alice

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11 thoughts on “Norah Jones & Corinne Bailey Rae (2010) Hotel Palms. Las Vegas

  1. Bueno, qué eficacia, si lo llego a saber pido una transferencia a mi cuenta corriente. ¡Menudo texto has eyaculado! Se nota que venías con ganas. Bienvenido.

    En los USA sólo he visto a Bruce, y si ese no hace bises lo mato, claro. Pero es cierto que en España hemos dado por sentado que vuelven a salir siempre, tanto, que a veces ni nos molestamos en reclamar su vuelta.

    (Los taquilleros deben ir a comisión, porque a mí también me colocaron "las últimas" cuando fui a ver una obra de teatro en Broadway, casualmente también las más caras. Gracias a eso, sé que Daniel Craig no es muy alto y que Hugh Jackman clarea un poco por detrás).

  2. Una entrada estupenda Galko, me encanta como nos cuentas tus peripecias y precepciones alli, es un sitio al que no he ido, y me gusto la descripcion… y mas lo del concierto! que experiencia eh?, me alegro por ti hombre, y por tu pareja, que bien que os lo hayais pasado tan bien.
    Un abrazo,
    Este Mar…

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