la maravillosa orquesta del alcohol wanda

La M.O.D.A. (2021) Wanda Metropolitano. Madrid

Crónicas
El estadio vaciado

Sabes cuando vas por la M40 y ves el cartel de la salida del Wanda Metropolitano. Sabes cuando aparcas, miras alrededor y todo el mundo está tomando algo. Pues habrá que tomarse algo. Los previos de los conciertos nos harán libres. Es un sábado de verano en la ciudad y hoy toca La Maravillosa Orquesta del Alcohol. Hoy toca La M.O.D.A. en el Wanda, hoy es un buen día. El momento crucial es ahora.

Y sabes cuando saludas a gente sin parar y ya no caben más sonrisas. Siempre caben. Somos imparables cuando vamos todos a una y hoy, el público variopinto de La M.O.D.A. va a una. Es ese tipo de ímpetu. Todos en el Fondo Sur del Wanda Metropolitano, con aforo máximo de 5.500 personas cuando en ese bullicioso rincón del mundo caben 16.000. Podría parecer que somos pocos, pero somos un porrón. Y hoy sí sabemos lo que queremos.

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Que el mundo está al revés no lo vamos a descubrir ahora nosotros. Pero aunque el escenario esta noche mire hacia el lado que supuestamente no es y tenga la pista a la espalda, es esta la manera de reconquistar cierta cordura. Como si el escenario está mirando a Sebastopol, la cuestión es que aquí estamos y estamos recuperando los viejos rituales concierto a concierto. Un día de concierto siempre es mejor.

Siempre impresiona el Wanda Metropolitano. Podría parecer, a priori, que la cosa no funcionaría del todo, pero aún confinados en el fondo, resulta que sí que tira la cosa. No importa que el estadio esté vaciado allá detrás, resulta que ni lo ves en cuanto sale la banda tocar. Sabes que estás en un sitio muy grande, pero sabes también que nosotros somos mucho más grandes. La M.O.D.A. y su gente tiene esa autenticidad confiante.

LAS FOTOS DE ESTA CRÓNICA SON DE ALFREDO RODRÍGUEZ

Sabes cuando, en pleno concierto, rodeado de gente, te toca la carita una ligera brisa de verano y de repente estás solo, conectado a la música. Y sabes cuando, en pleno concierto, a tu alrededor todo el mundo grita y canta pero no escuchas nada. También sabes cuando, en pleno concierto, le das un trago a una cerveza y asientes al ritmo. Es ese preciso instante el que vale lo que pagas por una entrada: por estar solo rodeado de gente.

Se detiene el giro rotatorio del planeta cuando sale la banda. Por ese momentín también pagas la entrada. Pagas por esa euforia fugaz que dura poquito pero no se te olvida. Te vicias y necesitas repetirla todas las veces posibles. Y suena ‘Miles Davis’ y ya estaría. Ya está. ‘La vuelta’ y ya estaría. ‘Una canción para no decir te quiero’ y ya está. El sonido es bueno, la gente te parece toda guapa y tenemos las canciones. Lo tenemos.

‘Los hijos de Johnny Cash’. ‘Vasos vacíos’. ’93 compases’. ‘Himno nacional’. Algarabía generalizada pero controlada. Llega un momento, eso sí, que ya no se puede estar sentado porque se va levantando todo dios progresivamente. El estadio vaciado rebosado por la España vaciada. Directos desde Burgos hasta la victoria clara y holgada. Los ‘Héroes del sábado’ somos todos.

Y sabes, porque lo sabes, cuando te vas alejando del Wanda por la explanada principal. Y te giras una última vez porque de alguna manera sigues allí dentro. Pero no te puedes quedar, así que agarras de la mano a tus gentes y te vas. Un día de concierto es un día especial. La forma de mirar al mundo de La M.O.D.A. es especial. Por la M40 regresamos a casa gritando que los locos son otros. Los locos son ellos. La vida es especial.

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