El verano que la música en vivo se apagó

Artículos

Periodistas musicales reflexionan sobre este año sin (apenas) conciertos

FOTOS: Ricardo Rubio

2020 nos ha pasado por encima. Tanto, que parece otra vida. Ya no queda casi nada de lo de antes y, lo que hay, ha cambiado. Quienes somos en octubre no es necesariamente quienes éramos en marzo. Tampoco hacemos lo mismo: las viejas rutinas se perdieron por el camino.

«Nadie está preparado para un giro de timón brusco, y este lo es. Brusco, largo y plagado de incertidumbres», nos cuenta la directora de Efe Eme, Arancha Moreno. Y aún más rotundo es Alfredo Rodríguez, jefazo de Musicazul: «Cuando empezamos a conocer el tema del maldito coronavirus no podíamos imaginar que este sería el peor año de nuestras vidas».

Este es el tono. Esta es la realidad. A todos los niveles, evidentemente, pero aquí hablamos de música. Hablamos de esos conciertos a los que íbamos semanalmente porque nos gusta, porque nos va la vida en ello. Por rutina también. A veces con menos ganas que otras. Alguna vez con ninguna maldita gana, eso pasa, que somos humanos. Pero ahora incluso echas de menos aquellas noches de cierta desidia laboral, que la hay.

Nos habla ahora Miguel Rivera, comandante de Rock Total: «2020 ha servido para darnos cuenta de lo vital que es para muchos, como quien escribe estas líneas, contar con ese ‘retiro espiritual’, amistoso y festivo que resulta un festival, uno, dos o los que quieras». Y lo mismo siente y resume certero Fernando Neira (El País, SER, Un disco al día): «Ha sido un verano, están siendo unos meses, de intensa nostalgia».

Y es que pensad que quienes nos dedicamos a esto, lo hacemos con todo. Vamos con todo. Es apasionante, pero también hay noches de agotamiento absoluto cuando terminas un texto. Pero sobre todo es apasionante, como para Javier Herrero, cronista musical de la Agencia EFE: «Nunca pensé que echaría tanto de menos los conciertos y los festivales tras la saturación a la que me veía abocado laboralmente cada verano. Pero sin ellos, esto ha sido menos verano».

Nos pasa a todos lo mismo. También a Nacho Serrano de ABC y He reunido a la banda: «No patearme con mis congéneres, sudar con ellos, surfearlos, cantar con ellos codo con codo sabiendo que todos vivimos ese momento especial de la misma manera, me ha generado una morriña que empieza a convertirse en un monazo de los chungos».

Porque resulta que los conciertos son casa. Son más que música: son libertad. Siempre lo he sentido así. Incluso los previos de los conciertos nos harán libres. ¿En qué otra situación puedes aullar junto a desconocidos sin cortarte un cacho? Los conciertos son, efectivamente, una orgía. Tito Lesende (Efe Eme o TVG) lo ve claro: «Este verano hemos tenido que poner filtros de seguridad, hemos tenido que racionalizar algo que debería ser instintivo, y queda tan frío como si pautásemos las caricias o los empujones durante un polvo«.

Foto de Ricardo Rubio

Somos libres mientras suenan las canciones. Porque mientras suenan, nada hay más importante. Es una conexión frontal y profundamente sensorial. No existe lo de fuera, como apunta Fernando Navarro de El País: «Ha sido muy extraño perder el contacto con los conciertos tal y como los conocíamos. Con esos festivales donde había un sentido de comunidad y evasión tremendos».

Estamos en otoño y aún brilla el sol. Esa es necesariamente una buena señal. Pero nadie sabe. En febrero vi a Editors y a Inhaler y el año se venía esplendoroso. Espantoso también por la cantidad de citas importantes que cuadrar con responsabilidades paternas, horarios y, bueno, la vida. Pero sobre todo esplendoroso. Y no ha ocurrido absolutamente nada de eso. Bueno, vi a Los Punsetes en Moby Dick en mayo y a Loquillo en julio en el WiZink Center: actos heroicos de los organizadores y los músicos ambos.

Tampoco sabemos si va a ocurrir algo pronto, más allá de los loables intentos que se hacen por purita necesidad de hacer un algo al menos. De sentirse vivos. De no permitir que la música se apague, porque cuando la música se apaga cuesta mucho encontrar el interruptor de encendido de nuevo. No se puede apagar. No lo podemos permitir. Cuando la música se apaga, no queda nada.

Y ahora empieza lo bueno, ahora es cuando hablan todos los mencionados:

ARANCHA MORENO

Nadie está preparado para un giro de timón brusco, y este lo es. Brusco, largo y plagado de incertidumbres. He estado en algunos eventos cerrados, como en el Café Berlín, presentando una masterclass que dio Diego el Cigala ante un aforo reducido, y también al aire libre, viendo a 091 en el CoolFestival de Almería. En ambos escenarios la situación estuvo muy controlada, con distancia de seguridad, mascarillas y gel.

Pero el panorama es desolador, porque hasta defendiendo una cultura segura la gente prefiere quedarse en casa, supongo que por miedo. Admiro a todos los que se han lanzado a la carretera a pesar de las circunstancias, como ha hecho Coque Malla con la ‘Gira Imposible’ que se ha marcado este verano. Y me preocupan aquellos que no han podido hacerlo, o lo han hecho y han perdido dinero, o no saben cuándo volverán a tocar.

También pienso en la gente de las salas, de esos refugios como Galileo, que están a la deriva, sin saber muy bien cuándo podrán volver a abrir. Me duele, porque esta industria tiene demasiadas batallas a cuestas, y esta es cruenta e injusta. ¿Que si tengo ganas de volver a más conciertos? Claro. Y no solo porque escribir sobre ellos sea una parte importante de mi trabajo, o por temor a que todo esto esto le pase una factura excesiva al gremio y a tanta gente querida; es que la música en directo me ha regalado algunos de los mejores momentos de mi vida. Y cada vez tengo más claro que solo quiero perder el tiempo con lo que me hace feliz.

«El panorama es desolador»

Arancha Moreno

ALFREDO RODRÍGUEZ

Cuando empezamos a conocer el tema del maldito coronavirus no podíamos imaginar que este sería el peor año de nuestras vidas. Por lo menos de la mía, vaya. ¡Se fue todo a la mierda! Conciertos, festivales, ¡la vida! No tenemos nada, nuestra existencia ha cambiado en todos los sentidos, sin música todo es oscuro y confuso. Más de media vida yendo a las salas de conciertos, a sentir el calor de los focos, el sudor de la gente, el pitido en los oídos cuando sales de Siroco, Moby Dick, El Sol, Wurlitzer Ballroom, Caracol, La Riviera…

Y los festivales, esos lugares inhóspitos donde te cobran por una cerveza o refresco lo que les viene en gana, pero que necesitamos más que respirar. Esos puntos de encuentro con amigos, familiares y conocidos cada verano desde hace casi un cuarto de siglo. Mi primer festival fue FestiMad, ese maravilloso lugar donde nunca volveremos. Desde entonces han sido centenares de eventos con mejor o peor cartel pero con una única premisa: la música en directo.

Un verano sin festivales sería como un partido de fútbol sin balón, como una cerveza sin espuma, como un refresco sin hielo, como un polvo sin correrse. ¡Una puta mierda! Ahora vamos con mascarillas, no podemos estar cerca los unos de los otros, nos echamos gel desinfectante en las manos, no podemos saltar y disfrutar. Y no podemos besarnos ni abrazarnos. Nos quedan los conciertos sentados, pero eso no me sirve. Quiero ir a conciertos y festivales, sentir la música. Esperamos ansiosos una vacuna, porque sino estaremos (más) jodidos.

«¡Se fue todo a la mierda!»

Alfredo Rodríguez

JAVIER HERRERO

Ha sido un verano en blanco en cuanto a festivales, aunque sí he podido ir a algún concierto de «la nueva normalidad». De los primeros puedo decir que nunca pensé que los echaría tanto de menos tras la saturación a la que me veía abocado laboralmente cada verano. Sin ellos, esto ha sido menos verano. Los segundos, aunque fueran algo parecido a un espejismo por la reducción de aforo (y por tanto de ambiente), han sido al menos una metadona agradable que me ha provisto de las necesarias sacudidas de graves en la cara, de agudos eléctricos en los oídos y de fogonazos de luz en medio de la oscuridad.

«Ha sido menos verano»

Javier Herrero

FERNANDO NEIRA

Ha sido un verano, están siendo unos meses, de intensa nostalgia. No se trata de dramatizar, porque los verdaderos y absolutos damnificados son los músicos y los trabajadores del sector que se ven maniatados y con unas mermas abismales en sus ingresos, pero no puedo evitar una cierta sensación de amputación. Quienes, por trabajo, afición, devoción o todo a la vez asistíamos a más de un centenar de conciertos al año sentimos que una parte de nuestra vida se encuentra desdibujada. Y es difícil, por precaución y estado de ánimo (personal y, seguramente, colectivo), disfrutar igual que antes de las escasas ocasiones en que he asistido a espectáculos en vivo desde que nuestras vidas cambiaron a principios de marzo.

Me alegré mucho de asistir en agosto tanto al Ribeira Sacra junto a los cañones del Sil como al Flamenco on Fire de Pamplona; los dos ejemplarmente organizados, con una minuciosidad pasmosa para que se guardasen las distancias y la experiencia fuese lo más disfrutable. Pero han sido episodios fugaces. Ojalá pronto la ciencia nos dé motivos para olvidarnos de toda esta porquería. Ojalá.

«Ha sido un verano, están siendo unos meses, de inmensa nostalgia»

Fernando Neira

FERNANDO NAVARRO

Ha sido muy extraño perder el contacto con los conciertos tal y como los conocíamos. Con esos festivales donde había un sentido de comunidad y evasión tremendos. Parece que no pasaba nada porque un verano no estuviesen, pero resulta que a la larga he notado que faltaban, que echaba de menos esa libertad representada en la música en vivo. Fui a conciertos en ciclos de verano en Cantabria, Madrid y Valencia, y disfruté mucho (especialmente en Novedades Carminha en el Tomavistas Extra), pero reconozco que me gustaría regresar a la normalidad de antes. Ya no solo por la fiesta del directo en todo su esplendor sino también por esa sensación de libertad única. Mientras tanto, eso sí, toca apoyar con todos nuestros medios y nuestra responsabilidad a la música en directo. A todas las iniciativas que salgan. La música no puede dejar de sonar.

«Echo de menos esa libertad representada en la música en vivo»

Fernando Navarro

NACHO SERRANO

Curiosamente, he vivido este verano con cierto alivio. No tener que cubrir macro-festivales ha sido una gozada. No sé, creo que tiene que ver con mi alergia a los supermercados. Cuando hago la compra en uno muy grande me invade una sensación de angustia, una sensación atávica de cazador-recolector fracasado. En los macro-festis me pasa lo mismo. Todo está tan masticado y “escaparateado” que no siento ninguna excitación deambulando por sus dominios. Salvo contadísimas excepciones, como el Azkena, donde sí detecto cierta fraternidad que me hace sentir mejor.

Otra cosa son los conciertos de toda la vida, los festivales de pequeño formato, y sobre todo los bolillos en salas. No patearme con mis congéneres, sudar con ellos, surfearlos, cantar con ellos codo con codo sabiendo que todos vivimos ese momento especial de la misma manera, me ha generado una morriña que empieza a convertirse en un monazo de los chungos.

En mi caso he podido capear el temporal aceptando bajadas de pasta, declive de revistas que antes te llamaban más a menudo, currando a destajo cual “rider» del periodismo. Sin buenas perspectivas, en resumen, pero rezando a Hendrix por la gente de mi gremio que lo está pasando mal de verdad. Que además de ese horrible síndrome de abstinencia está asistiendo a la muerte de su oficio. Ánimo compañeros y compañeras, volveremos a liarlas bien pardas todos juntos bajo el escenario. Y si no, nos veremos en el campo.

«Me ha generado una morriña que empieza a convertirse en un monazo de los chungos»

Nacho Serrano

TITO LESENDE

Los conciertos son la manifestación primaria, directa y genuina de la música. A fin de cuentas, las grabaciones de audio apenas llevan con nosotros un siglo y medio, y resignarnos solamente a escuchar discos sería lo mismo que renunciar a la voz para quedarnos con el eco. Tanto si hablamos de eventos de gran producción como si se trata de una persona cantando sobre un cajón de pescado, no hay nada tan inmediato como lo que ocurre en un escenario.

Este año, la mayoría de los eventos se han cancelado; sobre todo, los más grandes. Otros han podido celebrarse, pero de un modo menos espontáneo, porque hemos tenido que poner filtros de seguridad, hemos tenido que racionalizar algo que debería ser instintivo, y queda tan frío como si pautásemos las caricias o los empujones durante un polvo. Ojalá de aquí salgamos con un respeto mayor por el arte y el oficio del escenario.

Con el contexto pandémico, mis expectativas de ver conciertos y festivales este año se frustraron casi por completo. Sí pude ir a algunos eventos y me satisface decir que los protocolos de seguridad, en general, se cumplieron de una manera escrupulosa. En ninguna otra actividad me he sentido tan seguro este año como yendo a un concierto. Además, la escasez de música en directo estimula la sensibilidad. Ahora, cuando voy a un concierto, tengo la lágrima fácil.

Los agentes escénicos con los que he hablado estas semanas comienzan a contemplar la posibilidad de otro año sin grandes eventos. Como espectador, me conformaría si me dijesen que habrá vacuna a disposición de la gente en 2021. Pero no sé si la industria del espectáculo podrá aguantar mucho más. Los grandes eventos, en especial, han de planificarse con mucho margen y con esta incertidumbre no hay quien trabaje.

«No sé si la industria del espectáculo podrá aguantar mucho más»

Tito Lesende

MIGUEL RIVERA

Es claro y más en mi caso que la vida, sin música, no es vida. Aunque la misma ha seguido sonando, especialmente “enlatada” en estos meses, el infortunio de una pandemia, con la que nadie contaba ha venido a decir hasta aquí”. Al menos para la música en directo o, cuanto menos, como la conocíamos, como otras tantas cosas.

Si mal no recuerdo, creo que llevo como dos décadas asistiendo a festivales cada verano. España es uno de los epicentros de la música en vivo en los meses estivales, asomando festivales de todo tipo, grandilocuentes y de marcas gigantescas de la escena internacional como otros más pequeños. 2020 ha servido para darnos cuenta de lo vital que es para muchos, como quien escribe estas líneas, contar con ese “retiro espiritual”, amistoso y festivo que resulta un festival, uno, dos o los que quieras. Quién iba a decirnos a comienzos de año que en octubre contaríamos por cero los festivales celebrados en España y en el mundo en general.

El coronavirus borró de un plumazo todo símbolo de la escena musical en grandes recintos al aire libre, porque el virus es todo lo contrario a lo que estábamos acostumbrados: fiesta, intensidad, socializar, abrazarnos, besarnos, querernos, brindar y, ante todo, disfrutar con nuestros amigos y gente.

Todo lo que ha ocurrido este verano ha sido con el freno de mano puesto, con el miedo ciertamente interiorizado, con las regla de las tres “A” y el repique cual campana de iglesia en el telediario recordando la situación, esa que se muestra cada vez que salimos por la puerta a modo de mascarillas y geles. En ese contexto, todo sentido de un festival se pierde, y los promotores, algunos apurando hasta el límite, han entendido como nosotros, que tocaba resignarse en espera de tiempos mejores. ¿El cuándo? No lo sabemos, porque la incertidumbre y el momento hacen que no seamos demasiado optimistas ante lo que nos viene.

Esperamos que la música, festivalera, la que reúne a miles de personas en eventos al aire libre agarrados y disfrutando, pueda volver en 2021. Mientras, la resignación no ha impedido que algunos grandes “locos” hayan apostado por la #culturasegura, realizando eventos completamente controlados, en cuanto a aforo y medidas de seguridad, con los que al menos, se ha dado oportunidad a unos cientos de personas de volver a disfrutar de la música en vivo, aunque fuera con un formato atípico.

Mi verano se cuenta, en cuanto a música en vivo, escaso. Cuento con los dedos de una mano mis “apariciones” en conciertos. Al igual que apoyo el que se hayan realizado, porque es mejor eso que nada, personalmente ese disfrute que entendía y aunque pretenda concebirlo en este contexto, se me hacía muy complicado, dando prioridad como nunca antes al streaming audiovisual, al que la cuarentena me relegó.

La música es música, pero un evento y más en verano, a mi entender es poder disfrutar con tus amigos o pareja de ese concierto juntos, poder quedar y verte con otra gente, compañeros del gremio o ese amigo con el que hace tiempo no compartes. Acercarte a una barra, saltar, gritar y, en definitiva, desinhibirte por unas horas. El virus ha querido que todo eso se aparcara en para escuchar la música sentado, con mascarilla, a golpe de clic y de beber con petición de QR, donde el silencio y el brazo en alto a lo máximo, se convertían en protagonistas en la distancia. No he conseguido salir de ninguna actuación con sensación de concierto, un pequeño “terraceo” de agradecer sin duda, porque menos es nada, pero añorando y esperando tiempos mejores para todo y todos. ​

Si la música es vida, los festivales son verano, el mío disfrutado a medio gas y con mucho más silencio del que cabía esperar e imaginar hace tan solo unos meses.

«La incertidumbre y el momento hacen que no seamos demasiado optimistas ante lo que viene»

Miguel Rivera
Foto de Ricardo Rubio
Comparte

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *