El Columpio Asesino (2013) Joy Eslava. Madrid

Lugar: Sala Joy Eslava. Madrid
Fecha: 18 enero 2013
Asistencia: 1.000 personas
Artistas Invitados: –
Precio: 18 euros (+ gastos)
Músicos: Álvaro Arizaleta, Raúl Arizaleta, Iñigo «Sable» Sola, Cristina Martínez, Daniel Ulecia

Súbete a mi tren azul. No tengas miedo. Chirría pero gira. Te expones a cierto riesgo, eso nadie te lo podrá negar nunca, pero el accidente inminente azarosamente esquivable tiene su morbo. Eso sí, en una sala tan hasta la bandera las posibilidades de que te toque la china se reducen exponencialmente. Porque la sala madrileña Joy Eslava lucía el viernes 18 de enero de 2013 un calentón considerable, con público en todas sus plantas, vomitorios, aseos y barras.

Arranca la velada con ese chute politoxicómano de potencia incontrolada que es ‘Ye ye ye’. Desde ese punto todo son brazos dislocados, ojos cerrados, caderas meneonas, zapatillas quemadas, mentes dominadas por ritmos tan lisérgicos como pervertidos, como en la mejor sesión electrónica del dj de éxito de turno. Es la rave del indie pop en la que ellas quieren bailar y ellos quieren, por lo menos, que les dejen mirar.

‘Your man is dead’ suena a pepinaco noise postpunk, ruidista de una manera conductista que obliga sin querer al público al autocastigo más variopinto, cada uno con las sustancias que prefiera. Llega después el subidote maquinero de ‘On the floor’, seguido acto seguido de la dolorosa ‘Dime que nunca lo has pensado’.

Alguien de la familia de Mercadeo Pop, convenientemente enajenado, vive su particular epifanía y afirma categóricamente que al no tener un líder vocalista en el centro del escenario, El Columpio Asesino juega al despiste con un falso 9. La táctica funciona fuera como fuese gracias a una colección de ritmos sofocantes, subyugadores, drogatas, asfixiantes, con una batería machacona, un bajo zumbón y dos Telecaster incisivas y sangrantes.

Porque, efectivamente, hasta las vigas y los muros de carga de la sala supuran líquido elemento como única manera de evitar la autodestrucción. Pero oye, hay lugar también para la emotividad bien entendida con ‘MGMT’ y unos focos azules que enfocan a la bola de discoteca del techo y crean de manera gratuita un bonito efecto reflectante que a Coldplay le costaba miles de euros cada noche en su reciente gira plagada de lucecitas.

El dolor navajero regresa con ‘Corazón anguloso’ y ‘Diamantes’, dos letras brillantes sobre el sufrimiento vital, rematadas con la aún más angustiosa ‘Perlas’, conformando así un tridente que reivindica la capacidad evocadora de la banda navarra más allá de esa música capaz de hacer trotar a tu corazón, incontrolable en una caja torácica que irremediablemente se queda canija, sufrida, reducida a jirones.

La noche se parte en dos con ‘Toro’, ese ‘Born to Run’ del indie pop según el mismo brillante individuo que reflexiona sobre falsos nueves y que mejor no se dedique al periodismo musical, pues en evidencia nos dejaría a los que rebosamos pose y aparentamos criterio por lo general infructuosamente.

Con un himno de tal calibre el concierto de alguna manera finaliza para cierta parte del respetable, aunque todavía queda por delante un derroche rítmico, ahora ya sí definitivamente turbador, que haría de Harry Callahan una máquina de matar aún más eficaz que Luis Bárcenas, el ex tesorero del PP, blanqueando kilos de dinero al norte de los Pirineos.

Porque el mundo no se acabó en diciembre como pretendían los Mayas, pero en realidad eso puede suceder cualquier día, y lo más aconsejable es que nos pille bailando intoxicados. Y con ‘The End’ de The Doors el personal abandona ordenadamente la Joy y se arroja a unas horas estúpidas, irrecuperables, entregadas a la autodestrucción, la improvisación, el ridículo, las emociones exaltadas, los afortunados encuentros fortuitos, los besitos. Pero niños, no hagáis esto sin la supervisión de un adulto convenientemente envenenado. Todo saldrá bien, yo te empujo despacito.