Bunbury (2012) La Riviera. Madrid

Sin categoría

Lugar: Sala La Riviera. Madrid
Fecha: 1 febrero 2012
Asistencia: 2.000 personas
Artistas Invitados:
Precio: 38,50 euros
Músicos: Enrique Ortiz de Landázuri (voz y guitarras), Álvaro Suite (guitarras), Roberto Castellanos (bajo), Jorge ‘Rebe’ Rebenaque (hammond, teclados y acordeón), Ramón Gacías (batería) y Jordi Mena (guitarras)

Setlist: El Mar, El Cielo y Tu, Llévame, Mi Sueño Prohibido, El Solitario, La Señorita Hermafrodita, El Extranjero, Ódiame, Los Habitantes, El Anzuelo, No Me Llames Cariño, Ánimas Que no Amanezca (con Alfa), Sácame de Aquí, Que Tengas Suertecita, El Día de Mi Suerte, De todo el Mundo, Si, El Hombre Delgado que No Fralqueará Jamás
Bis: Irremediablemente Cotidiano, Cosas Olvidadas, Infinito, Nunca se convence del todo a nadie de nada, …Y al Final

[Fotos de Patricia Cano, de Music News Television]



Sobrado a la par que sinceramente agradecido. Así se presentó Bunbury ante su entregado público madrileño, que no cesó de corearle incluso desde antes de que se apagaran las luces en la primera de sus cuatro noches madrileñas en la sala La Riviera. Despechado, abandonado, apaleado, melancólico, desdichado, pero con toneladas de rock en el pecho. Jugón porque, ¿quién licenciaría a un boxeador en la lona?

Es el álbum Licenciado Cantinas el motivo de la actual gira, un disco de versiones del cancionero popular canallesco latinoamericano que no hace sino expandir salvajemente el abanico estilístico del aragonés, siempre empeñado en que se note que hace lo que le viene en gana. Fue la de anoche una velada de rock, claro, mucho, pues nadie puede a estar alturas dudar de la filiación de Bunbury, más aún en directo, pero también con toques de blues, tango, bolero, tex-mex, rancheras, chacareras, vals criollo… incluso retazos de salsa aderezados por un notable trabajo de percusión.

Los primeros minutos de la noche transcurrieron con temas de justamente su último trabajo como El Mar, El Cielo y Tu, Llévame, Mi Sueño Prohibido y El Solitario. De menos a más, un inicio lógico en el que los músicos van cogiendo calor en sus músculos y que termina de explotar en una Señorita Hermafrodita más blues que nunca. Tan blues que tiene una guitarra que suena en plan Personal Jesus de Depeche Mode. Porque al final siempre el cruce de caminos está en el blues, mires hacia donde mires y te pongas donde te pongas.

Con El Extranjero La Riviera al fin se convierte en la olla a presión que todo seguidor de Bunbury sabe más que de sobra que son sus conciertos, y el líder de la noche se pone estupendo, aún más, con un brazo acá, un gesto mordaz, un dedito señalando al techo, una pose imposible, siempre tratando de romperse las caderas como un Elvis de Tijuana el sábado en la noche. Todo calculado ante el espejo en cualquier caso, y arropado maravillosamente por una banda de la solvencia de Los Santos Inocentes, que lo hace todo más fácil.

Ódiame, Los Habitantes, El Anzuelo, No Me Llames Cariño… y uno descubre que esta noche se ha reunido gente de todas las edades que quiere cantar pero también otra que lo disfruta sencillamente bailando y coreando “Enriiiiiqueeeee” entre canción y canción. En Ánimas, Que No Amanezca sale a cantar Alfa, ese muchacho antes en Buenas Noches Rose, antes en Le Punk, y la cosa les queda bonita en este tema que es como una persecución de Benny Hill rodada por Sam Peckimpah.

Con Sácame de Aquí los asistentes por fin tienen su dosis de escarmiento emocional. Porque a Bunbury siempre le gustó regocijarse con historias personales pero que son de todos. Historias que se escriben en noches en vela, en callejones, en hoteles sin alma, en solitarias barras de bar plagadas de perdedores. O en las interminables y áridas carreteras secundarias americanas o en las cantinas mexicanas donde el tequila corre a cuenta del último que entra por la puerta. La cuestión es tratar de parchear un corazón perdedor, sangrante e inevitablemente perdido para siempre. Historias de amor profundo, verdadero, demente y eterno, pero sin final feliz.

Porque mientras ahí fuera el mundo se poligoniza y los chonis atacan por todos los puntos cardinales, las canciones de Enrique hacen las veces de necesario refugio. Y es que el mundo es, a grandes rasgos, un lugar incómodo y en estos tiempos inciertos es todo un lujo que exista gente talentosa que arriesga y hace las cosas porque le apetece y porque cree en ellas. Se agradece siempre el riesgo de un artista que podría apoltronarse, pero que persiste en su empecinamiento de buscar el camino menos fácil. Se echó en falta, eso sí, el traje rosa que luce en la película de 25 minutos que sirve de complemento a Licenciado Cantinas, pero habrá que conformarse con esa chaqueta negra con llamaradas absolutamente mágica.

Como a estas alturas ya está claro que lo que más nos une no son las redes sociales, sino el sufrimiento, el penar, los malos momentos, el mismo dolor, es turno para Que Tengas Suertecita, El Día de Mi Suerte y De Todo el Mundo. Momentos intensos en los que el público canta para sanarse, para expulsar el dolor, para acallar voces dolorosas, malas consejeras, destructoras. A más de uno le sangra la nariz pero no, no es por malos hábitos drogodependientesm, es de corazón roto. Hay sangre en la música y eso es lo que pone a Bunbury en el pedestal en el que sus seguidores le tienen.

Con una copa de ron en una mano y un chupito de tequila en la otra, las 2.000 personas congregadas en La Riviera en la primera de las cuatro noches programadas brindan alzando sus licores y con la mirada perdida, recitando versos de desdichas sin solución, de perdedores, de arrepentidos, de personajes que toman sus decisiones con toda la honestidad posible a pesar de sus terribles consecuencias. De gente que quiere alegrar a la gente, pero que tiene una capacidad innata para asustar y enfadar a quienes tiene alrededor, siempre al límite, nunca en la tibieza. Al final la cuestión es brindar, eso siempre se nos da bien.

Y parece que van a salir ZZ Top a escena, pero en realidad es la despedida antes de los bises del Hombre Delgado que no Flaqueará Jamás, toda una declaración de principios que, como siempre, más de uno siente propia, pues la baza de la apropiación de los sentimientos universales sabe jugarla muy bien Bunbury. Baza a la que sigue apostando con Irremediablemente Cotidiano, Cosas Olvidadas (que sería algo así como Carlos Gardel jugando a la ruleta rusa en un tugurio cualquiera de algún lugar entre El Paso y Santiago de Chile) e Infinito, canción con la que constatar que todo el mundo siempre tiene algo demasiado hondo, que siempre duele, que no viene de ahora, que no se va a marchar tampoco. Inútilmente puedes pedir lo contrario.

Y es inútil porque Nunca se convence a nadie del todo de nada, a pesar de que el cantante, el intérprete, se marque un discurso en el que se notan las ganas de hablar más y más y nunca callarse: “Gracias por venir, pues hoy es miércoles, algunos no cobraron porque no les pagaron, otros están en paro… ganó Rajoy… peores circunstancias no pueden ser”. Tal planteamiento no podía evitar la clásica respuesta de “¡Enrique presidente!”, algo que el aragonés tiene claro y desprecia con sorna: “Esto me lo tomo como un insulto personal. ¡No se lo deseen ni a su peor enemigo!”

Pero es que la cosa no queda ahí, y antes de que la música ponga freno, las palabras siguen siendo protagonistas: “Cuidado con atacarnos los unos a los otros y olvidar donde está el verdadero enemigo. Nuestro enemigo no es el ni el PP ni el PSOE, son mindundis con alguien más arriba que nos está jodiendo la vida. Y no me dedico sólo a cantar porque estamos en un momento en el que todos tenemos que decir lo que queramos”.

Envalentonado, empujado por el típico público capaz de aplaudir cualquier cosa, aunque en esta ocasión parece sincero, todavía hay tiempo para un arreón más: “Y un cantante puede decir lo que se le pase por los huevos, igual que un electricista o ustedes cuando se emborrachan por las noches”. Vítores y caras contrariadas porque, efectivamente, Nunca se convence a nadie del todo de nada.

…Y al final tus brazos serán cuerdas bailando este vals, con un Enrique empeñadísimo en presentar una y otra vez a los miembros de su eficaz banda. Los que pueden abrazarse a alguien aprovechan la excusa, los que no, lo sufren mientras se menean levemente y piensan en quien sabe qué. Se despide Enrique con un “¡hasta siempre!” irreal, pues más de uno o doscientos van a volver el viernes, el sábado y/o el domingo. Porque para estas cuatro noches de intensidad brutal en La Riviera también tendrían que haber vendido abonos. Abonos anti crisis para corazones rotos.




Crónica publicada también en Rolling Stone.


Comparte
Tagged

6 thoughts on “Bunbury (2012) La Riviera. Madrid

  1. Por lo que vi el viernes: excelente sonido e iluminación (poco habitual en La Riviera, evidentemente viene con el artista), potente interpretación de banda y frontman, repertorio solo correcto.

    Pero con momentazos, todo hay que decirlo, como ese De todo el mundo que escucho ahora mismo en mi tocadiscos y que no sé por qué me perturba tanto. Las canciones de Licenciado cantinas, en general, más llevaderas en directo que en disco. El hombre delgado… mejorada con su nueva melodía, y sí, La señorita hermafrodita cómicamente Personal Jesus. No lo llames plagio, llámalo inspiración.

  2. Tengo que decir que aparte del día 1, fecha la crónica, repetí el viernes y la diferencia cualitativa la puso el público, más ruidoso y entregado al desenfreno que el miércoles. Por lo demás, igual de sobresaliente todo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *