Bruce Springsteen & The E Street Band: ¡Albricias!

Críticas Discos

Ponemos sus canciones en nuestras fiestas, nuestros casamientos, nuestros decesos. Les hacemos parte de nuestras vidas, una constante inalterable. No les afecta el paso del tiempo ni a ellos ni a nosotros porque compartimos los códigos. Somos aquellos.

Buscamos en nuestros ídolos la inmortalidad por encima de sus posibilidades como solución a nuestra propia mierda. Pero pasa como con Robert de Niro en ‘El irlandés’: que la escena esa de la paliza al frutero ya no puede ser salvo que pongas de tu parte.

Te lo quieres creer porque lo necesitas para vivir con al menos un par de certezas fuleras. Esta y alguna otra. De manera que crees que Bruce y tú tenéis edades indeterminadas, atemporales. Crees que se va a sacar de la manga un nuevo clásico a la altura de lo que tú crees que es y entonces llegas a 2020 y…

…y en 2020 todo está jodidamente mal. Estamos todos gilipollas perdidos por culpa de otros. Y llega Bruce y se marca un nuevo clásico. A ver, se marca un disco que, bueno, a ver, es imposible que sea ‘Born to Run’ (1975), ‘Darkness on the edge of town’ (1978) o ‘The river’ (1980).

Es imposible, pero engaña. Lo parece. Con truco, por supuesto. Pues las tres que más nos camelan a todos, sin tener que mirar los créditos, son las que tenía Bruce guardadas desde justo aquella época, desde hace casi 50 años (son de incluso de antes de su primer disco, concretamente). Y las saca ahora.

Me planteo esto: ¿es lícito vender como nuevo un álbum con canciones de hace 45 años? Quicir, aquí nadie miente, todo está claro. Por todos es sabido que las ideas aparecen, se guardan, se retoman, se trabajan cuando procede. Y muchas ni salen.

Pero hablamos de casi medio siglo. Es un mágico truco de trilero. Porque Bruce tuvo una década de inspiración sobrenatural que llegó hasta mitad de los ochenta. De manera que, si quisiera publicar cosas nuevas, podría hacerlo sin ponerles fecha y nos tendría enganchados hasta el final de nuestros días. Literal.

Me llama la atención esa idea del disco como resumen de un tiempo concreto y particular de un artista. Eso es lo que nos dijeron que era un disco. Que luego no es tan así, pues hay trillones de canciones recuperadas con los años. Bien. Si me parece bien. Son suyas. Es justo.

Pero cuando canta tanto la diferencia entre las tres guardadas y las nuevas composiciones ya sí que me replanteo la movida. Y al mismo tiempo pienso en todos esos grupos que llegan con su decena de canciones y no hay más, porque aún talentosos, es que no hay más.

No son el torrente que fue Bruce y que le llevó a la jodida cumbre. Como él hay muy pocos. Y que en 2020, con 71 años, rescate tres joyas perdidísimas, las junte con otras nueve nuevas y la cosa cobre sentido: esa es la historia. Y no os voy a decir cuales son. Para qué.

Es una alegría, pues sí. Qué más da cuando surgiera la idea. La cosa es que está aquí ahora. No es la primera vez que Bruce hace justo esto, ya ha pasado en otros discos con la banda, menos cacareados por no ser de regreso. La excusa da igual: se hizo. Y, joder, qué bien viene tener a esta pandilla reunida ahora.

No voy a escudriñar, no quiero. Pero empezar con ese ‘One minute you’re here’ y luego ya no estabas, es encantador. El pasado nos persigue. Los que se fueron en cualquier momento seremos nosotros. Hace un segundo estábamos aquí y luego ya somos canción.

MIS CONCIERTOS DE BRUCE

Ese es el puente con todo lo anterior. Con la autobiografía, con el musical de Broadway y con el disco en solitario ‘Western stars’. Nos sentimos seguros como los pequeñines que solo quieren reconocer su voz de siempre.

Pero lo que queríamos, aparte de a papá, era a toda la puta banda. Joder, y está. Albricias. Salvación. Redención. Con Bruce cantándose a sí mismo, a todos nosotros, en una carta sin remitente. No es de lo mejor de este disco ni de lejos, pero es casa.

El sentimiento general me parece notable. ‘Burnin train’ es noventera, ‘Last man standing’ es muy Bruce del siglo XXI. ‘Rainmaker’ es un poco ladrillaco, ojo eh, pero está bien resuelta. No sé, a mí me pillaron muy en mi vida ‘The Rising’ (2001) y ‘Magic’ (2007).

De manera que siento este disco como una continuación a aquello. No lo siento tanto con ‘Working on a dream’ (2009) y ‘Wrecking ball’ (2012), ni tampoco con ‘High hopes’ (2014). Por lo que sea, en mi fuero interno me salto esto y retrocedo hasta ‘Magic’ al escuchar ‘Letter to you’.

‘Last man standing’ me lleva justo a ese rollito ‘Magic’ que me mola tanto. ‘The power of a prayer’ me parece una preciosidad porque Roy Bittan nos lleva al Nueva York de los setenta con un fraseo de lo más sencillo.

Funciona todo asi. Es nostalgia. Pues claro. Es autorreferencia. Pues claro. ‘House of the thousand guitars’ es un intento notable pero inconcluso de los buenos tiempos: hay incluso referencia al saturday night, tan prolífico en la inspiración del rock festivo.

‘Ghosts’, para mí, lo tiene. Como fan irredento de ‘Radio nowhere’, me reconozco en esta canción. Puede no ser lo más tocho de la vida, pero tiene los ingredientes para que vuelta a explotar el Santiago Bernabéu.

Eso sí lo necesito. Por cuarta vez consecutiva. Tras la de 2008, la de 2012 y la 2016, ya llegamos tarde. Hemos perdido la frecuencia y esto es preocupante. Me jode. Me perturba. Me toca los cojones para mal esta espera terrible e incierta para volver a vivir uno de los mejores días de mi vida.

Dicho todo lo cual, ya que da todo dicho. Me voy a hacer una camiseta que solo ponga ¡Albricias! Qué ilusión tan tonta verte en 2020 ante un disco de Bruce Springsteen & The E Street Band que supera tus expectativas. Que eran pocas por inercia.

Igual ni me he explicado medio bien, me da igual. Que estoy contento. Que lo nuevo es notable y lo que tiene truco es excelso. Es una pequeña gran alegría la creación, sea de cuando sea. La creación es atemporal, cojones, que hay que decirlo todo.

Si yo ahora estoy, a las 20:01 del sábado 24 de octubre, pidiendo que me arropen después de todo un día largo de vermús, cañas y copas mientras suena ‘Janye needs a shooter’, pues me arropáis. Y cómo suena la batería de Max Weinberg, más dura aún que la de su hijo y mira que está en Slipknot. Eso no se aprende, eso se tiene.

Comparte
Tagged

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *