black crowes madrid

The Black Crowes (2022) WiZink Center. Madrid

Crónicas
Cría cuervos y te sacarán rocanrol del pecho

Son las 22:35 horas del martes 18 de octubre de 2022 y en algún lugar del mundo hay 10.000 personas sin remedio. Ese lugar es el WiZink Center de Madrid, donde se han congregado para asistir a un concierto de los Black Crowes en busca de algún tipo de reparación. «Can I have some remedy?» cantan al unísono agitando los brazos, mirando hacia lo alto. Bien podría ser algún tipo de ritual santero con sacrificio de cuervos incluido, pero son en realidad fieles parroquianos del viejo rocanrol de antaño. Y sí, salen enmendados, aliviados de cualquier tipo de daño, ajenos al paso del tiempo.

Están donde están, pero podrían estar en cualquier lugar. En los MTV Video Music Awards de 1992, por qué no, donde los Black Crowes actuaron junto a Guns n’ Roses, Nirvana, Pearl Jam o Red Hot Chili Peppers (y U2 vía satélite). En la cima de su popularidad tras vender cinco millones de copias de su disco de debut, aquella velada clavaron por televisión un ‘Remedy’ que ya entonces sonaba atemporal en plena eclosión grunge. Solo han pasado treinta años y aquí estamos, en un lugar que por entonces nunca hubiéramos podido imaginar, celebrando que tres décadas después aquí seguimos meneándonos al ritmo de aquel ‘Shake your money maker’ de 1990.

Porque esa es la excusa de esta gira, consecuencia de la tercera reunión de la formación comandada por el vocalista Chris Robinson y el guitarrista Rich Robinson. Hermanos enfadicas que se dejan de hablar años pero se reconcilian in extremis para, efectivamente, agitar la máquina de hacer dinero. Una gira, por cierto y como todos sabemos, prevista inicialmente para 2020 bajo la consigna de que «cuando la música es buena, está viva». Eso fue al menos lo que me aseguró Chris en febrero de aquel año en una entrevista telefónica en la que estuvo simpatiquísimo para dar a conocer la buena nueva de la reconciliación fraternal en honor de los viejos buenos tiempos.

Todas las fotos son de Ricardo Rubio

Luego llegó la pandemia y todo se fue a la mierda. Nos pusimos a prueba. Pero aquí estamos, dos años después de lo previsto, cantando todos juntos un ‘Remedy’ sanador como colofón a 110 minutos de celebración del mejor rock sureño, que había arrancado a las 21:00 en punto con dos severos picotazos: ‘Twice as hard’ y ‘Jealous again’. Los dos primeros cortes de ‘Shake your money maker’, que esta noche en Madrid, como en el resto de las noches, los Black Crowes tocan en orden y en su totalidad sobre un escenario austero decorado como bar de carretera, con su luminosa jukebox sonando y quien sabe si sus etílicas peleas con taburetes volando (lo primero lo vimos, lo segundo lo imaginamos).

Con el volumen al 11, por momentos parece calculado para un estadio abierto y no para un pabellón cerrado. ¡Pero qué orgía de rock es esta! Pues la nuestra. Y la lidera Chris Robinson, una estrella de rock de las de antes, personificación concreta en su danzar de aquella canción de Maroon 5, la de ‘Moves like Jagger’. Con su reconocible y potente voz, curtida ya a los 55 años, encantado de tener ante sí a 10.000 fans en el concierto más multitudinario de toda la gira europea (es verdad que Madrid es así, ciudad criminal cuando hay que matar). A su lado, su hermano, Rich, lanzando riffs con sobriedad, dejando que sea el cantante quien atraiga todas las miradas, algo que ocurre con naturalidad dado su magnetismo inherente.

Ellos comandan y, junto a ellos, el único miembro con historia en la banda es el bajista Sven Pipien, en su puesto en varios períodos desde 1997. El resto, incluyendo dos chicas coristas, todos caras nuevas pero igualmente solventes y eficaces compañeros de viaje por esas interminables carreteras estadounidenses y esas noches espirituosamente salvajes que evocan todas estas canciones. A varias velocidades. Las lentas (‘Sister luck’, ‘Seeing things’ o la coreadísima ‘She talks to angels’) y las rápidas (‘Could I’ve been so blind’, la bailadísima versión de ‘Hard to handle’ Otis Redding, ‘Thick n’ thin’, ‘Struttin’ blues’) y el punto intermedio como colofón del álbum que es ‘Stare it cold’.

Sonido potentorro y portentoso, no sin ciertos problemas precisamente por eso y por un molesto crepitar que se repitió más veces de las deseables. Pero la noche es un tren sin frenos y, una vez tocado al completo el disco protagonista, queda tiempo aún para ‘No speak no slave’, una versión de ‘Papa was a rollin’ stone’, ‘Wiser time’, ‘Thorn in my pride’, el profundo aguijonazo guitarrero de ‘Sting me’ y, efectivamente, ‘Remedy’. Todo muy noventero, pues la canción más nueva de las interpretadas por la banda data nada más y nada menos que de 1994 y, a la vez, todo muy fuera de cualquier ubicación en el espacio-tiempo. Milagros de la atemporalidad.

Pero no se marchen todavía, que aún hay más. ¿Alguien quiere más, una más? Los Black Crowes quieren una más y, mira que tienen canciones, pero la traca final es con ‘Rocks off’ de los Rolling Stones, la banda a la que sonaban en sus inicios antes de ser conscientes de que como ellos sonaban (no es una mala coincidencia esa). Madrid tuvo que esperar 23 años, una tercera gira de reunión y una pandemia, pero al fin tuvo su noche para comprobar que, contra todo pronóstico y como bien dice Javier Herrero, los hermanos Robinson y sus compinches son más fénix que cuervos y todavía saben sacarnos rocanrol del pecho.

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