‘Springsteen & I’: el fanatismo amable y perturbado(r)

Crónicas

‘Springsteen & I’: el fanatismo amable y perturbado(r)

Lugar: Cines Kinépolis. Madrid
Fecha: 22 de julio de 2013
Asistencia: Pues 300 personas fácil
Precio: 9,90 euros nada menos
Artistas Invitados:
Músicos: Bruce Frederick Joseph Springsteen Zirilli (voz, guitarras y armónica), Garry Tallent (bajista), Max Weimberg (baterista), Roy Bittan (piano y sintetizador), Steve van Zandt (guitarras, mandolina y coros), Nils Lofgren (guitarras y coros), Soozie Tyrell (violín y coros), Charles Giordano (teclados y órgano), Jake Clemons (saxo)…

Bueno, a ver, para mi Bruce es el rock veraz que nos libera del miedo a vivir. Son más de las tres palabras con las que los que aparecen en ‘Springsteen & I’ se ven obligados a definirle, utilizando las siempre socorridas «pasión, amor, libertad, conexión, gluteous maximous» y demás. No es que yo sea más complejo que todos ellos, es sencillamente que como no aparezco en el documental, no me veo en la frustrante necesidad de seguir sus reglas.

La cuestión es que este lunes 22 de julio se ha proyectado en cines de todo el mundo ‘Springsteen & I’, ese proyecto por y para fanáticos que ha sido capaz de inundar Kinépolis de camisetas de Bruce un sofocante lunes por la tarde, y que ha provocado en la Sala 3 un silencio sepulcral y reverencial mientras los presentes (la sala más llena que yo personalmente haya visto en meses, con las manos arriba atracados todos por los 9,90 euros de los boletos) constataban que en realidad eran bastante normales comparados con los amigos que desde la pantalla nos contaban su intensa relación con el rockero de New Jersey.

Y esto lo afirma un tipo, yo, que hace menos de dos semanas estaba paseando por la playa de Asbury Park, que se fotografió en la puerta del Stone Pony y que posó todo lo dignamente que pudo en la esquina entre la E Street y la 10th Avenue de Belmar (de nuevo New Jersey, claro), lugares de peregrinación necesaria para los que alguna vez se hayan sentido vivos, los que hayan llorado y sonreído al mismo tiempo durante un concierto de Springsteen, incapaces de descifrar qué demonios les estaba pasando por la cabeza en ese momento. Y esto lo dice un tipo que busca en Bruce respuestas a los desaguisados que gobiernan su vida personal diaria, que se apoya en su música para superar los reiterados malos momentos y para celebrar los aún más reiterados memorables instantes. Pero yo nunca asaltaría su casa en mitad de la noche. O sí, ah, eso quien lo sabe.

‘Springsteen & I’ no pasa de ser un documental fanatizado, en el que gente enloquecida cuenta cómo Bruce es el inquietante centro de sus vidas. Con esta premisa, las risas son inevitables, y con eso me quedo porque me ha parecido entrañable y divertido, muy divertido: el tipo disfrazado de Elvis Presley que consigue subir a escena a cantar y que incluso pone en un brete a la E Street Band al pasar sin previo aviso de ‘All Shook Up’ a ‘Blue Suede Shoes’ (la banda responde, por supuesto), o el colega al que deja su novia el día del concierto, hace una pancarta, y termina siendo abrazado por Bruce en el escenario. «A mi me dejaron muchas veces y se estarán arrepintiendo, seguro», bromea entre risas antes de darle la clave final al muchacho: «Todo saldrá bien, ya lo verás». Teniendo en cuenta el nivel de credibilidad de Springsteen, hasta el del último asiento de la grada más alta asintió confiado apoyando al desgraciado.

Son los testimonios los que dan cuerpo y engrandecen a esta propuesta, desde el tipo maduro que termina llorando mientras conduce su vehículo al tratar de explicar lo que siente al escuchar a Springsteen, hasta la que confiesa que sufrió un orgasmo salvaje ante la multitud a mediados de los setenta, pasando por la que danesa madura que asegura que ella y Bruce son amigos desde 1985, aunque él no lo sabe (pero ojo, porque al final de la película resulta que logra abrazarle y uno se plantea abiertamente que quizás algo de razón sí que tenía).

Luego está también el tipo ese de Manchester cuya misión es poner cordura a este asunto. Ese que afirma que los conciertos de tres horas y media son sin duda demasiado largos y que son una putada para los que tienen que coger el último bus a casa o al hotel. Ese que asegura que su principal preocupación es cómo racionar la comida. Ese al que al final el propio Bruce cuenta cómo le reconoce desde el bar de su hotel en Copenhague, y termina saliendo a buscarle para invitarle a una copa junto a su mujer, que es la fanática que le lleva por media Europa de recital en recital. Esa parte es muy graciosa, es muy humana, es muy terrenal, es la leche. «Oh, ese es el tipo que odia los conciertos!», piensa Bruce para sí mismo, según él mismo revela, desde el citado bar antes de salir a por el colega, para explicarle que, de hecho, estará en el documental. Tan impactado quedó el rockero con su testimonio, que acaban abrazados compartiendo tragos.

Y más y más, porque esa es la «sal de la tierra», como otra chavala define a Bruce. Esa es la sal de esta propuesta, porque es imposible no flipar con el relato de otro británico que fue a NYC a ver a Bruce en el año 2000 y que se alojó en el Hotel Pennsylvania, justo al otro lado de la calle del Madison Square Garden (conozco bien ese antro, lo recomendaré siempre, acabo también de dormir allí siete noches). Ese guiri que tenía entradas en el último anfiteatro y a quien un tipo que trabaja para Bruce le cambió sus boletos por otros de primera fila, práctica conocida y habitual de Springsteen, pero que nunca el que escribe había escuchado de tan primera mano. «Terminé pagando tres copas de champán a 7 dólares cada una para mi mujer de pura felicidad, aunque estaba sin trabajo». Esa es la liberación del miedo a vivir, justo esa.

También es muy reseñable, a la par que mucho más conocida, la historia de Springsteen tocando en 1988 en las calles de Copenhage con un músico callejero que, tal y como revela en este documental, vivió aquel día inesperadamente sus 15 minutos de gloria. Protagonista sin duda de la enésima anécdota que muestra a una estrella de rock que pertenece a la clase trabajadora no ya por sus similitudes en la cuenta corriente, sino por la actitud vital con la que afronta su día a día. Porque esto ocurrió realmente y podría ocurrir mañana mismo, ¿o acaso no hemos visto las imágenes de Bruce paseando por el centro de Roma hace unos días ante la incredulidad de propios y extraños?


Las historias se suceden y son tan entregadas que provocan risa floja entre la concurrencia en el Kinépolis. Sobre todo cuando aparecen esos que muestran toda su colección de memorabilia y camisetas de Bruce, esos que fanatizan sin piedad a sus hijos asegurando que en su coche SOLO suena Springsteen, a pesar de que sus tres críos tal vez no merezcan dicha cerrazón. Entrañable también es la pareja que se declara de clase obrera, que nunca ha podido ver a Bruce y que se marca un delicioso a la par que avergonzante baile en la cocina de su casa al ritmo de ‘Radio nowhere’. Y un recuerdo en este punto a la interpretación emotiva de ‘Blood brothers’, con lágrimas apelotonadas en los ojos de Bruce y los miembros de la E Street Band en su ‘Reunion Tour’. Porque esta es una historia real.

Esta enumeración podría seguir durante toda la noche, pero para evitar el estancamiento, comentemos que tras los créditos finales hay media hora en pantalla cinematográfica del concierto del Hard Rock Calling en Londres del verano de 2012. Aprovecho este instante de lúcida reflexión para avisar a los que siempre dicen que lo bueno del directo es que no se puede piratear, pues en realidad no podrían estar más equivocados. Comprobando cómo se ve a la E Street Band con estas dimensiones y cómo se escucha el huracán sónico que provocan, es cuestión de tiempo que un amplio porcentaje del gentío prefiera ir al cine a ver un resumen apoltronado comiendo palomitas, que empapándose en cerveza y empujándose con sus iguales. Cuestión de tiempo, lo profetizo sin fisuras.

Y a modo de epílogo final, imágenes de Springsteen conociendo en Conephague este verano a algunos de los participantes en el montaje final del documental. Porque Bruce ha supervisado el proyecto, de manera que ha elegido a los que finalmente aparecen, y también tenía ganas de conocer a algunos. Es ahí cuando conoce al tipo que se queja de las tres horas y media entre carcajadas, y es ahí donde se abraza a la danesa madurita que era su amiga desde 1985 sin él saberlo. Y es ahí donde regala una pulsera al muchacho que casualmente trabaja en el estadio cuidando el cesped, que cuenta cómo vivió su primer concierto de Bruce con nueve años en ese mismo lugar. Todo muy intenso, todo muy real, todo muy vitalista. Todo porque cualquiera que haya visto a Bruce y se haya dejado llevar sabe que esto se queda corto. Pasión, conexión, hermandad y gluteous maximous para una conclusión inapelable final: dejad que los niños se acerquen a Bruce. Y los no tan niños, que se alejen un poquito si eso, ordenadamente, por favor.

Dicho esto voy a proceder a publicar mi momento ‘Springsteen & I’, ese instante que pasa tan rápido que resulta imposible de asimilar, pero que al mismo tiempo te insufla una vitalidad asquerosamente insultante. Ese instante de apenas un puñado de segundos a partir del cual crees que puedes con todo, sabes que puedes con todo, constatas que puedes con todo, te tiemblan las canillas, te palpita locamente el corazón, se te pelean las costillas, te chirrían las inconexas piezas dentales. Porque lo bueno es que Springsteen es de estos acosadores potenciales que aparecen en la peli, pero también es de los que estamos en un perfil medio y de los que son capaces de pensar en otras cosas durante el devenir de sus propias vidas. ‘Bruce es’, y esa es la reflexión final para que cada uno le dé la forma que buenamente pueda.


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5 thoughts on “‘Springsteen & I’: el fanatismo amable y perturbado(r)

  1. Durante dos horas sintiéndome como Deivid (el que odia a Bruce). Dos horas de documental por acompañar al Anónimo de arriba! Dos!

    Fuera bromas. Desde la perspectiva de un no-fan, el documental me pareció muy entretenido y con momentos descojonantemente buenos.

    Fdo: un futuro fan.

  2. Algo así como ver un documental sobre la santificación de un Papa. Suerte que soy un creyente en este caso.

    Los fans hicieron su parte, son los cineastas los que no le han sacado todo el jugo. Devoción sin fisuras y adoctrinamiento: ¿dónde están los claroscuros del fanatismo?

    Y ni un atisbo del Universo Pit de los conciertos: las colas, los pases de lista, las carreras…

    Aún queda un documental sobre el tema.

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