Serrat y Sabina (2020) WiZink Center. Madrid

Crónicas
Serrat y Sabina en Madrid. FOTO: @ricardorubiooficial

Sabina y Serrat en Madrid: Tres horas de canciones para reírse del paso del tiempo

«Una vez le preguntaron a Keith Richards si seguían saliendo de gira por dinero y él respondió con otra pregunta: ¿Y qué pasa con las chicas y la cerveza?» Sirva este chascarrillo lanzado por Joaquín Sabina (Úbeda, Jaén, 1949) en el WiZink Center en la noche de este lunes para resumir la actitud reinante en el escenario del pabellón madrileño.

Una celebración de la vida a través de un cancionero atemporal que sobrevivirá a sus dos creadores y las 12.000 personas congregadas para la ocasión. Una demostración de que la edad es, más allá de achaques insolentes y limitaciones físicas inevitables, un estado mental.

«El otro día una periodista muy sonriente dijo en televisión que un anciano de 64 años había muerto al ser atropellado. ¡Hace falta ser hija de puta!», lanzó a su vez Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) en otro punto de la velada, en el enésimo diálogo humorístico que entablan entre canción y canción los dos protagonistas de esta gira conjunta, la tercera que hacen, llamada justo por eso ‘No hay dos sin tres’.

Exaltación de la amistad y del canallismo, cachondeo frente al inquietante paso del tiempo. Pullas constantes intercambiadas entre este par de dos pájaros que provocan hilaridad entre el gentío, siempre presto para una buena carcajada. Más aún si son Serrat y Sabina los que están ahí actuando como un matrimonio cansado de verse después de tantos años, pero que a pesar de todo se necesita.

De la vejez y de la muerte hay que reírse más, en definitiva. Más que nada porque uno… uno nunca sabe. De manera que vivir con esa incógnita constante sobrevolando, aunque en el caso de Serrat y Sabina sumen ya 145 años, no parece lo más saludable. Es mejor cachondearse del destino cruel (si bien es cierto que al principio el espectáculo no terminaba de arrancar y parecía más El Club de la Comedia, pero arrancó).

Claro que ellos tienen ventaja sobre el resto pues, de alguna manera, hace tiempo que alcanzaron ya cierto tipo de inmortalidad. Porque a los dos, carismáticos -y divertidos, como bien pudo comprobarse- contadores de historias universales, eficaces ilusionistas de la palabra, les trascienden sus canciones, indudablemente parte de la memoria colectiva compartida por todos durante el último medio siglo.


Algo que se potencia, además, cuando las comparten juntos ante un público que habita en ellas, haciendo buena esa máxima de que el todo es mucho más que la suma de las partes. Porque las canciones que salen desde el escenario, cobran vida propia a través de la gente. Como a través de esa sexagenaria que está a mi lado y que no para de invadir mi espacio vital mientras se contonea, aplaude y eleva los brazos. A ella sí que le están meneando por dentro y por fuera y así tiene que ser.

Porque una canción se convierte en eterna cuando el oyente la hace suya y la incorpora a su vida. Y no importa de qué vaya exactamente la letra, pues la magia nace en el preciso instante en el que el receptor del mensaje le da su propia interpretación. Es así cuando la identificación se completa y la vida de uno mismo se incorpora a la de la canción para el resto de los días. No es que la canción de turno habite en nosotros, es que nosotros habitamos en ella.

Y hubo muchos posibles alojamientos para escoger en el calorcito del WiZink mientras fuera la ciudad se congelaba. De Serrat o de Sabina, da igual. ‘No hago otra cosa que pensar en ti’, ‘Lo niego todo’, ‘Una canción para la Magdalena’, ’19 días y 500 noches’, ‘Tu nombre me sabe a yerba’, ‘Nanas de la cebolla’, ‘Peces de ciudad’, ‘Princesa’ (rockerísima al mejor estilo de la E Street Band si me apuras), ‘Cantares’, ‘Lucía’, ‘Mediterráneo’, ‘La del pirata cojo’ (ambos disfrazados de piratones), ‘Yo me bajo en Atocha’, ‘Señora’, ‘Y sin embargo’, ‘Hoy puede ser un gran día’, ‘Noche de boda’, ‘Y nos dieron las diez’…


Este ‘hotel dulce hotel’ sí que tiene un porrón de habitaciones para escoger en función de lo que cada cual necesite en cada momento. Pero no acaba aquí la cosa, pues tras la despedida de mentirijilla, hay tiempo aún para un triple bis ‘Contigo’, ‘Paraules d’amor’ (cantada por ambos en catalán, no sin que Serrat se riera de las dotes para ello de Sabina) y el festejo de ‘Pastillas para no soñar’.

El lunes pesa mogollón ya a todos menos a los que hacen bromas con su edad, que esta noche están rejuvenecidos. Así que a pesar de que parte del público sale literalmente corriendo hacia la salida pensando que esto se ha acabado, aún queda un segundo bis para enfilar las tres horas de duración con ‘Aquellas pequeñas cosas’ y ‘Fiesta’ y las luces del pabellón totalmente encendidas. Como cuando se acaban las buenas fiestas, en definitiva.

No deja de ser divertido contemplar a tanta gente en las escaleras, en los vomitorios y ya casi en las puertas, con los abrigos y las bufandas, pasándolo bien pero sufriendo a la vez. Son casi las once y media de la noche y la semana muy larga y muy fría. Pero aún así se resisten a abandonar el barco hasta que a la tercera va la definitiva y se van de verdad. ‘No hay dos sin tres’ se llama la gira, de manera que así tenía que ser el desenlace. Menudo atracón de canciones que sobrevivirán a sus autores y a todas las vidas de quienes en ellas habitan. Canciones para todas las vidas.

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