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Roger Waters (2023) WiZink Center. Madrid

Crónicas
La colosal epifanía final de Roger Waters en el WiZink Center

Es diciembre de 1987. Cumplo nueve años. Estoy viendo, por enésima vez, ‘The wall’. La peli, la de Alan Parker. Es altamente probable que de fondo suene el ‘Joshua Tree‘ de U2. Pero, aunque parezca improbable, no hago caso porque estoy embelesado con Bob Geldof y esas animaciones antibelicistas, apocalípticas, antifascistas. Si fuera capaz de mirar por la ventana, vería un Carabanchel no precisamente idílico, igualmente en guerra a su manera. Pero no existe la calle mientras estás dentro del universo Pink Floyd. En esa edad en la que todo te atraviesa yo estoy en otro planeta. Son las ventajas de tener algún hermano lo suficientemente mayor para enseñarte las cosas que el resto de los niños del cole ni imaginan. Eso nos marca de por vida. Eso nos congrega aquí esta noche.

Es marzo de 2023. Estoy en ninguna parte entre los 44 y los 45 años. Estoy viendo, por tercera vez, a Roger Waters. Al que fuera líder de Pink Floyd en los años dorados, en la etapa clásica. Desde 1965 hasta 1985. Es altamente probable que esté pensando de alguna manera en U2, porque los irlandeses lo aprendieron todo del creador de este tipo de rock de estadio colosal, con mensaje político y social. De hecho, lo pienso constantemente. Pero, aunque parezca improbable, no hago caso porque estoy embelesado recordando todas las malditas veces que alucinaba con Bob Geldof y todas esas animaciones antibelicistas, apocalípticas, antifascistas que ahora me tiran a la cara en una de esas pantallas mastodónticas de los grandes conciertos. Con una definición de imagen que ríete tú del VHS en el que comenzó todo. Y ocurre, asimismo y de alguna manera, que ahora Bob Geldof soy yo perdido en la inabarcable grada del WiZink Center mientras Roger Waters nos ametralla con su gabardina de nazi.

Las fotos son de RICARDO RUBIO.
NO HA CAMBIADO NADA

Hemos cambiado tanto y no hemos cambiado nada. Esta butaca es, varias décadas después, el salón de mi casa. En Carabanchel ya no vivimos el apocalipsis yonki, pero fuera de las fronteras del barrio, diríase que el mundo, proporcionalmente, no ha mejorado tanto. Y eso es precisamente lo que en su día denunciaba Pink Floyd, y eso es lo que a día de hoy sigue denunciando persistente e incansablemente el custodio de su legado: Roger Waters. Porque con la banda finiquitada desde hace ya tiempo, el músico británico de, atención, 79 años, lleva una buena concatenación de años apabullando a su paso con giras encadenadas que son éxito de taquilla, de público y, lo más complicado de todo: de la cínica crítica.

Pues bien, tras pasar por Madrid en 2011 con la gira ‘The Wall’, después en 2018 con ‘Us+Them’, ahora regresa el icono del rock en 2023 con su «primera gira de despedida». Ante todo, sentido del humor e ironía. Y, ante todo, franqueza porque, si no te gusta Roger Waters, te puedes ir a tomar por culo al bar. No lo digo yo, lo dice el mismísimo cuando justo antes de empezar el concierto te lo deja bien clarito. Porque en las pantallas mega gigantes pone: «si eres de los que te gustan Pink Floyd pero te molestan mis opiniones políticas, vete al bar y que te jodan«. Qué bien queda un buen fuck en cinemascope siempre. Pequeñas licencias poéticas que se puede permitir alguien como él, creador de Pink Floyd y azote de conciencias a diestra y siniestra, casi diríase que por decidida objeción del concepto de equidistancia. Sin titubeos de ni contigo ni sin ti: o conmigo o contra mí.

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Tan beligerante en lo suyo es que empieza la velada con ‘Confortably Numb’ pero quitándole los solos de guitarra. Teniendo en cuenta que son los mejores de la historia del rock, estamos ante un posicionamiento mayúsculo. Un desafío totalmente caradura ante las más de 15.000 personas que abarrotan el WiZink Center en la primera de las dos noches llenas en la capital del reino. Hace falta valor, desde luego, pero es que de eso este va sobrado.

‘The happiest days of our lives’ da paso a la parte central de ‘Another brick on the wall‘ que, como es de esperar, provoca un estallido imposible de controlar. Niños triturados. Carne para la picadora, que diría La Polla Records en castellano. El salto desde este lugar hasta donde estuviera cada cual casi cuarenta años atrás cierra un círculo temporal que da sentido a todo lo demás. A veces uno no sabe por qué está en un determinado lugar, pero esta noche todo está tan claro que asombra. En tiempos de fake news -tendrán su momento en las pantallazas con otro luminoso fuck off! que podéis ver a continuación-, la certeza de tanta verdad sobresalta.

ROGER WATERS ES RICHARD WAGNER

Es Richard Wagner con el volumen al once. Con valkirias. El fin del mundo tal y como lo conocimos. Una película de animación musicada en vivo, ambientada en un mundo donde no quieres vivir porque estás molesto. Por eso hay truenos, relámpagos, edificios en ruinas y cerdos volando a la luz de la luna. Nos están ya matando con drones en la distancia. El crimen está institucionalizado, según el país en mayor o menor grado.

Enumeración de los presidentes de Estados Unidos como criminales de guerra, desde Biden hasta Reagan. Y Putin. Los asesinados en Palestina, el otro gran muro de la desvergüenza del que nadie se acuerda porque no divide en dos una gran ciudad europea. ‘The Wall’ sigue precisamente por esto cruelmente vigente y jamás va a dejar de estarlo mientras la solución a nuestras mierdas sea poner ladrillo sobre ladrillo.

No es que se haya prodigado muchísimo con los años Roger Waters fuera de Pink Floyd discográficamente, pero tiene su presencia esta noche. ‘The powers that be’, ‘The bravery of being out of range’ o ‘The bar’. Le encanta la idea del bar. Que nos vayamos a discutir al bar en lugar de matarnos. Es algo con lo que estoy de acuerdo, pues mantengo recurrentemente discusiones quizás demasiado agresivas con mis amigos en los bares. Pero luego resulta que nos queremos.

Un visionario, por tanto. ‘Have a cigar’ mola pero, anda que no mola más ‘Wish you were here’. Se suceden imágenes en las pantallas, inapelables, pero yo me guardo al cantante de espaldas frente al fondo norte del palacio de los deportes precisamente en esta. Sí que es bonita esta, un poco más que ‘Shine on you crazy diamond’, que es otro tesoro. Y el despiporre de ‘Sheep’ con la oveja volando y la bandaza desatada creando un muro (otro) de sonido rock y tejido muscular impenetrable. Una fortaleza.

TO MOLÓN DE HUGO BOSS

No se considerará ópera, pero es ópera. Por eso hay descanso y largas colas en las barras y los baños. Nueve de cada diez médicos dudosamente titulados y claramente en nuestro bando desaconsejan meterse este espectáculo mayúsculo entre pecho y espalda a palo seco. Que a ellos se la suda, pero es por ti. Porque reaparece Roger con su ropa de nazi, to molón a lo Hugo Boss, metralleta en mano, gafas de aviador, disparando al aire y gritando con esa ira con la que solo él sabe. Es ‘In the flesh’, preludio de una favoritísima como es ‘Run like hell’, en este caso con la alegoría de los cerdos volando y un mensaje bien claro: Fuck the poor.

El apetito por la destrucción es tan voraz como tú te quieras dejar y como el rock de estadio en sí mismo, a su manera parecido al apetito de los drones asesinos, reivindicación de Julian Assange mediante. Canta con un pañuelo palestino y defiende los derechos de Palestina con la misma vehemencia que los del pueblo yemení, de los indígenas, los derechos reproductivos, de los trans. Los derechos humanos, en definitiva. Fuck the patriarcado ilumina también, justo antes de cagarse en el poder del maldito dinero en, efectivamente, ‘Money‘.

El sonido es envolvente y, más allá de esa declaración de intenciones, nítido y potente. El discurso audiovisual es cualquier cosa menos condescendiente y equidistante. De otra manera, no sería. A alguien que, como a mí, me impresionó tanto ‘El muro’, el disco y la peli, me sorprende comprobar no ya la consabida vigencia, sino la profunda latencia. Pasan los años, denuncias parecidas, las imágenes pueden ser perfectamente las mismas. Mejor será que brindemos en el bar, donde estamos a salvo de lo que pasa allá afuera, siguiendo el relato: ‘Brain damege’ o toda la épica de ‘Eclipse’ con los colores del aclamado ‘Dark side of the moon‘, que justo ahora cumple medio siglo de nada. Es todo tan icónico que apabulla. Te aplasta y te empuja, finalmente, fuera del muro. Desde donde todo se ve inesperadamente diferente.

No se ve bucólico ni nada de eso. Nada lo es. El mundo sigue siendo hostil, cuando éramos niños y ahora que jugamos a ser lo que nos dijeron que son los mayores. Yo regreso a casa en el metro subiendo a Instagram y Twitter y eso algún vídeo que he hecho y rápidamente la respuesta es emocionada y emocionante. La música es algo importante, pienso. La música tiene conciencia, está viva, no es una inteligencia artificial a la que hacerle preguntas absurdas por las risas. Estoy seguro de que la música tiene todas las respuestas siempre.

A ver quien es el guapo que se duerme ahora, esta noche de jueves en la ciudad en la que lo que apetece es empalmar viendo por enésima vez ‘The Wall’. La peli, la de Alan Parker. ya sabes. Me dormí con el mando de la tele en la mano, con una sonrisa de medio lado. Soñando que habían tocado el solo de ‘Confortably Numb’ que suena en mi cabeza incesantemente. Porque Roger Waters puede obviarlo y decidir que no se toque, pero en mi cabeza, como en la tuya, sonará para siempre. Constantemente. A este lado del muro, que puede que sea a la vez dentro y fuera, pero a su vez tan mío como tuyo.

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