nunatak san isidro

Nunatak (2021) Matadero. Madrid

Crónicas
El tiempo de los valientes

Lo que cuesta levantar un concierto desde la nada. A las cuatro de la tarde. A pleno sol, muy calentón contra el asfalto madrileño. Con el personal aplastado contra las sillas, mascarilla mediante. Plomo o plata. Seguir en casa como si ya diera igual o escapar con Nunatak.

En el Matadero hemos vivido todos días de la música loquísimos. De aquellos que no cabíamos ni uno más. De cuando todo daba tan igual que no procede ni contarlo. Pero ahora, ya ves, nos miramos de reojo a lo lejos ocultando media cara con la mascarilla y la otra media con las gafas de sol. Pero permanecemos.

Somos los mismos en esencia. Y Nunatak es el vehículo necesario. Los murcianos se clavan 400 kilómetros o los que sean para ejercer como vehículo. Porque sin banda no hay redención. No hay escapatoria posible. Nacimos para correr: cumpliendo los pasos, del sofá a la silla de plástico. Lo que cuesta esta lentitud cuando sabes que puedes adelantar a la liebre.

No deja de resultar jocoso, por tanto, que arranquen Nunatak con ‘A miles de kilómetros’, cuyo estribillo aúlla «siento el calor». Es la canción perfecta para los trescientos que estamos ahí (las invitaciones aparecían como agotadas, pero resultó que no, entre unas cosas y otras, una pena). Nos definen la determinación por comer kilómetros y aguantar el calor. Nos define la intención de estar donde estamos. Sin intención, no hay nada. Ese impulso a su manera kamikaze de romper el cielo por descalabro.

‘Hijo de la tierra’ es una suerte de soul de la huerta murciana y ocurre cierto tipo de milagro. Por lo que sea, el gentío aplaude marcando el ritmo de la estrofa inicial. Ahí está. Ese es el instante que le da sentido a todo. Nadie pierde el ritmo, no hay ni una palma díscola. Es en ese instante cuando Nunatak empieza a levantar de la nada un concierto imposible.

Porque hace calor. Mucho. No están todas las butacas llenas. Ya da igual de quien sea la culpa. Pero hay una melodía y una sucesión de acordes que generan la reacción necesaria. Y como si estuviera todo pensado, que igual lo está solo un poco, tocan ‘Creeme’: una joya del repertorio de Nunatak.

Tienen esa pomposidad en los coros los murcianos. Infalible. Siempre responde el gentío. Pero hoy les está costando un porrón. Aún así, aquí y allá se alzan brazos y manitas. Es, literalmente, una batalla contra los elementos y contra el momento. Es el tiempo de los valientes: de ellos y de nosotros. Todos. Músicos y público.

La épica a veces se regala como quien regala un clavel en las fiestas de San Isidro a una desconocida. No sería justo negárselo a Nunatak después de sudar la camiseta así. Y reconociendo que llevaban un montón de meses sin tocar delante de gente en eléctrico.

Nunatak tiene un gran valor en la voz de Adrián, que entona con una facilidad pasmosa y se viene arriba con solvencia cuando procede. Es una evidencia que se aprecia aún con más claridad cuando acomenten ese tramo a capela con, por ejemplo, ‘Viento del sur’.

Así suena la huerta murciana cuando se oye desde el secarral nada envidiable que es Madrid. ‘Todas las campanas’ resulta ser una suerte de soul muy molón y un momento culminante de un concierto contra los elementos. Se hace evidente de manera constante que tienen Nunatak un porrón de energía dentro. Pero no está claro que fluya bien esta tarde. No lo está.

Las complejidades que afrontamos todos en mayo de 2021 las recordaremos como obstáculos de mierda. Pero ahora los tenemos delante, de manera que hay que saltarlos bien. El mundo funciona así. Nunatak crearon cierto tipo de magia telúrica en un lugar que en realidad solo es asfalto, puto suelo duro contra el que hostiarse.

Nunatak lucharon con sus canciones para que no te hostiaras: con ‘Quiero que arda’, ‘Disonancia perfecta’ o ‘Aún respira’ lo consiguieron. Y para entonces ya todo el mundo lo sabía. Nunatak y los valientes del Matadero lo habían logrado.

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