Metallica (2019) Valdebebas – IFEMA. Madrid

Crónicas
JAMES HETFIELD EN MADRID. FOTO: RICARDO RUBIO

Metallica en Madrid: El tamaño importa que te cagas

El tamaño importa. Hostias que si importa. No sé por qué pero es una de esas movidas que cuando eres crío ves que se comentan a tu alrededor y tardas años en comprender. Importa que te cagas. Y no hay que ponerse a medir colitas para saber que precisamente esa obsesión por el más duro, más fuerte y más grande fue lo que nos congregó directa o indirectamente este viernes 3 de mayo en el inhóspito recinto de Valdebebas – IFEMA. Donde el Mad Cool, vaya.

Porque el tamaño importa y Metallica se dispone a dar su concierto más grande 32 años después de su debut en España y la peña dice ‘hostia de puta madre, hay que ir’. Esa es la obsesión. Y como es el más tocho ever pues las entradas generales a 95,50 y las de ‘golden circle’ a 140 euros. Vale, hasta aquí hablamos de oferta y demanda y está claro que la banda californiana aún puede tensar más, pues los tickets se agotaron hace siete meses.

La movida llega cuando los 68.000 que han comprado su correspondiente entrada tienen que ubicarse ordenadamente en una explanada interminable. La organización hace bien en animar a ir temprano y abrir puertas a las 16:30, pero el gentío solo quiere ver a Metallica y sabe que una vez dentro no estás en una verbena con precios populares. En esta ocasión hablamos de minis de cerveza a 12 euros más otros 3 euros de vaso con socarrón lema conmemorativo: …And Beer for All.

No podemos obviar, por tanto, la combinación rock-metal-cerveza-fría. Eso es justo lo que lleva a la marabunta a apurar y entrar cuanto más tarde mejor. Nosotros, en nuestro caso, en un bar en la estación de Chamartín (Brugal-Coca-Zero-Por-Favor, no me escondo) para luego acudir en Renfe y acceder al recinto a eso de las siete y pico. Se entra bien y suave, pero una vez dentro las colas para comprar los dichosos tokens -¡qué necesidad de apretar de más!- y para los baños de chicos -que son mayoría siempre en estos casos- son desesperantes. Y eso no mola. El tamaño gigante de una cola al menos en este caso no mola, aunque eso ya se sabe que va por necesidades.

Un estrés de día, en definitiva, porque el personal ya llega cauteloso y ni con esas. Se da la feliz circunstancia de que por mi profesión, yo cubrí el concierto para Europa Press y disponía de acreditación para el Golden Circle -algo que personalmente me parece básico para que la prensa pueda ver las cosas bien y comentarlas con propiedad, pero que no es habitual tampoco, no os creáis-. Eso lógicamente relaja, aunque ya solo acceder a la zona era un poco odisea porque había conatos de avalanchas en los alrededores de la entrada. Una señora me gritó al oído, de hecho, «dame tu pulsera que tú no la quieres para nada gilipollas». Bueno, cosas que pasan.


La parte buena es que, si quieres centrarte en lo que has venido a hacer, ergo, ver a Metallica, pues pasas de las colas de los tokens, de las colas de las cervezas y de las colas con las que a duras penas meas contra el aluminio. Y a mí es que, la verdad, meter a 68.000 personas en una explanada plana para ver a Metallica ahora mismo, a toro pasado, me parece un peligro. Se te viene una noche tonta porque el personal se mosquea y te monta una como la del Festimad en Fuenlabrada en 2006 -algo que ahora recuerdo con el típico cariño de quien sobrevivió a una catástrofe inminente-. Y ojo, porque anoche hubo viento, aunque no tanto como entonces.

Entonces, recapitulando, la cuestión es que nos congregamos en un lugar que no está realmente ideado para grandes conciertos. Está claro que ahí, de 68.000 va a haber un porcentaje enorme de gente que vea el recital a 100, a 200, a 300 metros. ¿A 400? Pues no diría yo que no, porque hay que caminar un huevo. Eso no mola una mierda. 


Si ahora tenemos el Wanda Metropolitano, donde caben 55.000, quizás estaría guay dejarlo en eso e ir ahí. Y esto lo digo desconociendo si era posible esta vez (bueno algo sé de los acuerdos Ayuntamiento – Live Nation, que se materializan en planes de movilidad, cesiones de terreno y demás, pero no viene al caso), pero desde luego un estadio tiene una infraestructura propia que hace todo más ordenado a priori, durante y a posteriori. Aunque lo veas lejos, lo ves y ya sabes de antemano que va a ser así y pagas por ese tipo de entrada. Yo lo he vivido muchas veces antes, obviamente, y ni te estresa ni te jode la vida ni te convierte en un nihilista metalero.



Como suele suceder en estos casos, la música amansa a las fieras. Aunque se trate de Metallica. El gentío se organiza de forma intuitiva y ya va al lío. Pero resulta que, como decía, hay algo de viento y la noche se va poniendo fría porque para eso estamos a principios de mayo. Esto repercute directamente en un sonido volátil que viene y va en función de la ubicación de cada cual y de ahí las opiniones encontradísimas que este sábado pueden leerse en redes sociales. La fortuna dictó sentencia para cada cual y en la memoria para siempre quedará.

Por supuesto, delante del escenario todo suena a rabo y avasalla como procede. Sobre todo desde que el técnico de sonido encontró la ecualización correcta y ya puso el piloto automático. La crónica del concierto la escribí en Europa Press y la tenéis AQUÍ si queréis, por mí guay (también se cuentan estas cosas pero preferí que fuera de otra manera en ese texto). Me moló un huevo, sobre todo, así a bote pronto, recuperar St Anger, la épica de For whom the bell tolls, la mazo jevi Sad but true, la burrada de One, el desparrame de Master of Puppets, la batería de Creeping death y la violencia de Seek & Destroy. No es en absoluto un mal balance para un viernes noche en la ciudad, eh. Lo de Los Nikis fue una gamberrada cutre y ya os la conté anoche nada más llegar a casa.



Pero ocurre que nosotros en particular tenemos un tronco de veinte meses aparcado con una abuela y nos entra el acojone porque se intuye ratonera. Y eso no nos mola una mierda. Si estuviéramos en nuestro adorado WiZink Center pues ya ves, sales, te tomas la pénul, charlas y te vas y todo guay. Pero es que digamos que desde Valdebebas hasta casa hay que poner el mapa del revés y además plegarlo por un lado de este a oeste para recoger al paquete bomba. Papiroflexia compleja. Ahí es cuando optamos por ponernos ya una salida lateral para ver Enter Sandman, porque en absoluto somos de abandonar el barco antes de tiempo. De eso nada.

Ahí coincidimos con los que están viendo el concierto desde la calle y me parece la hostia de dramático porque parece que se escucha casi mejor desde ahí que desde algunas zonas de dentro del recinto. Por lo que sea, el azar ventoso decidió premiar a esa gente, que bien podrían ser de los pocos vecinos de Valdebebas que no se quejan de que pase algo en su barrio un día al año o bien podrían venir desde quien sabe donde. Hay historias en esas caras a las que sonreímos antes de salir por patas hacia la zona de taxis -esta vez nadie nos insultó-, estoy seguro de eso.

Y para que quede constancia del esfuerzo organizativo, más de 200 taxis podría haber perfectamente esperando en la avenida detrás del escenario. Y también una flecha te llevaba a las VTC. Pero nosotros somos de taxi, con el debido respeto. Autobuses de la EMT también había predispuestos y todo muy organizado, con un montón de personal currando angustiada para que todo fluyera. Eso me gusta de mi gente, que lo intenta incluso por encima de sus posibilidades. Y ese esfuerzo se agradece más que el tamaño, como bien sabréis.

Así que para concretar, yo lo que creo es que 68.000 personas se gestionan muy malamante -trá trá- en ese lugar del mundo. Porque no es un lugar cómodo y porque tiene difícil acceso y porque es plano y no se ve bien desde cualquier punto. Meter allí a tanta peña para un único concierto -los teloneros no hacían un festi- es un poco de locos, ¿no? Incluso en un festival quizás el tamaño debiera importar menos y reducir aún más aforo por una cuestión de buen rollito generalizado.

Las imágenes de decenas de miles de personas caminando otra vez bajo el dichoso puente de la M11 rumbo al metro de IFEMA o donde fuera, efectivamente, recuerdan la broma que alguien ha dicho por ahí de WalkingBebas. 


Y es que, joder, Metallica puede ser tan grande como consiga ser y eso es cojonudo, todos queremos celebrarlo en una de esas noches loquísimas. Pero es que la de este viernes no terminó de serlo precisamente porque el tamaño resultó ser excesivo y lo complicó todo de manera irremediable. El chascarrillo final no lo voy ni a decir yo pero es, obviamente, frustrantemente sexual. Y no por falta de jodidas ganas de consumar.

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