Mark Lanegan (2012) Teatro Kapital. Madrid

Lugar: Teatro Kapital. Madrid
Fecha: 1 abril 2012
Asistencia: 1.300 personas
Precio: Desde 20 euros
Artistas Invitados: Creature With The Atom Brain
Músicos: Mark Lanegan (voz) y sus compinches

Setlist: The gravedigger ’ s song, Sleep with me, Hit the City, Wedding Dress, One way street, Resurrection song, Wish you well, Gray goes black, Crawlspace, Quiver Syndrome, One hundred days, Creeping coastline of lights, Riot in my House, Ode to Sad Disco, St. Louis Elegy, Tiny Grain of Truth, Pendulum, Harborview Hospital, Metamphetamine Blues

CRÓNICA TAMBIÉN PUBLICADA EN ROLLING STONE

Fotos de MARÍA MARTÍN-CONSUEGRA, de www.lacasaconruedas.com

Mark Lanegan es como beber un vaso de arena después de andar sin rumbo concretamente durante trece semanas, quince tal vez, por el desierto. Fúmate unos pitillos, bebe unos whiskies sin hielo, camina sin mirar atrás mientras te colocas el sombrero y a tu diestra y siniestra caen los pobrecillos como sacos de tierra pedregosa. No en vano comienza la velada con La canción del sepulturero, mientras Marcos navega en un mar de graves que le atizan, le entierran, le agobian. Él se siente cómodo porque sabe que más pronto o más tarde aflorarán los matices y equivocado no anda.

Cuesta apenas un cinquillo de minutos descubrir la patibularia voz de quien ha sobrevivido por los pelos a perrerías varias y ahora reclama de manera casi infantil que duermas con él en Sleep with me. Dos canciones y vítores contenidos básicamente por no contrariar al capo de la película, ese pendenciero con pinta de bajar del escenario para aclarar ciertos miles de cosas con cualquiera que por los motivos que fueran no terminara de tenerlo todo malditamente claro.

Lanegan se balancea livianamente a derecha e izquierda mientras observa desafiante a su concurrencia aferrado al pie de micro con cara de pocos amigos. La puesta en escena es básicamente pobre, con luces rojas y violetas como única iluminación durante los escasos 75 minutos que la velada duraría. Pesadilla para los fotógrafos, pretenciosamente fantasmagórico para quienes pasaron por taquilla. Básicamente pobre a pesar de que Hit the city surte efecto como una especie de himno stoner rock, durante el cual Lanegan se convierte en un ídolo del grunge del siglo XXI muy a su pesar. Porque hay cosas que te las comes aunque no quieras.

Wedding Dress, One way street, Resurrection song, Wish you well y la sobresaliente Grey goes black marcan la pauta de una noche de rock enfangado hasta las rodillas cantado por el tipo más duro del planeta, capaz de no conceder ni media a la entregada concurrencia mientras destila una especie de clase magistral de blues, rock, folk, country y electrónica. Con unos ingredientes tan definidos sólo pueden salir tónadas opresivas, densas, asfixiantes, ariscas, lideradas por una voz tan áspera, sangrante y costrosa como esta noche obviamente lastrada por las llagas de una vida que no termina de tratar del todo bien al ex líder de Screaming Trees.

Cerca de media hora tuvo que transcurrir hasta que desde el micrófono dedicara algún tipo de palabra amiga a unos fieles que mostraron una especial entrega perfectamente uniformados con camisas de cuadros en las primeras filas. Aún con cierta condescendencia, da constantemente la sensación de que en cualquier momento se va a mosquear, partir dos cuellos, disparar al techo y pirarse por un lateral del escenario maldiciendo en hebreo. Ajenos a estas tensiones, los muchachos del público alzan unas cervezas que hoy golpean la ciudad pero mañana machacarán sus abolladas sienes.

Regresa a los amplis el stoner rock de Quiver syndrome, después puntualizado por One hundred days. La línea más áspera recupera su protagonismo con esa declaración de intenciones que es Riot in my house. Absolutamente bipolar, Mark derriba el subidón convirtiendo la música disco en algo tan improbablemente triste como Ode to sad disco. St Louis Elegy eriza los pelillos de una muchachada básicamente treinteañera, patilluda, disfrazada de negro y que aún hoy busca en los acordes del post-grunge unas verdades que jamás encontrará, aunque fácilmente adecuará y travestirá.

Sea como fuere, Lanegan no es que vaya sobrado de dotes vocales esta noche, precisamente, aunque en escena asusta. Cumple, en cualquier caso, gracias a cierto carisma endemoniado y cierra la primera tanda de canciones con Tiny Grind of Truth. Suenan después de un ridículo bis de apenas quince segundos Pendulum y Harborview Hospital, mientras sentencia la maldita noche un Metamphetamine blues tan paladeable y disfrutable como mediano en cuanto a su intensidad.

Los sinceros aplausos arrecian entre una concurrencia crítica pero que hubiera perdonado cualquier cosa al tipo del pelo relamido, ese a quien señalan como deudor de Tom Waits, Nick Cave, Leonard Cohen o Johnny Cash, bah, total nada. Eso sí, no empleó demasiado tiempo en confirmar o desmentir la palabrería, aunque sí puso todo su empeño en desazonar tantos corazones como pudo a su paso, algo que después trató de sanar en cierta medida firmando discos y fotos a la entrada del garito con la más improbable y más reluciente de sus sonrisas. Porque incluso los malditos endemoniados saben que para seguir adelante a veces hay que falsear hasta cierto punto la realidad y mostrar relucientes los dientes. Por triste que sea el funeral.