Mad Cool Festival: Día Pearl Jam (2018) Madrid

Crónicas
PEARL JAM EN MADRID. FOTO: ANDRÉS IGLESIAS – MAD COOL

Once años sin Pearl Jam son un maldito mundo. Y había ganas, muchas ganas. Tensa calma porque eso de un festi en una nueva ubicación con 80.000 personas ya de por sí intuyes que es una mierda. Una suerte los de Barcelona con sus tres horas de concierto el martes en el Palau Sant Jordi. Aquí nos tuvimos que conformar con dos horas y bueno, todo un logro después de superar el despiporre en la organización del Mad Cool Festival 2018.

Pero algo sucede cuando se apagan las luces y comienza a sonar el arpegio de Release. Viajas en el tiempo hasta el otoño de 1991 cuando te compraste el Ten en el Madrid Rock de Gran Vía después de una comida familiar por la zona. En el paseo de sobremesa de rigor, la visita a la tienda de discos era obligada. Yo pillé el Ten y mi hermano el Unplugged de Eric Clapton. 


Ese tipo de recuerdos te revolotean en la cabeza mientras la voz de Eddie Vedder te marca el camino una noche de verano de 2018. Pero lo dicho, vamos con la crónica de la primera jornada de este tercer Mad Cool Festival que, de tan gigante que quiere ser, termina siendo un coñazo.


La épica clásica de Pearl Jam pone orden al caos organizativo del Mad Cool 

La tercera edición del Mad Cool Festival pasa de La Caja Mágica con 40.000 a Valdebebas con 80.000 personas. Se duplica el tamaño, se convierte en el festival con más aforo diario de España y todo se multiplica: Lo bueno, con un cartel de poderío incontestable, y lo malo, con una sucesión inasumible de incomodidades para los asistentes, conejillos indias en la primera jornada en este inhóspito nuevo emplazamiento al que se llega tras cruzar IFEMA y pasar por un túnel cuello de botella bajo la M-11.

El atascazo para aparcar en el párking de pago es memorable y dura más de una hora larga ya a media tarde. El pateo desde el Metro de IFEMA junto a la marabunta es agobiante a más de 30 grados. Los accesos se colapsan, las redes sociales se inundan de quejas y la música apenas ha comenzado. Los que no han recibido la pulsera previamente por correo postal, tienen que hacer pacientemente una cola que también es de más de una hora -finalmente los que tenían entrada de día entraron sin pulsera para agilizar-. 

A eso de las siete EELS e Iván Ferreiro ponen banda sonora a esta peregrinación que parece más un acto de fe como el Rocío o La Meca que un idílico festival ‘loco guay’. Los que van entrando dejan atrás un caos que sigue creciendo, pero tienen a su vez que enfrentarse a nuevos retos como los juegos del hambre para avituallarse, pues pedir en las barras es toda una odisea que aún se complicará más en las horas siguientes. Más todavía cuando se acabe la cerveza en varias barras, con los asistentes agolpados durante otra hora de reloj, de nuevo esperando pacientemente ante los desbordados e insuficientes camareros, perdiéndose de paso alguno de los innumerables nombres del cartel. 

Porque otra cosa que tiene Mad Cool ahora que llega a siete escenarios es que pone sobre la mesa una jugosa sucesión de nombres, pero los asistentes no podrán ver cómodamente más de dos o tres conciertos. Cuatro con muchísima suerte, aunque el número es mayor si previamente has pasado por caja y has adquirido el abono VIP que permite posicionarse delante del escenario. En el camino, los grupos de amigos se exponen a algo así como Juego de Tronos, pues con cada nuevo movimiento se pierde a un miembro en el camino y puede resultar imposible recuperarlo, pues los datos móviles sencillamente funcionan cuando quieren. 

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El folk clásico de Fleet Foxes aporta algo de paz relativa mientras se acerca la noche y el soul de Leon Bridges resulta curativo con su elegante set de una hora en el tercer escenario -Koko-, que también termina llenándose por su cercanía a la entrada principal. Con un traje blanco impoluto, el joven estadounidense parece la reencarnación misma de Marvin Gaye para unos asistentes que solo quieren música en directo y algo de beber -la cerveza es lo más demandado, pero en realidad quieren cualquier cosa por simple supervivencia física-.

Para cuando el sol comienza a irse la psicodelia de Tame Impala tiñe de colores un segundo escenario hasta la bandera. Por un momento podríamos estar en el desierto californiano de Coachella, la puesta de sol tiene su punto, pero en realidad estamos en el descampado de Valdebebas. Que no es exactamente lo mismo. Pero canciones como Let it happen, The less I know the better o Feels like we only go backwards consiguen que las molestias se disipen con el gentío entregado al disfrute porque sí, por decreto, porque aquí se ha venido a esto y ya se sabe que la gente se sobrepone a todo cuando le pone voluntad.

LA ÉPICA DE PEARL JAM PONE ORDEN

Aún no han acabado Tame Impala y ya hay miles de personas esperando impacientes ante el escenario principal para meterse entre pecho y espalda el plato principal de la velada. Porque once años después de su paso por el Festimad de Leganés y doce después de pisar el Palacio de los Deportes, Pearl Jam al fin vuelven a la capital. Ese es el único reclamo para buena parte de la concurrencia, de hecho, que toma posiciones antes de que los 80.000 asistentes se giren al unísono hacia este punto exacto de Madrid. 


Se apagan las luces pero antes de que empiece la música nos ponen un anuncio inmobiliario de Valdebebas al que solo le falta el lema ‘podrás ir andando cómodamente al Mad Cool’. Purita ironía publicitaria que queda en jocosa anécdota cuando aparecen Pearl Jam con la cadencia hipnótica de Release, tema de su disco de debut, Ten (1991), con el que instantáneamente se convirtieron en icono del grunge entonces y que les mantiene ahora, junto al resto de su discografía posterior, como la última gran banda clásica de la vieja escuela del rock. Y de repente todo lo padecido no importa. O importa menos a los que tienen una buena posición y seguramente más a quienes hayan quedado a doscientos metros del escenario sin posibilidad de avanzar más (por ver otro concierto, por perder la tarde pidiendo bebida o comida, por desubicarse perdiendo amigos por el camino, por puro despiste).

Pero Pearl Jam por fin consiguen que la música sea verdaderamente el motivo de todo. Con un sonido potente y limpio, la icónica voz de Eddie Vedder guía al público hacia una suerte de reconciliación colectiva con Elderly woman behind the counter in a small town, Given to fly, Lukin o Corduroy. Pura épica rock para las masas. Y no pierde la oportunidad el vocalista de sacar su sempiterna botella de vino para brindar leyendo una nota en español: «Un brindis por la primera noche del festival. Un amigo me dijo que habría mucha gente loca. Eso espero porque me encanta España y yo adoro la locura. ¡Un gran abrazo a vosotros, mis amigos locos!»

Se suceden temas de épocas pretéritas como Why go, Animal o la grandilocuencia grunge de Even flow, que dan paso a otros más recientes como Mind your manners o Lightning bolt (de su último disco del mismo título, de 2013, hace ya cinco años). Junto al indudable carisma de Vedder destaca el guitarrista Mike McCready, literalmente desatado, que regala una buena cantidad de emocionantes solos de guitarra y que se tira al monte incluso versionando el Eruption de Van Halen, uno de los solos más célebres (y fugaces e innovadores) de la historia del rock. Preludio este pasaje de una de las cimas de la velada en forma de Jeremy, guiada por el portentoso bajo de Jeff Ament y coreada con vehemencia por un público que ahora siente que ha llegado exactamente hasta donde pensaba que tenía que llegar. La recompensa espiritual a la peregrinación.

JAVIER BARDEM Y LUIS TOSAR

Aunque ya van cinco años sin disco, este año el grupo ha lanzado el single Can’t deny me, una suerte de alegato contra Trump que esta noche Eddie Vedder dedica «a todas las fuertes mujeres, las que cambian el mundo». Acto seguido aparecen en las pantallas los actores Javier Bardem -quien ya salió al escenario en Festimad 2007– y Luis Tosar con un mensaje feminista animando además a no permanecer indiferentes ante el acoso sexual: «Si dicen no es no y si no te dicen que sí, también es no».

Do the evolution provoca otra de las locuras colectivas más ‘mad cool’ del concierto con su famoso riff de guitarra, en un momentazo en el que McCready y el otro guitarrista, Stone Gossard, básicamente lo gozan mientras el batería Matt Cameron chorrea sudor a su espalda y el gentío en las primeras filas no para de botar con los brazos en alto. Wasted reprise mantiene la electricidad y luego llega la ceremoniosa pomposidad de Better man, balada creciente que estalla en júbilo como preludio de la rabia de Porch, canción durante la cual el cantante baja del escenario para corretear por el foso y saludar a los acólitos de la primera fila. Es verdad que Eddie Vedder (53 años) ya no trepa por el escenario, pero también es cierto que tiene una clara intención de vaciarse cantando, guitarreando y fundiéndose con los suyos. Un oficiante de los que cada vez quedan menos.




Tras un breve descanso, reaparece solo el vocalista para hacer Just breathe con la guitarra en un momento de intimidad imposible. Y enfilamos el largo final de un recital de poco más de dos horas con toda la grandilocuencia de Sirens, la emocionante Black, la generacional State of love and trust, la pegada de Rearviewmirror… y el golpe de gracia de Alive, indudablemente uno de los estribillos más celebérrimos del rock. 


En éxtasis comunal -sobre todo ese fan al que se abraza con fuerza Eddie Vedder, otra vez arrojándose contra las primeras filas- hay tiempo aún para el Rockin’ in the free world de Neil Young con su potentísimo riff de guitarra, que pone al festival del revés mientras el cantante, ahora de nuevo sobre el escenario, se dedica a lanzar panderetas al público. La banda saluda, recibe ovación cerrada y Vedder aún se empeña en regalar una botella de vino a alguien entre el público. 

Apenas sucede esto y ya están los ingleses Kasabian en el segundo escenario con su ración de rock bailable. Difícil tarea la suya tras el huracán Pearl Jam, pero los de Tom Meighan y Sergio Pizzorno tiran de arsenal con Club Foot, You’re in love with a psycho, I.D., Empire, Lost souls forever, Vlad the impaler, Comeback kid y Fire. Y se sobreponen mientras una riada humana abandona el recinto con premura, seguramente con miedo a que la salida sea como la entrada. Pero no, resulta que salir es sencillo por diversas vías. La impaciencia bajo el sol es ahora una especie de paz nocturna por haber sobrevivido al despiporre organizativo. Los rockeros se retiran pero otros muchos miles permanecen bailando con Justice y MGMT. Con lo que costó entrar, estos parece que decidieron perder en el camino todo atisbo de prisa por marchar.



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