KITAI están locos pero son mágicos porque no hay mentira en su fuego

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Hace un rato comentábamos la vuelta de La Polla Records, Marea y Hombres G. Y esa falsa falta de nuevas bandas del rock (y el pop de guitarras). Y digo falsa porque solo es cuestión de interesarse un poquito para dar con propuestas molonas para las nuevas generaciones. Cierto es, vale, que uno se aferra a lo que le cambió la vida en sus años de más juventud, pero a poco que abras la visión panorámica, anda que no hay movidas guapas.

KITAI por ejemplo. Mi banda favorita al menos un día al mes. A la semana, qué coño. Cuatro personajes -en el sentido guay de la palabra- obsesionados con lo suyo a vida o muerte. No hay otra manera de afrontar el día a día de cada cual, salvo que seas fan de la involución infrahumana. Así que eso, KITAI, banda madrileña que sigue presentando literalmente donde sea su segundo álbum, Pirómanos (Entrebotones, 2017).

No es baladí eso de donde sea, de la misma manera que no es baladí absolutamente todo con KITAI. Ya sabéis, esos notas que se pasaron 24 horas tocando en la Sala El Sol de Madrid para batir el Record Guinness y, de paso, que les hagáis puto caso. Porque todo vale para llamar la atención de quien sea y que te atienda un puto segundo. Tal es la determinación necesaria para conseguirlo, pues hay que estar dispuesto a semejante trueque: 24 horas a cambio de un segundo fugaz.



Y bueno, que KITAI van a seguir tocando allá donde sea durante 2019, pero este viernes 8 de marzo ponen fin oficialmente a la gira de presentación de Pirómanos en La Riviera madrileña. Un año y medio después de empezarla reventando la Joy Eslava, toca saltar a la siguiente sala por tamaño y aforo. Y hay que estar allí, hay que apoyar a las bandas locales. Hay que hacer eso para que crezcan, generen recuerdos tochos en la peña y cuando regresen en 2040, revienten la taquilla. Hay que.

Dicho todo lo cual, me apetece compartir la nota de prensa que hice a KITAI con motivo del lanzamiento de Pirómanos. La había perdido en algún recodo de mi ordenata nihilista y anarka, pero ahí están ellos prestos para devolvérmela de vuelta. Y tanto aquello como esto, lo hago porque quiero y porque creo. Creer no de opinar, que está sobrevalorado, sino de afirmar, que está infravalorado.

Porque veo en Alexander, Fabio, Edu y Deivhook (el batería el puto último siempre) una decisión kamikaze que casa con mi forma de entender el devenir de los días. Y porque encima me molan. Venirse a La Riviera y, si me decís que os habéis leído esto, os invito a gusanitos rojos hasta que potéis (es una larga historia real esta). I promise.

Ya hemos rodeado bastante, así que sin más rodeos, esto es:

En noviembre de 1957, Jerry Lee Lewis, uno de los pioneros del rock n’ roll, conmocionó al mundo incendiando pianos en escena al ritmo de ‘Great balls of fire’, haciendo caso omiso a la famosa advertencia de Pitágoras: «No revuelvas el fuego con un cuchillo».

Justo sesenta años después, la banda madrileña Kitai presenta su segundo álbum, ‘Pirómanos’, en el que demuestran que como el viejo rockero, son expertos en el desafiante arte de avivar la fogata, esquivar la indiferencia, llevar la contraria y alzar el mentón con los ojos en llamas. Con un objetivo único: Prender como sea la chispa adecuada para que empiece el incendio. 

Porque sin duda aburridos de prácticamente todo lo que vislumbran a su alrededor, el cuarteto madrileño ha tenido ya suficiente. Tanta monotonía les ha empujado a ponerse los pasamontañas rojos y lanzar la andanada definitiva de cócteles molotov que cambie el rumbo de los acontecimientos. El mundo necesita fuego y Kitai están en el instante idóneo de ignición.



Ese es el corazón palpitante de ‘Pirómanos’ (Entrebotones, 2017). Toda una declaración de intenciones con ‘Fuego en la radio’ como presentación. ¿Una amenaza? ¿Un aviso? Más bien una necesaria autoafirmación con olor a gasolina. El ya es ayer para Kitai, pues como diría Tyler Durden, protagonista de ‘El club de la lucha’: «Esta es tu vida y se acaba a cada minuto».

«¡Fuego en la radio, fuego en los estadios, fuego en mi gente, fuego en mi barrio. Fuego en la radio!», aúlla el vocalista Alexander a punto de la enajenación permanente en la que sistemáticamente entra en cada concierto, como bien saben ya los miles de fans de este cuarteto madrileño que solo entiende su día a día como una sucesión de asaltos. 

Esa conducta suicida les ha llevado a los festivales más importantes del país -Resurrection, Sonorama y tantos otros- presentando su disco de debut, ‘Que vienen’ (2015, Entrebotones). Un decisivo paso más cualitativo que cuantitativo después de encender las alarmas con los EPs ‘Viral’ (2014) y ‘Origen’ (2013).

Gracias a ese firme caminar, ahora regresan con este ‘Pirómanos’ que amplía zancada y termina siendo todo un gran salto mortal con producción artística de Juanma Latorre de Vetusta Morla, quien sin duda ha sabido condensar toda la ira de Kitai en su primer trabajo como productor para una banda.



Las diez canciones de ‘Pirómanos’ han sido grabadas por José Caballero en Neo Music Box (Aranda de Duero, Burgos), responsable en el pasado reciente del sonido de discos de otros grupos de trayectoria ascendente como Izal o Shinova. La importante guinda la ponen Álvaro y Juan Pérez-Fajardo de The Fly Factory con su artwork y fotografía.

Entre todos han facturado una bomba lapa que arranca con las programaciones galácticas de ‘H2O’, revisión de una de sus primeras composiciones, ahora convenientemente agigantada gracias a la pericia adquirida con los años y a la incorporación de elementos electrónicos que, sin duda, robustecen las canciones al mismo tiempo que las enriquecen en matices.

Tras el vendaval de ‘Fuego en la radio’, el bajista Fabio Yanes deja su versátil impronta en ‘Desierto’, composición con vocación de estadio, grande, gorda, en la que el batería Deivhook se luce con esa capacidad interpretativa musculosa y tan repleta de recursos. Una tormenta melódica que eclosiona en el estribillo con coros épicos que terminarán copiando 30 Seconds to Mars más pronto que tarde.

«¡Todo lo que me das me hace grande, todo lo que vendrá será grande!», canta Alexander, profético, perfectamente acompañado por los otros tres componentes del grupo. Empujando todos a una en uno de los temas centrales del álbum, que condensa la esencia tanto lírica como musical de Kitai, siempre evocadores, oníricos, cinematográficos.
 
De nuevo las cuatro cuerdas de Fabio Yanes comandan ‘Riviera Maya’, canción de estribillo pegadizo que perfectamente podría ser un clásico del britpop, pero que por suerte para todos ha surgido de horas y horas de ensayo en los locales madrileños Ritmo y Compás. Porque eso lo hace más nuestro.

Momento de reflexión con ‘Lejos’, una balada catedralicia e hipnótica en la que permanentemente se vislumbra la explosión en el horizonte. Una canción refulgente para escuchar con gafas de sol, que va de menos a más y que hará rabiar de envidia al melifluo Chris Martin: Porque la melodía es pop para masas pero con toda la fuerza de una banda de rock en carne viva.



Tras una breve introducción, ‘Nací caballo’ explota con toda la grandilocuencia del rock del siglo XXI que Muse ya solo atrapan por casualidad. Con su ritmo marcial y astral, Kitai alcanza elevadas cotas de paranoia psicotrópica, una de sus temáticas recurrentes junto al autoreforzamiento en en unos textos trabajados que aceptan diversas interpretaciones al tiempo que dibujan historias intrincadas.

Sin solución de continuidad, el guitarrista Edu Venturo hace fuego con los muñones en el feroz riff de apertura de ‘Animal’, que ya quisiera para sí el mismísimo Dave Navarro. Es la rotunda banda sonora de la revolución determinante antes de la ambiciosa ‘Volcán’, con arreglos electrónicos perfectamente empastados con los instrumentos orgánicos.

Una densa espiral de programaciones engulle todo a su paso en el corte de cierre, ‘He vuelto’, que lejos de invitar al recogimiento, aspira a conseguir una llama infinita que todo lo pulverice. No cuesta imaginarse a Kitai contemplando a cámara lenta las llamas provocadas por su piromanía, asintiendo con satisfacción, sabedores de que la escena musical española necesita fuego inmisericorde.

Y necesita fuego no para desaparecer, sino para mutar. Para reducirse a cenizas y acto seguido renacer cual lustroso Ave Fénix, con los renovados Kitai como epicentro palpitante. Porque ya está bien de música sin fuego, sin alma, sin recorrido. Esa es la apuesta vital de unos tipos que, parafraseando a Charles Bukowski, están locos pero son mágicos porque no hay mentira en su fuego.


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