KITAI (2020) Moby Dick. Madrid

Crónicas

KITAI en tiempos revueltos

FOTO: Esperanza Duarte

Si nos dejamos, nos gana. Y no nos puede ganar. El tedio, la rutina. Esa pared que vemos cada noche y cada mañana. Las cuatro paredes de cada cual. La mierda avanza. Cada semana que pasa cuesta más encontrar el motivo para cruzar a la otra cara de la realidad. La que está ahí fuera. La que nos pertenece.

El motivo es un concierto de rock. Es la puerta que abres sin llamar. Nadie llama nunca, sencillamente abre y entra. Escuchas el pulso, el ritmo, el hostión en el occipital. Y ya está. El mundo real importa menos durante ese rato. Sientes de repente latir el corazón que das por hecho con demasiada confianza.

Das por hecho que tu corazón late aunque no lo sientas. Necesitas darte cuenta de que late, pues de lo contrario estás muerto en vida. Y cuando sacas las fuerzas para ir hasta un concierto, porque efectivamente estamos en un punto en el que cuesta, revives. Te late y te brota por la boca tu puto corazón. Y vives.

Lejos de socorrerte, KITAI te meten la mano por la garganta para ver de primera mano si te queda algo dentro. Igual solo fue el penúltimo estertor fulero. Pero no, qué va. Resulta que había mandanga aún, solo que la mantenemos adormecida, atemorizada, aletargada. Pues no hay tiempo que perder. No lo podemos permitir.

Seremos menos que otras veces y estaremos sentados con nuestras respectivas mascarillas, pero la Moby Dick tiembla cuando la banda arremente con ‘Coffe Shop’ con su perenne salvajismo. KITAI es una lección de vida: es ‘salir a muerte o no salir’.

Y eso vale para los que están sobre el escenario y para los que desde abajo contemplan absortos ansiando un pogo. Todo eso en un jueves en el que sobrevuela sobre nuestras cabezas ya no sabemos si el estado de alarma o el toque de queda.

Pero como de nada tenemos certeza, poco nos importa. No hay reglas mientras la banda se está dejando la salud con ‘Fuego en la radio’ o ‘Desierto. Si hay fuego en KITAI, hay vida. Y este jueves yo vi la Moby Dick arder mientras fuera todo eran cenizas. Las vuestras.

Cómo sería, que incluso al vocalista, Alexander, se le escaparon varias sonrisas de felicidad psicópata. De os comería la puta boca en plan Hannibal Lecter. Porque eres su ‘Cadáver exquisito’. Por amor. Mientras el bajo de Fabio te revienta, la guitarra de Edu te traslada y la batería de Deivhook te apuntala. Por poliamor.

Puede sonar a ratos desbordado y de hecho es así. Nadie puede resistirse a subir los vúmetros al once y un poquito más. En ‘Animal’ queda clarísimo y lo más sorprendente es que no arrojemos las sillas contra el escenario, hagamos una hoguera y dancemos como primates. Eso ocurre, de alguna manera, pero oh, no se concreta en algo físico.

Es ese tipo de ‘Éxtasis‘ que condensaron en su colaboración con Rayden y que es un hostión a traición. No estuvo Rayden en la Moby, pero sí Fyahbwoy para hacer ‘Condenados’ y también Nikone para una revisión acústica de ‘Lejos’ en la que se vislumbra el enésimo horizonte de KITAI.

Porque el grupo madrileño tiene esa capacidad ampulosa de mantener en el centro de su esencia el más puro rock, pero abrirse a su entorno. Tanto es así que incluso se marcan el ‘Kill Bill’ que en su día lanzaron con Guillermo Bárcenas de Taburete. Y que esta noche suena acústico como una hermosa nación pop.

Aparece incluso Juanma Latorre de Vetusta Morla para aportar la guitarra acústica a ese ‘Shalala’ que es puro Oasis por melodía, actitud y, sobre todo, distorsión. Con la energía desatada, explotan ‘H2O’ y ese ‘Melodrama’ tradicionalmente unido con ‘Under the bridge’ de Red Hot Chili Peppers.

No creáis que hay margen para mucho más. La cosa arrancó a las 21:00 en punto y a las 23:00 nos echarán sin miramientos por pura supervivencia. Pero nos queda visitar esa ‘Riviera Maya’ que ya quisieran Blur y luego rematar con ‘Quierote’ que es más decididamente Gorillaz. O lo que sea.

«Y si todo sale bien pondré el cielo a tus pies. Lo haré. Quiéreme». Una afirmación con la que quedarse cuando no hay afirmación posible: «Te quiero». Y, sí, a las 23:00 nos echan. Menuda jodienda que te enciendan las luces antes de medianoche, eso desorienta a cualquiera.

Pero me quedo con una cosa muy básica, muy primitiva. Me cuesta salir de casa, incluso para ir a un concierto de puta madre. Y no podemos permitir eso. No lo permitamos. Si se puede, hagámoslo, tampoco estoy llamando a la revolución. Ojalá sí. Pero, si acaso, a la rebelión de cada cual, eso siempre. Porque, ante la duda, un sí: KITAI en tiempos revueltos.

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