Jesus Christ Superstar (2019) Teatro EDP Gran Vía. Madrid

Crónicas

Jesus Christ Superstar: Morir y resucitar en bucle, según el gran Ted Neeley

Tras ver el estreno este miércoles de Jesus Christ Superstar en el Teatro EDP Gran Vía me fui a casa en la L5 del Metro pensando algo. Una chorrada, seguramente. Pero, ¿cómo afrontará Ted Neeley su propia muerte después de haber interpretado durante cincuenta años la de Jesucristo?

Se ha preguntado por qué en uno de esos momentos life-changing con ese aullido agudo salvaje e imposiblemente agudo, e incluso ha regañado a Dios (o a quien sea) cada noche por traerle a la vida y meterle en semejante embrollo. Y a sus 75 años, el amigo Ted, el Jesus Christ de la peli, sigue cada noche recitando su muerte ante espectadores que acaban puestos en pie.

El día antes de la función, junto a varios periodistas pude preguntarle en un encuentro reducido al bueno de Ted si se sentia un poco apóstol. O quizás el mismísimo Jesucristo. Su respuesta sonriente y franca me hizo pensar fugazmente que quizás tenga algo de todo ello si acaso algo de todo ello fuera real. Transmite ese tipo de movidas que me enseñaron de canijo, sea eso lo que sea (acabamos hablando de Metallica, de modo que creo que sí es Jesucristo).

Sonríe, mueve las manos despacio, habla con la cadencia de quien dice cosas. Y exactamente así se mueve en escena, ya tan mimetizado con el personaje que acojona un poco. Con la voz un tanto maltrecha, como es natural, pero resulta que, fíjate, lejos de ser eso un problema, en este caso le da un punto más real y conmovedor a toda la historia.

Porque no olvidemos que Ted empezó a interpretar a JC cuando era un veinteañero. Eso no pegaba en realidad, si nos ponemos puristas. Y los 33 del prota en su momento, con el crecimiento de la esperanza de vida, bien podrían ser los 75 de ahora. O algo así. Es solo una reflexión peregrina pero digamos que al final el paso del tiempo le da veracidad a esta interpretación en particular.



Ted, evidentemente, sobresale en el regreso a Madrid de este espectáculo montado en esta ocasión por una compañía italiana, pero digamos que el conjunto es muy solvente. No sé vosotros, pero es que yo la peli de Jesus Christ Superstar (1973) la quemé de canijo en VHS -en los ochenta, eh, que yo soy de 1978-. Por la historia, vale, porque en mi casa se iba de ese palo, pero sobre todo porque es hard rock setentero del guapísimo.

Heaven on their minds, guau. Ese rollito Deep Purple -recordemos que Ian Gillan también fue JC- es arrebatador. Y vaya papelón siempre el de Judas, lo interprete quien lo interprete. Cierto es que, como le pasa a Ted, Carl Anderson lo clava de tal manera en la versión cinematográfica que pareciera imposible igualarle.

Pero algo tiene este personaje y estas canciones que terminan imponiéndose noche tras noche. El público comprende a Judas de tal manera que le convierte en el auténtico protagonista de la fiesta, como de hecho aconteció este miércoles en la Gran Vía madrileña. En este caso es Giorgio Adamo, Judas atormentado y rockerazo, quien terminó haciendo bailar a todo el teatro. Y con Ted señalándole con el dedito en reconocimiento en la ovación final.



No sé, supongo, creo, que este musical es infalible. Sería ridículo presentar ahora a Andrew Lloyd Weber y a Tim Rice. Esta historia universal que clavaron hace medio siglo sigue bien viva y, en su regreso a Madrid, cuenta con el evidente plus de tener al ‘Jesucristo de verdad’ más conocido por todos.

Es todo mazo mítico, en definitiva. Tanto los cardados de las abuelas y los abuelos que copan las primeras filas y acuden fieles a la cita, como las caras de los jovenzuelos que se enfrentan por vez primera. Igual les separan sesenta años, perfectamente, pero todos están ahí que si Hosanna, que si Poor Jesuralem, que si me habéis jodido el templo con vuestro puterío.

Admitiré en este punto que, como es natural por mi edad, Jesucristo es Camilo Sesto. Y María Magdalena Ángela Carrasco y Judas Teddy Bautista. Por eso me cortocircuito recurrentemente al escuchar la versión yanki y la española, como ocurre en The last supper, por ejemplo. Pero como hay subtítulos sobreimpresionados pues cuando se te pira un poco la cabeza te reincorporas rapidito.

No es baladí la mención a Camilo, pues ahora hay que hablar de Getsemaní. Si la interpretación del alcoyano no es de jodida matrícula de honor que me esposen y me encierren en un sanatorio de muñecos a toda prisa. Una cumbre del rock, a mi juicio. Y Ted Neeley se arrodilla al borde del escenario y se la canta en la puta cara a Rafa y a Pam, a quienes observo desde pocas filas detrás con estupor y gozo porque me alegro por ellos.



Tiene mucho oficio Neeley, como es natural y, por eso, sabe cubrir las lógicas carencias de la edad con una impostura que resulta fidedigna por ser quien es. Ningún otro podría hacer esto y salir airoso. No tengo duda de que estar dentro de un personaje durante miles de noches durante medio siglo te hace sentir un poco él. Y le sale el «whyyyyy!» y el teatro se congela. Y cruje. Algún latido arrítmico rebota.

El montaje en esta ocasión es sencillote pero efectivo, lo cual no es mala cosa. Sin grandes movidas, resulta solvente. Pedro niega a Jesucristo y luego Pilatos no da crédito a la movida y se lava las manos. El pasaje de Herodes es loquísimo y resulta una mezcla mega glam entre Freddie Mercury, Elton John y Scissor Sisters. Huelga decir que el público no se contuvo sentado.

La muerte de Judas es el enésimo lucimiento de Giorgio, que a estas alturas ya tiene a toda la peña flipando con su ímpetu escénico y su torrente vocal. La crucifixión es un pasaje acongojante, la verdad, pues como decía al principio, está claro que Ted ya la siente como propia. Sus gemidos y sus gestos de dolor se te clavan en algún lugar debajo de la piel que seguramente encontraremos cuando nuestro turno sea.

La guinda es la fiesta final con Judas ya de blanco como renacido bailando y arengando entre el público junto al resto de apóstoles y bailarinas. Ted Neeley se pasea por el patio de butacas desde el fondo hasta el escenario y en su pisar contiene esa cadencia y seguridad de quien se siente real en lo que hace. Esa es la magia de todo esto que os intento contar, en definitiva.

Que el tipo sabe que no es Jesucristo, como bien nos dijo el día antes, pero al mismo tiempo lo es. Al menos es el Jesus Christ Superstar de verdad, lo cual no es en absoluto poca cosa. Del teatro sales colmado, quizás humanizado, ah, quien sabe. Pero, sobre todo, sales consciente de haber disfrutado en vivo de parte de la historia del rock. Ya que Robert Plant pasa de reunir a Led Zeppelin -que sonaron incesantemente mientras la gente se acomodaba al entrar-, aquí tenemos a Ted Neeley en el papel de su vida.

Por eso, aprovecho para dejaros un vídeo de 2006, hace trece años, que reconfirma mi teoría de que los sesenta son la plenitud real. Porque aquí Ted está jodido de voz pero lo suple con pelotas, mala hostia y una rabia indómita que te deja bocas. Eso es exactamente lo que ocurre aquí:


Y luego otro imbatible de la peli

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