James Bay (2016) Vistalegre. Madrid

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Lugar: Vistalegre (Sala). Madrid
Fecha: 11 marzo 2016
Asistencia: 2.000 personas
Artistas Invitados: Rukhsana Merrise
Precio: 30 euros

Rejuvenecido credo para creyentes ansiosos

Hay algo en James Bay que me hace sentir bien y me reconforta. Supongo que es su aire de pop rock y soul accesible. Aunque también puede ser que me guste mucho saber que la chavalería tiene gente maja a la que aferrarse y por la que aullar (muchísimo) y que aún hay esperanza en todo lo bueno que está por venir.

También hay esperanza, o al menos eso deseo con ansia, para esa pareja que estaba en la barra del fondo dándolo todo. Ese chico al que se le leía en los labios decir reiteradamente ‘vámonos fuera’ realmente merece haber conquistado un quinto del corazón de ella. Al tipo le daba igual que fueran lentas (terreno idóneo en este caso) o frenéticas. Él sabía su movida. Ojalá, tú.

Porque esa es otra de las cosas que pasaba en Vistalegre mientras James Bay desgranaba su pasmoso discazo, el único que tiene por ahora, repleto de hitazo (tras hitazo tras hitazo y otro). Es viernes en la ciudad, lo cual en mi Carabanchel viene a significar que es posible que alguien caiga en el camino. Es imposible avanzar sin bajas. Bueno, es una exageración, no es el caso, supongo.

No sé, podría contaros infinitas cosas sobre el concierto de James Bay pero lo primero que tengo que hacer es pediros que por favor le escuchéis. La pedantería y la petulancia no son mi historia, así que no voy a encadenar adjetivos para tratar de impresionaros. Además es que creo que según pongáis ‘Chaos and the Calm’ lo váis a comprender.

Hace tiempo que me planteo si la crítica periodística sirve para algo. A mi me enseñó el camino así que algo tendrá. Pero lo que cuenta al final es la manera en la que cada uno deja que la música le perfore, y para eso está el bueno de James Bay con ‘Collide’, ‘Craving’, ‘When we were on fire’ (como los de la barra) o ‘If you ever want to be in love’.

La banda es solvente pero eh, hay que decirlo, irrelevante. Es James Bay con sus insultantes 25 años quien soporta el peso porque para eso la movida es suya y sale su nombre en las entradas. Y lo aguanta bien sobre su todavía lustrosa espalda en un recital bien pensado, quizás demasiado calculado, en el que no hay fisuras.

Hay guitarreo pretenciosamente salvaje (aunque no es para tanto), hay blues más o menos intenso, hay un poco de ese soul agradable que desde el Reino Unido nos coloniza inapelable de un tiempo a esta parte (mucho mejor que el dichoso hip hop yanki, en cualquier caso). Lo que hay, en definitiva, es una concatenación de temazos que dan forma a uno de los debuts más agraciados de los últimos meses a nivel global.

Porque James Bay es una versión evolucionada de Ed Sheeran (cuando éste se haga con una banda veremos), con un poco de Hozier y otro tanto de James Morrison. Esto por citar coetáneos, porque evidentemente todos beben de las fuentes primigéneas y esa es su clave. No digamos nombres, pensemos que os interesa sentirlo solos.

Tras un comienzo arrollador, en el que la voz y la guitarra de James son el centro del universo, pasamos a un tramo en el que la voz y la guitarra pasan a ser aún más relevantes con una sucesión de temas drásticamente lentos que hacen las delicias de los iniciados y que disipan inevitablemente a los curiosos.

Pero vamos a ver, ‘Let it go’ es un himno catedralicio de esos que detienen el mundo. Y mira que es complicado que en Carabanchel algo se detenga, pero por un instante parece que ocurre. A pesar de que hay gente que necesita aullar estupideces aprovechando el anonimato en un momento de silencio reverencial (algo gracioso dice alguien al otro lado porque media sala se descojona).

Los gritos de ‘cásate conmigo’ y ‘te quiero’ son los menos, pues son mayoría las que berrean ‘marry me’ y ‘I love you’ en una noche repleta de foráneos. Pero eso es solo una anécdota porque el tipo de la barra seguro que sigue diciendo muy despacito en perfecto castellano ‘vámonos fuera’ a su objetivo mortal. Ojala, reiteramos, por el bien de todos, sean felices.

‘Scars’ nos muestra al James Bay (digo todo el rato el apellido para diferenciarlo del cretino futbolista del Real Madrid) más bluesero, como un aventajado aprendiz de John Mayer. Hay mucha voluntad y mucha pose bien aprendida, pero igual tampoco estamos hablando del mismo nivel de magia en las seis cuerdas.

Lo de James Bay, en todo caso, es otra cosa porque se basa mucho en las melodías sobre las que sencillamente fluir sin aspavientos de más. Como en esa nana que es ‘Move together’ que llega antes de la incontenible jovialidad del cambio de tercio que supone la sonrisa más falsa, ‘Best fake smile’, que pone a los 2.000 asistentes irremediablemente a hacer el monguer regalando sonrisas y tonturrones contoneos de cabeza.

Antes del bis, tiempo aún para la muy springsteeniana ‘Get out while you can’, con ecos de nada menos que ‘Born to run’ y referencias a motores y pianos evocadores y demás (incluso suena como ‘Salitre’ de Quique González en el momento cumbre). Y el estribillo hace que nada más importe en estos cinco minutos que desembocan en un fulgor instrumental de esos que cuando terminan generan un precioso tinnitus en tus maltrechos pabellones auditivos.

Pero who cares si hay fuera atronan los grillos cuando aún puedes cuadrarte milicianamente para que te entre ese ‘Hold back the river’ que lo resume todo y que ya incluso los más despistados empiezan a reconocer en el hilo musical de los centros comerciales. No es que esto sea precisamente bueno ni necesario, pero malo tampoco es.

Hora y media, en definitiva, que confirman a un James Bay de presente y futuro, que por ahora defiende un cancionero tan escueto como musculoso. Es rock, es pop, es Coldplay, es soul, es folk, es un veinteañero reinventando a su manera lo que ya todos conocemos, aportando sus propias creaciones.

Igual me equivoco pero aquí hay chicha y hay mucho James Bay para los próximos lustros. El tipo canta, toca y tiene canciones. Vamos, que sí, que yo creo. Puede, eso sí, que con menos ansia que el tipo de la barra con esa proposición ya casi mitológica: ‘Vámonos fuera’.

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