Guns n’ Roses (2017) Vicente Calderón. Madrid

Sin categoría

Lugar: Vicente Calderón. Madrid
Fecha: 4 junio 2017
Asistencia: 55.000 personas
Artistas Invitados: Tyler Bryant, Mark Lanegan

Reconciliación extrema de Guns n’ Roses con Madrid

Mi primer recuerdo es ‘Where the streets have no name‘ bajando por la calle General Ricardos. Mi primer impulso fue correr. Como una mosca a la movida esa que las mata, la de los veranos. Pero me pararon porque era menor. Aún no teniendo edad legal volví al Vicente Calderón al cabo de un mes para ver a mi otro referente absoluto, Guns n’ Roses. Era el 6 de julio de 1993. Seguramente el único que sigue allí soy yo. Bien.

Quizás anclado, quizás inmunizado. Son formas de verlo. La vida ha dolido demasiado desde entonces pero podemos contarlo. De manera que al final todo es un ‘¿y qué?’ perpetuo. Y como todo es tan alucinantemente relativo, la cosa es adentrarse y lo que surja. Sin miedo, con séquito, aupado por el gentío. Por el mío. Y al final todo esto es engordar lo ya dicho, lo ya vivido, lo que nos hace nosotros. Así que fin.

Porque a ver, tuvieron que pasar 24 años para que las cosas quedaran en su lugar. Para que los Guns n’ Roses de Axl Rose, Slash y Duff regresaran al estadio Vicente Calderón, donde dieron su último concierto patrio juntos un excesivamente lejano 6 de julio de 1993. Y es cierto que el grupo ha vuelto a España y a la ciudad en varias ocasiones desde entonces, pero solo con el vocalista como único miembro original. Y eso, convengamos, no era suficiente.

Muchos sentimientos se juntaban y se multiplicaban, por tanto, entre los 55.000 asistentes a la cita madrileña con esta gira de reunión que arrancó en abril de 2016, que ha recorrido ya más de medio planeta y que acaba de recalar en Europa con conciertos hasta ahora en Dublín, Bilbao, Lisboa y Madrid. Muchos sentimientos y todos relacionados con la espera, el anhelo, la nostalgia, la reconciliación y, en última instancia, la celebración.

Porque al final estos grandes conciertos van de eso. Van de riadas de treinteañeros y cuarentones y cincuentones tomando al asalto Madrid Río perfectamente uniformados. Con los teléfonos ardiendo, con los bares reventando. Ya antes de que todo comience sobre el escenario, la victoria ha empezado en cada uno y, desde ahí, se expande en forma de abrazos, besos, brindis y fotos de grupo. Y lo mejor de todo es que, a diferencia del fútbol que aquí se suele jugar, hoy no pierde nadie.

Con ese ambiente y seguramente sobrepasado el punto de ebullición, comienza el concierto propiamente dicho cuando todavía no se ha ido el sol con ‘It’s so easy‘. Y las gargantas explotan, las cervezas parece que las regalan. Y vale, el sonido empieza raro, aunque terminará mejorando. Pero la predisposición de la parroquia todo lo soluciona. Realmente hay gente adulta llorando en las primeras filas, sobrepasados por el momento. La emoción, como el miedo, es libre. Y en este lugar en particular no tiene filtros.

Se suceden ‘Mr Brownstone’ y ‘Chinese democracy’ antes del primer gran instante como ‘Welcome to the jungle’ y el estadio tambaleándose, quizás en tránsito ya hacia la nueva ubicación atlética en San Blas. Una interpretación petrea, musculosa y contundente ya con Slash apropiándose del recital acto seguido en ‘Double talkin jive’, compartiendo protagonismo con Axl, con Duff en un relativamente discreto pero tremendamente efectivo segundo plano.

Junto al triunvirato titular, Richard Fortus (guitarra), Frank Ferrer (batería) y Dizzy Reed y Melissa Reese (teclistas) contribuyen a crear el manto eléctrico sobre el que trota la nostalgia. Y tras ‘Better’, encadenan las grandilocuentes ‘Estranged’, ‘Live and let die’, ‘Rocket Queen’ y ‘You could be mine’. Y parece que estamos en 1991 y acabamos de salir del instituto con nuestras carpetas forradas con fotos de Guns n’ Roses.

Ese deja vu es la clave de la gira más lucrativa de las últimas dos temporadas. Porque además nadie la esperaba ya y, por eso, cuando se hizo realidad, hizo saltar la banca. Con ‘Attitude’ y ‘This I love’ se pasa la decena de temas y el sonido ya es todo lo certero que puede ser en este tipo de estadios, seguramente con opiniones encontradas en función de la ubicación más alta o más baja. Pero el océano de brazos al aire expresa así su aprobación desde los pies del escenario hasta el más lejano gallinero.

Atrona la poderosa ‘Civil war’ y acto seguido el tributo a Chris Cornell con ‘Black hole sun’ de Soundgarden en el tramo más denso del recital con ‘Coma’ y Slash absolutamente convertido en el héroe de la noche. Y su egregia figura icónica no hace más que crecer con el siguiente solo, empalmado con la melodía de ‘El padrino’ (‘Speak softly love’ de Nino Rota) como preludio al gol de la victoria, ese ‘Sweet child o’mine’ que muchos llevan como tono de llamada en sus teléfonos y tatuado en su tuétano.

Y es verdad que bien podría Axl Rose ni cantar, pues esto es el karaoke del fin del mundo. Pero canta. No como en nuestros recuerdos pretéritos, pues se queda algo corto en determinados momentos, pero en otros aplasta porque dosifica. Y todos parecen fijarse en si los miembros del grupo interactúan entre ellos, si se odian o se quieren. Pero más allá de eso, digamos que empujan en la misma dirección haciendo su trabajo, disfrutando de su legado. Al final es tan sencillo como eso.


Para cuando el punkarreo de ‘Out ta get me’ escupe lava, en el fondo del escenario Axl Rose pega saltos como un poseso en su rincón de pensar, al que se retira cuando tiene que ceder el protagonismo a los demás. Sirva este detalle para recalcar que los que están tocando lo están sintiendo. Y tras los botes, recuerdos instrumentales a ‘Wish you were here’ de Pink Floyd y ‘Layla’ de Derek & The Dominos antes de que salga del suelo el piano de marras para ‘November rain’ y el consiguiente mar de teléfonos móviles al aire. Hay incluso algún nostálgico de pro que alza un mechero.

Todo el estadio corea abrazado ‘Knockin on heaven’s door’ y se predispone para el impacto con la furiosa ‘Nightrain’, que cierra lo que viene siendo el concierto propiamente dicho pasadas las dos horas. Aullidos, bramidos, puede que algún salto del ángel desde la tribuna alta mientras esperan el bis. Y entonces ‘Don’t cry’ pone a todos en ceremonioso silencio y hay quien baila un vals, por qué no, antes de que el solo final atraviese el estadio en línea recta hacia la luna que vigila en lo alto de esta despejada noche primaveral.

Guiño a The Who con ‘The seeker’, momento de introspección con ‘Patience’ y desgañite final con ‘Paradise city’. Toneladas de confeti, truenos, gritos agudos y ovación cerrada. En total, tres horas de generoso concierto como excusa para que cada cual se sintiera libremente como buenamente pudiera. Esta gira de reunión hay que tomarla como lo que es, un regalo inesperado para ajustar cuentas con la última gran banda del rock. Y como tal, funciona a las mil maravillas.

Comparte
Tagged

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *