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Fito & Fitipaldis (2022) WiZink Center. Madrid

Crónicas

“O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano”, afirmaba Harvey Dent en “El caballero oscuro”, sin sospechar que la rimbombante frase profetizaba su destino. En las artes, muchos han seguido la misma trayectoria a ojos de su público primigenio, que resume el concepto en una sentencia menos poética y piadosa: “Tú antes molabas”.

Por ejemplo, Santiago Segura “molaba más” cuando despuntaba en la trinchera de la contracultura (realizando cortos asalvajados como “Evilio” o urdiendo cómics políticamente incorrectos en El Jueves bajo el pseudónimo de Mónica & Bea, las Carmen Mola originales) que dirigiendo comedias familiares para Atresmedia. De la misma manera, a los jóvenes que contemplen al actual El Gran Wyoming leyendo un chiste adocenado del “teleprompter” de “El intermedio” les costará creer que, tres décadas atrás, sus chispeantes presentaciones en “La noche se mueve” o “El peor programa de la semana” eran consideradas la alternativa al “mainstream” televisivo.

¿Y qué carajo tiene esto que ver con Fito & Fitipaldis? Pues porque Adolfo Cabrales es otro artista nacional que sigue cargando a sus espaldas con el sambenito del “antes molabas”. Aún resiste un grupúsculo de militantes que quiere seguir creyendo que lo de Fito con los Fitipaldis es solo “una fase”; que cualquier día se dará cuenta del error, reunirá a los Platero y volverá a desgañitarse cantando “Juliette” o “Tras la barra”.

Hora de despertar: Santiago Segura, El Gran Wyoming o Fito Cabrales están muy felices donde están, llegando a un público amplio de diversas generaciones y clases sociales. Fito es este, el orfebre del rock aseado a lo Dire Straits que llena plazas de toros, pabellones y hasta algún que otro estadio. Hace años declaró, con esa llaneza tan suya, que los nervios le obligaban a hacer de vientre antes de cada concierto, pero que ahora tenía acceso a mejores inodoros. Sé realista: Fito no va a volver a cagar en la letrina sin cerradura de una sala de conciertos de provincias para que tú puedas revivir tu adolescencia berreando “Mari Madalenas” con tus colegas cuarentones mientras os tiráis el mini de cerveza por encima. Bueno, lo voy a decir, el fan obtuso soy yo, y el párrafo anterior, el mantra que me repito a mí mismo cada vez que asisto a un concierto de Fito & Fitipaldis.

LO DE MORGAN

Así pues, Fito & Fitipaldis rozan ya las dos décadas en lo alto de la cadena alimenticia musical, desde el pelotazo en los últimos estertores de la radiofórmula de “Lo más lejos, a tu lado” (2003), y sin merma aparente en su popularidad. Nada menos que cuatro WiZinks llenos en 2022, que suman más de 60.000 espectadores solo en Madrid. Hay que mencionarlo porque hemos dado por sentado el tirón de Fito, como en su día el de Sabina, mientras se aplauden gestas más mediáticas que reales de otros artistas nacionales. Pero Fito sigue ahí, después de tantos años, y no parece que nadie vaya a destronarlo pronto.

Anoche, como en cada fecha de esta gira, Morgan fueron los teloneros. Sorprende que un grupo que ya está en condiciones de llenar dos veladas el Teatro Circo Price abran para otro artista, pero Fito y Morgan comparten agencia de “management”, Cultura Rock, y es obvio que esta tiene interés en que el público del primero se familiarice con los segundos. No es ningún secreto que Morgan, o sus representantes, planean un salto a audiencias mayores, pues el grupo ya tiene fecha propia en el mismo WiZink el próximo 21 de enero.

Cuando Morgan subieron al escenario a las 20:30, el palacio estaba aún a un cuarto de su capacidad. El sonido era embarullado y la ausencia de masa humana lo empeoró, haciendo que la tormenta de decibelios rebotara directamente sobre el cemento y el metal. El vacío creaba un efecto catedralicio que, paradójicamente, no funcionaba mal en aquellas canciones de Morgan en las que convergían hasta tres teclados.

Fue divertido cuando, al final de su hora de actuación, y durante la presentación de todos los músicos de la banda, la cantante Carolina de Juan tuvo un lapsus y afirmó: “Y yo soy Morgan”. No lo achacamos al ego porque sabemos que Nina es, de natural, humilde y agradecida, pero encierra una pequeña verdad: la cantante es la cara y la voz de Morgan, le guste o no. Y quizá haya llegado el momento de dejar de esconderse tras el teclado en un lateral del escenario. Cuando Nina se levanta del taburete y ocupa el centro del escenario, el público reacciona como si viera a Jesucristo caminando sobre las aguas. Por algo será.

«SOIS UNA PUTA BENDICIÓN»

Mientras esperábamos la aparición del cabeza de cartel (juro que, tras todos estos años, aún no he resuelto el dilema de si referirme a Fito en singular, como solista, o en plural, como banda), las pantallas nos anunciaban los productos fitipáldicos que podíamos adquirir en los puestos de “merchandising”. No es que hiciera mucha falta porque tres cuartos de los espectadores vestían ya su propia camiseta, prueba de que el éxito sostenido de Fito se explica por la lealtad de sus seguidores. O en palabras del bilbaíno, repetidas varias veces a lo largo de la noche: “Sois una puta bendición”.

A las diez en punto posamos nuestros ojos sobre Fito, quien cada día es más difícil de distinguir físicamente de El Drogas. Un día deberían intercambiarse la boina y el pañuelo para poner a prueba a sus respectivos públicos y echarse unas risas. Le acompañaban caras ya familiares para sus fans: el guitarrista Carlos Raya, el saxofonista Javier Alzola, el bajista Alejandro “Boli” Climent y el baterista Coki Giménez.

La transversalidad del público de Fito & Fitipaldis hizo que no hubiera consenso en la grada sobre si el concierto debía presenciarse sentado o de pie, lo que provocó pequeños disgustos hasta que la segunda opción se impuso poco a poco. Todos, eso sí, se dejaron los pulmones cantando los estribillos de las canciones y, lo que es más singular, tarareando los solos de saxo y guitarra como si también fueran letra.

Fito tiene nuevo disco por primera vez en ocho años y en esta gira está dispuesto a defenderlo, tocando ocho de sus canciones en directo cada noche. Obviamente esto se cobra un precio en el repertorio: los dos primeros discos de Fito & Fitipaldis han sido expurgados, como si su carrera hubiera empezado con el pelotazo de “Lo más lejos, a tu lado”.

CROWD-PLEASER

Tampoco los dos anteriores a “Cada vez cadáver” (2021) tienen mucha representación, pues Fito, que disfruta siendo lo que los anglosajones denominan un “crowd-pleaser”, sabe que su poder reside en las canciones que toca cada noche del periodo 2003-2006. La época en la que las radios le abrieron sus puertas y todo el país memorizó sus estribillos: “Whisky barato”, “La casa por el tejado”, “Por la boca vive el pez”, “Viene y va”… y por supuesto, “Soldadito marinero”.

La forma de componer de Fito (y Carlos Raya, co-autor de casi todas las canciones recientes) es poco rompedora pero tiene sus ventajas: aquellos que aún no conocían los temas nuevos eran capaces de anticipar sus estructuras y de recitar sus estribillos en la segunda vuelta. Un misterio que nunca logro resolver es cómo un quinteto raspado consigue sonar tan voluminoso, tan orquestal si se quiere; aunque perdiendo un poco de contundencia rock en el camino.

Y eso que Coki Giménez no se reprime con las baquetas y que los dos guitarristas tienen incontables ocasiones de demostrar su talento con su instrumento. Al final, quién sabe si por accidente, es el omnipresente saxo de Javier Alzola el que ha definido el sonido que todo el mundo identifica con Fitipaldis, como el de Clarence Clemons lo hizo con la E Street Band.

Aunque no es esta la noche para apreciar los arreglos. El sonido continúa tan empastado como con Morgan y no acabará de arreglarse en todo el concierto. La acústica de este recinto no es mala y Fito se ha presentado varias veces en él con un sonido competente, pero esta vez la tecnología o la suerte no han acompañado. De propina, el cantante sufre una leve afonía, más evidente cuando habla que cuando canta porque las voces de sus fans no esconden la suya.

La banda se despide por primera vez tras una hora y cuarenta y cinco minutos, después de interpretar “Antes de que cuente diez”. El saludo de despedida pilla con el paso cambiado a los espectadores porque nada les ha indicado que se aproximaba un clímax: podía haber sido tras esa canción o cualquier otra.

De todas formas, no se hacen de rogar y pronto están de vuelta para un primer bis con “Abrazado a la tristeza”, que hace buen uso de la voz y los teclados de Nina. Ssegunda aparición de la cantante en el show de Fito después de que Morgan al completo se unan a los Fitipaldis para interpretar la animada “Quiero gritar». Y luego la inevitable “Soldadito marinero”.

LO DE SOLDADITO MARINERO

Es curioso cómo las canciones se reinventan cuando llegan a cierto estatus en la cultura popular. El “Soldadito” de Fito ha seguido los pasos de la “Princesa” de Sabina: es el momento de mayor comunión de su concierto sin importar que ambas sean, esencialmente, historias deprimentes. Miles de móviles asoman durante la canción, unos para grabar, otros para crear ambiente cual luciérnagas.

El “reprise” acelerado de la última estrofa, repetida hasta la extenuación como un mantra (“después de un invierno malo, una mala primavera / dime por qué estás buscando una lágrima en la arena”), no desmerece a la energía generada por un “Born to run” en un concierto de Bruce Springsteen. El pabellón entero parece desplazarse unos centímetros en ese momento.

Hay un segundo bis con “Entre dos mares”, el único tema de Platero de la noche (no haremos sangre de la ironía de que Fito utilizara una canción de su primer grupo como single por el vigésimo aniversario de Fitipaldis) y la que emplea siempre como cierre, “Acabo de llegar”. Ahora sí, la despedida definitiva llega a las dos horas y media clavadas. El espectáculo de Fito & Fitipaldis, tan profesional en todo (la iluminación, la realización y, casi siempre, el sonido) deja poco margen para la improvisación.

Cualquier reproche que pueda hacerle al concierto de anoche de Fito & Fitipaldis sería el mismo que el de hace un lustro o hace una década, así que tiene poco sentido seguir haciéndolo. Lo único que ha cambiado en los conciertos madrileños del bilbaíno en ese tiempo es el nombre del recinto (WiZink Center, Barclaycard Center, Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid).

El resto sigue inmutable. Pero sucede igual en los conciertos de AC/DC o de los Stones y no los despellejamos por ello, así que quizá no haya que exigirle más a Fito. Él ofrece satisfacción garantizada a su público y este le paga con su lealtad y, vaya, su dinero. Parece un trato justo que puede continuar inmutable dos décadas más para satisfacción de todas las partes.

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