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Estaciones Sonoras Primavera (2023) Cascante

Crónicas
Antes de que la historia se convierta en leyenda

Mi amigo Gorka y yo hemos recordado en muchas ocasiones la vez en que, hace unos veinte años, me comentó que había pasado un par de días de agosto con su chica (hoy madre de sus dos hijos… cómo pasa el tiempo) en un pueblo de Burgos asistiendo a un festival pequeño que se celebraba en un campo de fútbol de tierra dividido en dos para la ocasión: una mitad para los escenarios y la otra como zona de acampada.

El adjetivo que más repetía al describírmelo con bastante fascinación (porque ese festival era un perro verde entre todos aquéllos que querían ser como el FIB, que era donde podías ver a Radiohead) era que se trataba de un festival “familiar”. Hasta tal punto que los propios organizadores te llevaban de excursión (como a un grupo de chavales del cole) a unas bodegas cercanas y allí comías tranquilamente con ellos, compartiendo charla, vino y embutido.

Si le damos ahora al botón de avance rápido del vídeo vemos que dos décadas después ese festival es el reputadísimo Sonorama Ribera. El número de asistentes se ha multiplicado por veinte superando los cien mil, ahora es el FIB el que mira hacia Aranda del Duero, y más de uno de los que a día de hoy pagan cantidades astronómicas para conseguir el más minúsculo alojamiento durante ese fin de semana en el que Aranda y alrededores experimentan una superpoblación digna de película cyberpunk sufriría un ataque de risa nerviosa al saber que antes podría haber plantado su tienda de campaña justo en el mismo recinto donde estaban los escenarios.

Aquellos primeros años están ahora mismo teñidos de un aura casi mítica. Aquel Sonorama del bocata de chorizo en el campo de fútbol es casi una leyenda en la que, como en Liberty Valance, uno ya no sabe pensar qué fue verdad y qué se ha engrandecido: los primeros Sonoramas se han convertido en historia épica que ríete tú de la Ilíada debido al relato mil veces contado.

Entonces llegamos al año pasado y esta vez es mi amigo Paco el que me habla con ese mismo punto de fascinación asombrada de un festival muy pequeño en un pueblo minúsculo de Navarra en el que puedes alojarte a cinco minutos andando de la zona de conciertos y de los bares de la “after party”. Celebrado en el patio de un colegio y en el que la organización monta una paella y una cata de vino y quesos en la plaza del pueblo para amenizar el día… sufro una especie de flashback, o de dejá vú (no sé cuál sería la palabra más adecuada en este caso, probablemente ambas) y siento que, dado que me perdí la época legendaria del Sonorama, no puedo permitirme que me pase lo mismo con el Estaciones Sonoras de Cascante.

VIERNES 12 DE MAYO

El viernes, lo siento por mi admiradísimo Quique González y el resto del cartel, es el día de El Drogas, no queda otra. Cuando voy paseando hacia el antiguo colegio donde se ubica el escenario un coche se detiene a mi lado (mi pinta de festivalero me delata) y una voz con acento vasco me pregunta si sé dónde es el concierto de El Drogas. No dónde es el festival, no: el concierto de El Drogas, que le den a los demás. Me subo al asiento del copiloto para dirigirle (lo siento mamá, me monté en el coche de un desconocido) e Iñaki (sí, se llama Iñaki, y es de Donosti, y lleva chapela, y cuando nos despedimos lo hace con el pertinente “aúpa». Estos primeros años del Estaciones Sonoras también acabarán convertidos en leyenda, pero juro que es un personaje real) y me cuenta que es seguidor de Barricada desde los ochenta y que no puede dejar pasar la oportunidad.

El Drogas es ahora mismo lo más parecido a un patrimonio histórico protegido por la Unesco que hay en Navarra. Así que éste es su día, lo cual se refrenda por el aperitivo en acústico que, en gentileza a sus fans, regala a primera hora de la tarde en un espacio diferente. Pero yo he ido directamente al antiguo colegio (pienso: ¿este colegio será, pasado el tiempo, tan mítico como el campo de fútbol de tierra de Aranda?) y gran parte de las pulseritas que veo al entrar en el patio (sí, el patio del recreo del cole) donde se ubica el escenario son de un único día, para “el concierto de El Drogas”. A primera hora Alejo se esfuerza, y ‘Paso firme’ tiene hechuras de hit, pero el “cole” a estas horas apenas tiene afluencia y la gente está a otras cosas.

Quique González

Llega el turno de Quique González y el recinto, pese al sold out, aún presenta un buen puñado de espacios vacíos. Quique y su banda salen al escenario, y Quique sonríe, y me viene esa sensación que tengo siempre que le veo acercarse al micrófono, con actitud tímida y amable, de que es un buen tipo, y que si yo tuviera una hija y me dijera que su novio es un cantante de rock me preocuparía, pero si luego me presentara a alguien como Quique me parecería el yerno perfecto.

Las canciones del madrileño son por lo general lentas e íntimas, y hasta los bises apenas hay explosiones de agitación salvo en clásicos más movidos como ‘Miss Camiseta Mojada’, pero aún así, la música cálida de Quique, sus palabras tímidas y cercanas entre canción y canción son capaces de quitarnos un poquito del fresquito cascantino a los que asistimos a su concierto con una sonrisa embobada generada por su cercanía modesta. Los bises se llevan la palma con esos dos clásicos que son ‘Vidas cruzadas’ y sobre todo ‘Y los conserjes de noche’ (que está a punto de no ser interpretada por un malentendido con la mesa de sonido, pero afortunadamente no nos quedamos sin escuchar esa frase que en la humilde opinión de quien escribe es probablemente el mejor verso de la música popular en español de las últimas décadas: “la breve intensidad de las primeras luces”). Esos dos temazos dejan a la gente “on fire” y en todo lo alto para la llegada del mesías pamplonica, señoras y señores, admiren a El Drogas.

El Drogas

Todos hemos visto a Iggy Pop lucir torso desnudo a los setenta y muchos y a Mick Jagger, con aún más edad que “la Iguana”, moviéndose por el escenario con una sensualidad que ya quisieran muchos veinteañeros… pues lo de El Drogas es, dentro de su estilo, parecido. Yo no sé si es que mide cuatro metros, pero de pronto, una vez lo ocupa, el escenario parece mucho más pequeño. Tiene sesenta y tres años e infinitamente más carisma que muchos cuasi-adolescentes que copan las listas de ventas. Se ha rodeado de una banda que es capaz de escupir un rock sólido y sin titubeos, y si El Drogas parece un gigante mitológico en el escenario mientras hace molinetes con el pie del micrófono y se contonea como la estrella que es, su voz profunda que aún presenta un puntito de rebeldía ronca y sarcástica inunda el colegio como un huracán de kalimotxo y reivindicación insolente.

Veo a Quique González acodado en la mesa de sonido asistiendo al concierto con una sonrisa (joder, este tío siempre tiene una sonrisa tímida en la boca, malditos cantautores carismáticos) mezcla de admiración y reconocimiento. Cuando llega el éxtasis final de ‘En blanco y negro’ no es sólo que el patio del antiguo colegio de Cascante (en ese momento ya sí, rebosante) esté entregado y a punto de flotar, es que estoy seguro de que si este concierto se radiara a todo el mundo ahora mismo El Drogas sería el nuevo líder mundial por aclamación unánime.

Zetak

El cierre de fiesta llega con la electrónica bailable en euskera de Zetak. No sé si decir que tras El Drogas lo tienen mucho más difícil porque su turno es justo después de alguien que se ha comido Cascante al completo y lo ha digerido sin apenas pestañear o si, al contrario, lo tienen más sencillo porque ahora mismo el público está vibrando y seguiría haciéndolo aunque la siguiente actuación consistiera en un orfeón especializado en villancicos populares… Pronto decido que es lo segundo: hoy el público que inunda el antiguo colegio de Cascante es fundamentalmente el público de El Drogas, así que la apuesta local de Zetak no es más que una continuación de la fiesta navarra iniciada por el ex líder de Barricada, y gran parte de los asistentes corea sus canciones en euskera.

Para los que somos de fuera, su música bailable y divertida nos permite continuar con el buen rollo, y sus bromas entre canción y canción (repetidas en castellano y euskera… mis acompañantes y yo decidimos que el líder del grupo Pello Reparaz habla tan rápido porque tiene que repetir lo mismo en dos idiomas en el mismo intervalo tiempo. No le buscamos otros motivos… digamos químicos, a su rapidez lingüística) no hacen más que incrementar el buen ambiente.

La fiesta continúa tras el cierre del colegio en los dos (sí, dos, sólo dos) bares de copas cascantinos: el “Me lío” y “La Luna”. Paco, veterano de ediciones anteriores, me asegura que, imbuidos por el espíritu del festival, en ambos bares pincharán temas indies durante toda la noche, pero este año apuestan por la radiofórmula y los clásicos de toda la vida (y se hace extraño escuchar de nuevo ‘En blanco y negro’ en versión cd tras haber vibrado con ella en directo unas horas antes). Tal vez es una señal de que estamos a punto de que acaben los años de leyenda… al menos, de momento, tardo menos de un minuto de reloj desde la puerta de cualquiera de los dos bares a la puerta de mi alojamiento, no importa el estado en el que uno esté. Intenta eso en Aranda a día de hoy (ja, ja, ja).

SÁBADO 13 DE MAYO

El sábado al mediodía, paella en la plaza de los Fueros, la plaza central del pueblo (de nuevo, un par de minutos andando). La paella está sorprendentemente buena, y el inicio de los conciertos del mediodía en la plaza está marcado por una sesión completamente indie (saben quién es su público) de las simpatiquísimas (y lo digo con conocimiento de causa, dado que pude charlar con ellas más adelante en el patio del colegio) Mujeres Bellas y Fuertes DJ’s. A los asistentes del festival que copamos una parte de la plaza su sesión nos satisface tanto como la paella, pero este mediodía festivo en la plaza es un punto de encuentro no sólo para los festivaleros, sino para los cascantinos, así que la mitad del público, la gente del pueblo que observa el festival con curiosidad y tremenda hospitalidad pero desde fuera, se queda un poco frío. Y entonces llega el Micromambo de Jairo Depedro.

Micromambo

Depedro es un estudioso minucioso e incansable de la música americana (una especie de Santiago Auserón para los nuevos tiempos) tanto en su carrera en solitario como en sus colaboraciones paralelas. Si con Calexico el campo de acción se centra en Norteamérica y el blues y el country, es ahora con Micromambo donde Jairo Depedro se lanza por completo a descubrirnos la música popular de América del Sur. Jairo tiene carisma, es simpático, cuenta chistes (“nosotros somos Micromambo, o sea que vosotros sois micromambers”), pero sobre todo tiene una maravillosa actitud didáctica (y, por favor, que esa palabra no suene a sinónimo de “puto coñazo”, sino de todo lo contrario) explicando los orígenes de cada canción con anécdotas y curiosidades divertidas.

Y, ah, sí, claro, está la música: boleros, guajiras y todo un catálogo de música popular y bailable que, seas un festivalero cultureta con gafas de pasta o un cascantino cualquiera paseando por la plaza que no tiene ni idea de quién narices son Vetusta Morla, vas a disfrutar por los cuatro costados. ¿Quién coño no va a ponerse a cantar y a bailar cuando escuche las primeras frases de ‘Guantanamera’?. Micromambo es una apuesta muy inteligente porque va a conectar con la plaza al completo, y es la plaza al completo, locales y visitantes, los que bailan y cantan y ríen y se divierten.

Kokoshca

Tras Micromambo, Kokoshca, al contrario que Zetak la noche anterior, lo tiene complicado. Le echan energía, sus canciones tienen fuerza y suenan poderosas, pero tras el subidón de Depedro y compañía, que se ganaron a la plaza al completo, Kokoshca es un concierto “sólo” para los festivaleros y en cierta forma el ambiente se vuelve de nuevo un poquito menos cálido.

Con la llegada de la tarde volvemos al patio del colegio y Amable DJ empieza a subir el voltaje del recinto con una sesión que, al igual que la de Mujeres… al mediodía en la plaza, es un regalo 100% para festivaleros con una sucesión implacable de hit indie tras hit indie. La diferencia es que estamos ya en el recinto del festival, así que el público al completo sabe a lo que va, sabe lo que hay y lo que quiere y la marea comienza a subir, el preámbulo perfecto para el concierto de los primeros murcianos de la noche, Second.

Second

Tengo sensaciones extrañas con respecto a este concierto. Desde el subidón inicial de ‘2502’ hasta el no menos punto álgido del final con ‘Rincón Exquisito’ no se le puede poner un pero, musicalmente hablando, al concierto… pero hay algo que no me encaja. Mi amigo Carlos es muchísimo más fan de Second que yo y, pese a que disfruta del recital como un enano, también reconoce que en el fondo del estómago se le ha quedado una pequeña sensación agridulce, como cuando escuchas un zumbido que no sabes de dónde viene.

Le he estado dando vueltas antes de empezar a escribir y creo que es debido a que a veces las sensaciones se palpan, se transmiten por el aire, se huelen. Tal vez estoy equivocado pero creo que no ha habido ninguna comunicación oficial acerca de la disolución de la banda más allá del típico y aséptico “sentimos la necesidad de explorar nuevos caminos, blablablá” pero no puedo evitar pensar que dentro de Second, ahora mismo, hay una dosis importante de tensión contenida. Insisto en que puedo estar completamente confundido, pero igualmente no puedo evitar sentir que esa energía malrollera que creo adivinar se trasluce inevitablemente (tal vez frialdad, tal vez falta de química entre ellos) durante el concierto.

Viva Suecia

Ya es noche cerrada y a esas horas del sábado la representante sueca está ganando el festival de Eurovisión, así que no nos queda otra que gritar: ¡Viva Suecia! (sí, lo siento, es un chiste muy malo, pero no puedo evitarlo). Si hablábamos de energía, de buen rollo, tanto entre los miembros del grupo como transmitida a toneladas hacia el público, Viva Suecia serían ahora mismo el ejemplo perfecto. Se han subido a la cresta de la ola, lo saben, les gusta y no van a parar de surfear. Se hacen bromas entre ellos, se besan, se ríen, saltan, se gustan… y, joder, todo eso se transmite quieras o no. Si lo pienso, creo que una de las mayores cualidades de Viva Suecia es que son capaces de elaborar “clásicos instantáneos”: ‘No hemos aprendido nada’ (con la que comienzan) y ‘El bien’ (con la que terminan antes de los bises) llevan con nosotros apenas unos meses pero uno tiene la sensación de que lleva coreándolas toda la vida.

Es muy difícil que un grupo sea capaz de reunir veinte canciones para un setlist sin que haya absolutamente un momento de bajón, que alguna de ellas parezca una costura mal cosida por la que se escapa la energía… Viva Suecia están en ese punto en el que lo han conseguido: su concierto está en lo más alto de principio a fin, tanto por la propia excelencia de sus canciones como por la positividad, simpatía y carisma que irradian. Desde mi última experiencia con ellos (la triple noche en La Riviera madrileña a finales del año pasado) han pulido un poquito el show (apenas matices, pero eso demuestra precisamente que hay un trabajo meticuloso detrás, están arriba porque se lo curran) y el saxofón que antes salía a escena sólo para el subidón final de ‘El bien’ y los bises aparece en varios momentos más del concierto, ahondando en la sensación de buen rollo y ola en expansión.

Reconozco que tal vez estoy viniéndome arriba, pero los suecos son ahora mismo lo más cercano que tenemos en el escenario patrio a una banda de rock épico y “mesiánico” de estadio como U2 y Coldplay en sus buenos (y lejanos) tiempos, junto con Vetusta Morla. Hablando de los tricantinos, el trono indiscutible del indie nacional es suyo pero, tras la retirada de Izal… ¿hay alguien que pueda disputarle el segundo puesto a Viva Suecia?. Los suecos han llegado a lo más alto, quieren seguir subiendo y no tiene pinta de que no vayan a conseguirlo.

We are not Dj’s

Cierran la fiesta cascantina unos We are not DJ’s habituales en los festivales. De nuevo, una sesión plagada de exitazos indies salpicada por alguna canción “de toda la vida”. Es fácil seguir bailando después de Viva Suecia, y estos DJ’s que dicen no ser DJ’s consiguen que el ambiente no decaiga y que todos terminemos la segunda y última jornada de estas Estaciones Primaverales agotados y sonrientes.

Vuelta a casa

Volviendo a Madrid, pienso que estas primeras ediciones (¡ya son diez!) de las Estaciones Sonoras de Cascante acabarán convertidas en leyenda como lo son las primeras del Sonorama. Y tal vez nadie, si lee esto dentro de unos años, crea que me tomé unas cañas y unos pintxos en “El lechugero” al lado de El Drogas, o que unas chicas de Palencia que estaban detrás de mí en el concierto de “los suecos” me contaron que, mientras buscaban el colegio, preguntaron a un cuarteto de chicos que caminaban un poco por delante y al girarse vieron que eran Rafa Val y el resto del grupo.

Quizá Estaciones Sonoras sea el nuevo Sonorama, y dentro de otros diez años congreguen a cien mil personas en Cascante, y me alegraré por el pueblo porque son gente encantadora y merecen estar situados en el mapa. Pero igualmente me dará pena que se pierda, usando la misma palabra que Gorka hace veinte años, un ambiente tan “familiar”. Dentro de una década seré un viejito coñazo contando batallitas y parecerá impensable si rememoro que tardaba un suspiro desde mi alojamiento hasta la plaza para comer paella escuchando a Jairo mientras charlaba tranquilamente con unos cuantos cascantinos de lo animado que estaba el pueblo en estos días para ellos de fiesta insólita. Al menos podré decir que fui testigo de la leyenda.

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