El amor ciego era un bocata de nocilla eterno con U2

Artículos Mercadeo Pop Radio Sin categoría

Yo veo el pirulí ese rojo de Sydney y soy como el lobo que aúlla a la cara oculta de la luna. Sé que hay cosas ahí detrás no para todos reveladas. Y mientras tanto suena The Drug of the Nation y mientras tanto, de hecho, lo que es más, se viene Zoo Station. Porque ojo, vamos a hacer una review a pelo y a toda hostia del conci de Sydney 1993. El del dvd. Vamos.

Y suenan los tambores de guerra, suenan las jodidas fanfarrias. Es de locos, es un viaje astral. No creo que haya visto ni vea jamás nada más salvajemente inspirador que Bono bramando «i’m ready» después de tirar el pitillo. Mi padre, que los que cumpla serán 88, tampoco ha visto nada igual, pero ya ha olvidado aquellas tardes encadenadas de 1994. No porque no se acuerde, sino porque se la suda. Me fascina esa capacidad para separar la paja del grano. Para él U2 siempre fue paja.

«Time is a train, makes the future look past», me flipaba entonces y ahora me acojona de la hostia. Porque estamos aquí y veo al Bono guapérrimo enfundado en vinilo que tanto nos inspiró. Y sabemos que existió porque algunos miles le vimos en su paso por Madrid aquel 22 de mayo de 1993. Pero igual ni era él. Ni nosotros estuvimos allí. Qué cojones sabe nadie de nada que pasó hace 26 años. Todo lo que sabes es mentira.

Lo que más me jode de este Sydney 1993 es el puto Julián Ruiz. Si le veis por ahí en los conciertos, no le pidais fotos, eso es lo que quiere. Yo lo que quiero es que sea presente esa instantánea pop de Bono abierto de patas aporreando su guitarra a lo Joe Strummer. Buscando el punk en unos U2 que ya habían dejado todo eso atrás pero que terminaron regresando a tientas para dar consigo mismos en esos acordes. Como cualquiera.

No hay secreto para una mosca en la pared. El desenlace de The Fly me teletransporta a lo que fuera que tenía que ser el rock en los noventa. Es una puta barbaridad por pose, por distorsión y por coda final, luego a su vez encadenada con ese discurso fascinante que me sé de memoria. «Weeeell…» y de ahí palante. Lo que diga Boniato, como siempre, va a la church. Un rato de zapping fulero y luego qué, coño: Even better than the real thing como el serrucho que te parte el cerebro pop en mil.

«This is a rock n roll show, yeah». Y con las mismas me camelé a no pocas incautas, rendiditas ellas al mesías del contoneo, con tu chupa de cuero, canallita, cutre ronroneo. Solo con tu falsete imposibe «you take me higher, you take me higher». Even better than the real thing sigue resultando imparable y ese final, ese «chiiiild», me parte las ingles. Trá trá.

La fat lady pide saber cómo ha de hacerlo. No tiene ni idea pero lo desea. Desea al empotrador Larry Mullen Jr en última instancia, a pesar de que los focos van a la fulgurante rockstar que se arrodilla ante la pantalla gigante. Joder, es que entonces te lo vendían como el fin de los días de la tecnología y, hey, que era así. Sin email, sin redes sociales, sin trolls, sin jodida escoria. Era el siglo XX reventándote en la puta cara y nosotros sin saberlo.

Bueno, que os iba a decir, que sigue Misterious Ways y todo está, evidentemente, bien. Porque ella se mueve de manera misteriosa y porque así tiene que ser. La parte final con el rollo danzarín con la pava de Edge y el falsete perfecto de Bono me acaba de obligar a posturear en la cocina. Los críos creo que piden o dormir o agua o algún tipo de vívere. Como comprenderéis, me da igual, parecen sanos.

One. Obviamente One nos parte a todos el pubis en dos. Solo quería usar la palabra pubis como sucedaneo de pub. Así es. Esta movida es perfecta, o sea, la voz del cantante, la movida del grupo. Buah, un pasote. Y no, no actúes como si nunca hubieras tenido amor, ni vengas a pedir perdón. Vamos, no me jodáis que esta retahíla no es sagrada. Si se me pone en las pelotas fundar la One Church, sabe Paul que esto va palante.

Por loco que parezca, ese Unchained Melody creo que fue mi primero. O sea, antes de saber que eran los Righteours Brothers realmente. Era la de Ghost, pero no un clásico pop de ese calibre. Pero es que aparte de enamorarme de esa tónada, luego llega Judas bramando en Until the end of the world que es, aunque a veces reniegue justo como tiene que ser, lo máximo.

Hay algo gracioso y es que estoy escribiendo esto de espaldas a la imagen. Mirad. Y entonces esa oración: «En mis sueños nadaba contra mis penas pero mis penas aprendieron a nadar». Y el Jim Morrison de pantorrillas rechonchas se arrojó a los mares del otro hemisferio para reinventar el rocanrol ante los ojos de millones de personas aparentemente crédulas. Resuena que te cagas el «da da da da» con la coda final: «This is rock n roll, come on, this is rock on roll!»

Y añado yo. Esta es mi vida, porque antes de que termine de gritar Boniato ya está el bajo de New Years Day y las 65.000 personsa del estadio aplaudiendo al unísono. Coño, que no lo digo yo, es que se ve. Nada cambia en el día de año nuevo. Ni tampoco esta noche, aunque aspiro a no ser el mismo a partir del siguiente segundo. De la misma manera que en la última gira ha sido un momento absolutamente esencial, New Year’s Day se erige aquí como una catedral emérita.





Numb me sigue deviendo dinero. Las 1.499 pelas que pagué por el Zooropa en CD el 5 de julio de 1993, un día antes de irme al Calderón a ver a los Guns n’ Roses más agotados que cualquiera pudiera imaginar. El conci no lo pagué yo, menos mal, tenía 14 años, pero convengamos que era demasiada mandanga.

Qué flipe que Angel of Harlem entonces fuera seminueva, no? O sea, tenía cinco años y era de la gira anterior. Guau. Sí que somos todos viejos de pelotas. Todo esto que escribo, de hecho, viene porque esta tarde Ali e Iván se han atrevido a afirmar que Bono se había operado. Luego, después del jaja, les he recordado que nos vamos de casa rural el finde del 10 de mayo y que entonces necesitaré un altar a solas durante al menso un par de horas ese día.

Quede claro que en realidad eso es una parida, básicamente porque me acabo de montar ese altar aquí y ahora. Y esta es mi enésima carta de amor a Bono cantando Angel of Harlem, pasando por alto que luego viene Stay. Pero antes, yo no he visto cosa más bonica en el rock que ese irlandés treinteañero cantando al viento el estribillo de su canción. La edad de Jesucristo no es una broma, amigos, los 33, aquí le teníamos (jajaja, bah y qué).

Aunque sí que es posible que sea Jesucristo quien entone de semejante manera este Stay. No puedo realmente escribir, así que me vais a perdonar, me voy a clavar una cerve y luego vuelvo mientras me sigue petando el bluetooth. Ojalá fueran las tres de la mañana en punto, pero aún así está tranquilo y no hay nadie alrededor. Solo está el zumbido de un ángel que va hacia el suelo. Y luego el redoble de un ángel que se hostia contra el jodido suelo. La vida.

Flipante me resulta cómo Lou Reed parecía entonces un personaje de otro milenio. Ahí tan tocho en su pantalla. Ya veis, el poeta de Nueva York. Este falsete de Bono me parece arrebatador. La muerte de Lou Reed me pilló haciendo footing un domingo por la tarde tarde cuando mi vida era estar de guardia para Rolling Stone. Fue el 27 de octubre de 2013 y casi me atropella un coche por ahí por Aluche. Entonces, cuando el ZOO TV, Lou me daba igual, pero a partir de ahí entré y mola cuando descubres todo lo que esta ahí ante ti. Este Satellite of Love es, aparte de pionero en su concepción, un puente entre la muerte y la vida.

Los días son como caballos corriendo sobre la colina. Ah, mis días de instituto leyendo a Chinaski. Todavía me queda mucho de aquello en la manera aparentemente amable de tragar mierda en cualquier Dirty Day. Es solo supervivencia antes de que aúlle el cielo y corramos hacia los brazos de América (o sea, Estados Unidos, joder, qué puta manía tienen los anglos de mirarse sus propias pollas).

Running to stand still es una de esas canciones medio escondidas que cuando afloran arrasan. Hay mucha fuerza en estos versos drogatas que pillan mazo sangre de Leonard Cohen. Y luego imagínate, Where the streets have no name. Que ya no tengo ni palabras para la mejor canción de la historia. Mi consentida. A la única que le permito todo. Me mira mal, me la pela. Me mira bien, me hago el loco. Pero eh, que cuando la necesito, ahí estamos. Mis más infantiles recuerdos de por vida conmigo. Bono con americana correteando por ese escenario saludándose a sí mismo. ¿Pero estamos locos? Pues parece que sí.

Where the streets have no name. We’re still building then burning down love. La canción de mi vida. No la más loca, pero sí la que siempre está. Tampoco es una jugada tan airada, es un gol fijo. Pero es que es la polla. Luego está Pride, que no quisiera yo parecer desengañado, pero hombre, está un poco quemada. Es la canción favorita de Atila quien, aún así, se emociona y llora al rociar de gasolina todo lo que pisa. Pareciera que ya no es así, pero quien esto diga no es más que un impío apátrida nihilista y toda esa mandanga. Pride en directo, como Streets, te cagas encima. Y es precioso.

Ay, papá te da más de lo que puedes pagar. Debe ser un flipe escribir esto como nuevo rico y luego ver el devenir de los días casi treinta años después pero, eh. «Daddy’s hold your hand to the end, oh oh sha la, daddy’s gonna pay for your crashed car». En realidad me encanta porque en su día me desconcertó de una manera irreconciliable. Hasta que vi esta interpretación en vivo y comprendí su parte Spinal tap de rock socarrón. Y su pegada irrenunciable anticipando a Lemooooon.

Hablemos de Lemon. Obviamente no me gustaba. A quién coño le gustaba. Así de primeras, a nadie. Pero encontró su lugar en la astracanada de McPhisto que era, tal cual, una burla a todos nosotros. Y la resurección en la última gira de U2, menos irreverente y más circunstancial, bueno, vale, pero también ha servido para apuntalar un discurso tan aparentemente peregrino como certeramente bravío: Somos todos gilipollas.

Me siento como si estuviera descendiendo poquito a poco. Como si me estuviera aferrando a la nada. Hasta que comprendo que el día comienza a medianoche. Un hombre dibuja una imagen que se mueve. Es un soñador y viste de limón. Es un deseo, una aspiración. Es un final feliz según David Lynch. O puede que no.

Esta versión de With or without you siempre me desconcertó. Y eso que era solo seis años después de la original. Pero mola un huevo por eso justo. Porque no la canta el Bono sentido del Joshua, sino el impostor del ZOO TV. Que al final es lo que siempre quiso ser: Un Roy Orbison venido a menos. Un Roy Orbison de Mercadona.

Me vine arriba y canté. ¿Pero quién coño no canta con With or without you? Y lo más jevi de todo es que está Love is blindness. Muy probablemente, ahora mismo, en mi rollo, lo mejor ever de U2. Es que esta sensibilidad, esta voz, esta manera de empalmarse de a poquito. Súbete si quieres, le falta decir.

Y como me lo sé de memoria, pero hasta extremos enfermizos, ahora me remata Love is Blindness. Que solo con esa primera estrofa me destroza. Yo, 14 años, sentado, merendando nocilla con mermelada de fresa (que os jodan). 

Mi padre, ufano, a mi lado, sin tener el menor interés en nada que sea Bono o qué coño, como sigue hasta hoy inmortal a sus 88 palos. Esto es la vida que se nos va. Exactamente esto. El amor ciego era un bocata de nocilla eterno mientras sonaba U2.

Comparte
Tagged

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *