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Cuando comprábamos en Madrid Rock

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Cuando comprábamos en Madrid Rock, fuimos los mejores. Cuando ahorramos cualquier peseta, cuando nos metíamos en el metro en busca de un ideal. Unos pocos minutos de línea 5 después, volvíamos a nacer subiendo las escaleras hacia la Gran Vía. Tan egregia. Y allí, en el epicentro de nuestro mundo, estaba nuestra tienda. Una galaxia repleta de sueños esperando su realidad.

No era nuestra ciudad entonces una sucesión de tiendas de ropa y hoteles de lujo para paletos. Vivíamos donde pertenecíamos. Cuesta un poco eso ahora que tenemos toda la música que jamás llegamos a imaginar. Todo el cine, todos los libros. Todo lo que puedas desear lo tienes en el bolsillo pajillero. Es una obviedad pero, disfrutas más lo que quieres cuando te cuesta conseguirlo. Una casa, un polvo, un coche, un disco. Una puta vida. Consíguetela y que te la metan en una bolsa naranja.

Un día, recuerdo, había ahorrado el dinero justo. Porque previamente ya había ido para comprobarlo. Y me compré el ‘Ballbreaker’ de AC/DC en 1995. Salí del insti e iba tenso como quien va a declararse por vez primera (no a romper esta vez). Enloquecido, dando saltitos. Me levanté en el vagón. El precio era el mismo, ¡qué suerte la mía! ¿Cuál sonará mejor? No sabes cual agarrar. Venga, tú mismo. Vas a ser mi animal de compañía. Te voy a querer como a mi vida misma.

EL VALOR DE LAS COSAS

Dar valor a las cosas que compramos. Y, bueno, a las que no comprábamos, como la hilera de revistas gratuitas de música que arramplabas como un señor para leer en el metro. El regreso a casa era casi más gozoso que la ida. Lo nunca visto, abriendo el disco de turno y devorando textos sobre lo que sea pero siempre música. Ya al llegar a casa y quitar el precinto te podías morir. Así ocurría: moríamos cada día para resucitar en las canciones que seguimos escuchando a día de hoy. Así funciona la vida. Día tras día.

El 20 de diciembre de 1993, que lo pone en el ticket, me compré el ‘Spaguetti incident’ (auto regalo por mi 15 cumpleaños). Malísimo. Pero dios le tenga en su gloria por tantos momentos de esparcimiento jovial. Cinco meses antes había visto a los Guns n’ Roses en el Vicente Calderón y, claro, quedaron ya fijos mis principios actuales: sexo, vino blanco y rocanrol. Lo más fascinante es que ‘Zooropa‘ de U2 salió justo el día antes del concierto y me lo compré pero a su vez me mantuve virgen durante unas horas para centrarme en la movida. ¿Os imagináis? Es imposible ahora. Aquel año vi a los mejores U2 y a los mejores Guns n’ Roses, con catorce años: no me aplaudas que te canto.

Y DE REPENTE LOS FOO

Hostias, compruebo que el 31 de agosto de 1995 me compré el primero de los Foo. Eso sí que eran canciones de fe y devoción. Si no tenía ni trabajo, de dónde sacaría el dinero. Bueno, no sé, a veces te dan los familiares, ¿no? Y te dicen gástatelo en algo bonito. Y tú dices ‘no me lo voy a gastar, lo voy a invertir en la persona que quiero ser en 2022’. Caramba, hemos llegado a 2022. ¿Casualidad? No, claro, es broma. Pero, si nos dejan, el 20 de junio veré a los Foo con Bruno Gallar, que tiene cuatro años y pregunta cada mañana si hay cole y si viene ya Dave. Vamos a pista: pues eso.

Quiero llegar a algún lugar que todos intuimos. A que Madrid Rock era, no sé, la catedral de la Almudena. La nuestra. Ir allí solo a curiosear, a tocar los discos. A entablar miraditas con nuestros semejantes. Un poco Tinder si me apuras, por qué no. Un lugar magnífico al que acudir cuando estabas solo, tuvieras dinero para invertir en algo o no. Faltan lugares a los que acudir ahora, por eso estamos tan solos a veces. Es tan impersonal todo. Menos nosotros. Tú que me lees, das sentido a este esfuerzo. No te canses.

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