Charles Aznavour (2017) WiZink Center. Madrid

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Lugar: WiZink Center. Madrid
Fecha: 31 enero 2017
Asistencia: 6.000 personas
Artistas Invitados:

Vivir sin edad

«No me importa la edad de un artista, lo que me interesa es lo que propone». Esa fue una de las frases que Charles Aznavour me soltó durante la charla que tuvimos a mediados de enero (la puedes leer AQUÍ) para promocionar el concierto que finalmente tuvo lugar este martes 31 de enero en el WiZink Center de Madrid. Y no es la única que mantengo y trato de poner en práctica aún más desde entonces, pues también me gustó esta: «Me gusta escuchar a los jóvenes y saber lo que hacen».

Son respuestas centenares de veces dadas a preguntas inevitablemente repetidas, pero que se tornan en consejos personales involuntarios de un tipo que afirma seguir «escribiendo cada día» porque eso, escribir, le sigue pareciendo un «juego maravilloso». Hablamos de un tipo nacido en París el 22 de mayo de 1924 y que, por tanto, cuando yo acudí siendo adolescente a mi primer gran concierto para ver a U2 el 22 de mayo de 1993, tenía ya 73 primaveras. Y que está en activo desde 1933, año arriba o año abajo, ¿qué importa?

Por eso precisamente no hablamos de un tipo, no, hablamos de un icono que a sus casi 93 años puede que, sin saberlo, viva sin edad mientras prosigue recorriendo los escenarios de todo el planeta: sus siguientes paradas, en primavera en Argentina, Chile, Brasil y Rusia. Dando cada noche una lección de juvenil desaire al paso del tiempo, por mucho que le tiemble la mano al sostener el micrófono y por mucho que transmita cierta aura de ineludible fragilidad.

¿Qué queremos? Lo que pasa sobre el escenario no es más que una ilusión, lo que nosotros como púbico queremos que sea proyectando hacia allá arriba nuestros anhelos y deseos. Pero al mismo tiempo, justo por eso, ese escenario, quizás tramposo, quizás ultra real, nos devuelve la imagen recia que esperamos de Charles mientras repasa su cancionero con patidifusa solvencia.

Durante hora y media cantando, capaz, en pie, paseando por el escenario, amagando con bailar y pegándose incluso un par de carreritas espoleado por ancestrales ritmos balcánicos. Y por eso el cantante nunca quiere bajar del escenario, porque se sabe inmortal viendo el mundo desde él, parapetado tras su micrófono. Aunque en algunos pasajes se apoye sobre la silla que tiene a su lado, solo por si acaso.

FOTOS: WIZINK CENTER
Ante un Wizink Center no lleno totalmente pero bien lustroso con 6.000 personas todas sentadas y butacas en la pista, arranca el truco de magia de Charles (nacido Shahnourh Varinag Aznavourian por su origen armenio) con la habitual ‘Les emigrants’, respuesta de 1986 a la situación actual de este mundo, alarmantemente cíclico.

Se suceden temas en francés y también adaptados al castellano, como ‘T’espero’, ‘Paris au mois d’aout’, ‘Dime que me amas’, ‘Mourir d’aimer’, ‘El barco ya se fue’, ‘Je voyage’ y ‘De quererte así’. El público asiste al engatusamiento de un cantante que podría cantar estas canciones dormido y, de hecho, es más que seguro que lo haga. Sin alardes, sin excesos, pero interpretando con intensidad y flanqueado por una banda que pone los acentos aquí y allá, a veces bien, a veces de más, seguramente para tapar.

Y se muestra jovial, divertido, parloteando mucho y haciendo bromas que más de la mitad no entendemos, pero que provocan risas en los que emplearon su debido tiempo en estudiar francés. Suenan también ‘Mon ami mon Judas’ y ‘Habra un despertar’ antes la bailable ‘Desormais’ de 1969. Lógicamente, la interpretación vocal de esta y las otras no es perfecta, pero Charles es un trilero sabio y oculta las limitaciones más obvias.

‘Nuestra juventud’, adaptación al castellano de ‘Sa jeunesse’, recibe un tratamiento especialmente emotivo y Charles, tras cantar eso de «nada lo puede detener, nadie lo arrima, brinda pues a la salud de nuestra juventud», despega el micrófono de su boca y mira con ojos emocionados a su público con los brazos caídos y gesto de eh, ya lo sabíamos, soy vuestra ilusión.

Pero sin tiempo para detenerse a empiezan los compases de ‘She’, gran clásico revitalizado por Elvis Costello para la banda sonora de ‘Notting Hill’ y que arranca una de las ovaciones más reverenciales de una noche que ya va a velocidad de crucero, confiante, con ‘Ave Maria’, ‘Les plaisirs demodes’, ‘Hier encore’, el swing de ‘Mes emmerdes’, ‘Quien’ («¿será mi relevo?», canta’ y ese baladón romántico que es ‘Comme ils disent’ que es casi el final pero no.

FOTO: 33 PRODUCCIONES
Todavía hay tiempo para la balcánica ‘Les deux guitares’, muy acompañada por palmas por un público que se viene definitivamente arriba cuando Aznavour recorre el escenario a inesperada velocidad con su danza armenia, con el resultado de la gran ovación del recital. Como cuando el mago saca el conejo de la chistera.

‘Venecia sin ti’ precede a su canción más popular, ‘La Boheme’, que provoca un ambiente de solemnidad extrema solemnidad mientras el público acompaña recitando con respeto (tampoco se podían hacer fotos por orden de la organización y, de hecho, el personal del pabellón tuvo que emplearse de vez en cuando para contener a los que caso omiso hacían).

Hora y media de canciones para resumir una de las trayectorias más extensas que se recuerdan es poco, pero también parece una duración adecuada. Como despedida y cierre ejerce ‘Emmenez moi’ con el público ya en pie con los teléfonos en la mano para despedir a un Charles Aznavour que recoge ramos de rosas mientras se despide hasta en tres ocasiones por un lateral del escenario.

Se acabó la función, el truco de magia ha funcionado. El prestidigitador no es un muchacho pero ha conseguido vivir sin edad. Y en un mundo que desprecia a la vejez y ensalza al extremo la juventud (el infantilismo también, pero esa es otra historia), esta es una victoria clara. Charles Aznavour la genera, nosotros la proyectamos y entonces él la hace suya y nos la devuelve. Ah, la vida bohemia, en bucle.

FOTO DE DAVID GALLARDO

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