Bruno Mars (2018) Wanda Metropolitano. Madrid

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BRUNO MARS EN MADRID. FOTO: DOCTOR MUSIC

Bruno Mars monta su luminoso propio reino en Madrid


Tiene convencida Bruno Mars por lo menos a toda una generación. De largo. Los más jóvenes le ven como el ídolo indiscutible del pop del siglo XXI y tienen motivos para ello. Según vamos retrocediendo en la fecha de nacimiento y sumando años en el carnet de identidad surgen progresivamente más dudas y peros. No para una negación rotunda, pero sí para una contextualización necesaria de los acontecimientos.


Hay datos incontestables como las 55.000 entradas agotadas en el primer concierto en la corta vida del Wanda Metropolitano -que mucho tendrá que mejorar en cuestiones de acústica porque es poco menos que una caja de truenos-. También es incontestable el ímpetu jaranero de un público variopinto y de todas las edades que sabe perfectamente lo que tiene que poner de su parte para que la noche de viernes en la ciudad fluya adecuadamente. Ambiente festivo inmejorable, vaya.


Y llega Bruno Mars (Peter Gene Hernandez, Honolulú, Hawái, 1985) después de ganar los Grammy más importantes por su tercer disco, 24K Magic y después de llenar el pasado año el Palau Sant Jordi y el WiZink Center. Pabellones de Barcelona y Madrid que se quedaron claramente pequeños y que han sido reemplazados en esta ocasión por grandes estadios a reventar. Momento de gloria para un artista perpetuamente comparado con gigantes como Michael Jackson o Prince, pero que ya ha montado su propio reinado paralelo, sin necesidad de intrigas palaciegas ni batallas sucesorias.


Y eso que las comparaciones, aparte de odiosas, son planteadas por el propio Bruno Mars, quien actualiza y aglutina en sí mismo todas las referencias imaginables de la música afroamericana: R&B (ochentero y noventero principalmente), funk, soul, hip hop e incluso pop y rock. Vamos, que tampoco ha inventado nada, pero sí sabe cómo meter todo eso en la batidora y ofrecer canciones redondas y conciertos pletóricos (cortos, sí, pues hora y media se hace corto, pero nunca fue el pop medido por los tiempos del rock psicodélico de estadio).


Ambiente de fiesta, dijimos. Por eso cuando con veinte minutos de retraso Bruno Mars y su séquito tomaron el escenario a las 22:20 del viernes el Wanda Metropolitano giró sobre sí mismo convertido en una monumental pista de baile al ritmo de Finesse, 24K Magic y Perm. Ya para entonces poco importa el contexto pues aquí el gentío ha venido a mover las caderas, a cantar, a refrescar el gaznate y hacerse selfies en grupo. A disfrutar y a aullar con los fuegos artificiales que literalmente revientan unos cuantos pabellones auditivos cada vez que innecesariamente explotan. Pero nunca nadie dijo no a un buen estruendo de pólvora.


Flanqueado por su portentosa y numerosa banda, Bruno Mars canta sobrado y también demuestra sus notables dotes como bailarín en Treasure, Chunky y sobre todo That’s what I like (canción del año en los últimos Grammy). Versace on the floor pone el punto meloso en una velada que es ya a estas alturas un triunfo para los congregados, pues éstos nunca dejarían que fuera de otra manera, y que berrean como locos como respuesta a las poquitas palabras en español que salen de la boca del maestro de ceremonias.


Numerito divertido (y mil veces repetido) en Calling all my lovelies precisamente con ese «te quiero mi niña» que suelta el cantante a un teléfono también casi noventero como respuesta a ese estribillo romanticón de «pick up the phone, pick up the phone». Y del azúcar al desparrame funkero de Marry you y Runaway baby, que luego da paso al lucimiento vocal de Bruno Mars en When I was your man, acompañado solo por un piano y por los aullidos de las chicas que se cuelan por su micrófono y retumban por los altavoces en un momento de curiosa intimidad nocturna.


El momento de la verdad llega con un triunvirato incontestable de esos que provocan sonrisas espontáneas: Locked out of heaven, Just the way you are y Uptown funk. Portentoso final para una fiesta tan divertida como fugaz. Porque el público podría haber seguido bailando hasta el amanecer, eso por descontado. Por voluntad propia y porque espoleados por Bruno Mars, las ganas de vida se disparan sin límite. Esa justamente es la premisa principal de su luminoso reino, en el que no hay comparaciones pasadas y solo existe esta noche.


PD: ¡Y una hora para escapar del párking del Wandaaaa! 

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