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Arcade Fire (2022) WiZink Center. Madrid

Crónicas
Corea, que algo queda: Arcade Fire seduce a Madrid en el cuerpo a cuerpo

El bolero de Ravel‘ dura 15 minutos. No es que sea un dato que yo tuviera en la cabeza, pero hubo que mirarlo anoche porque Arcade Fire decidieron ponerlo entero como intro a su concierto en el WiZink Center de Madrid. Si se trataba de generar expectación, desde luego que los canadienses lo consiguieron, pues cuando aparecieron entre el público por el fondo de la pista, la impaciente e interminable espera mutó en un griterío estruendoso por puro efecto rebote. La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma y la banda la controla.

Saliendo entre el público, decíamos, un recurso efectista que siempre funciona y con el que los grandes grupos rompen esa cuarta pared que separa al escenario del populacho. Entrando al cuerpo a cuerpo, por tanto, liderados vigorosamente con un Win Butler en entredicho por las acusaciones de acoso sexual que recibió semanas atrás y que provocaron, entre otras consecuencias y reproches, la renuncia de Feist como telonera de esta gira europea.

Algo esto último que, sin ninguna duda, buena parte de las 12.000 personas que casi llenaron el pabellón (solo unas lonas en la parte más alta del graderío) ni sabían ni tenían interés por saber. Al menos por esta noche, se dejaron seducir por la obra y ensalzaron al autor. Porque Arcade Fire tocó, se dejó tocar, y venció. Desde el arranque de menos a más con ‘Age of anxiety I’ y ‘Ready to start’, el rodillo rodó de lo lindo.

CORO COLECTIVO CONSTANTE

‘Neighborhood #1 (Tunnels)’ provoca el primer coreo colectivo. Una constante, lololó tras lololó, que redunda en la idea de comunidad y reencuentro tras la pandemia que recorre todo el notable último disco de la banda, ‘We‘. Con canciones recientes como ‘Age of anxiety II (rabbit hole)’ o ‘The lightning I’ y ‘The lightning II’ que encajan con razonable solvencia entre los más potentes pelotazos de antaño (qué bueno es el ‘Funeral‘, de hace ya 18 años). Los viejos himnos son los que en realidad siguen vendiendo entradas para sus conciertos.

En ‘Afterlife’ vuelve Win a mezclarse entre la gente, esta vez en solitario. Es él mismo quien va abriéndose camino, con el personal de seguridad detrás. En su periplo, una chica se gira distraída en mitad de la pista y se lo encuentra de frente. Menuda cara de susto por verse inesperadamente en el epicentro de la movida (desde la grada baja esa imagen se me queda guardada y me sigo riendo ahora que la recuerdo). Llega Win al pequeño escenario del centro del pabellón, se pone en pie encima del piano y, coronado por una gran bola de discoteca que cuelga del techo, se deja amar. Así, sí. Menudo baño de masas reparador.

Pasan cosas constantemente. Win Butler y los suyos pelean sin descanso para generar la mayor cantidad de energía posible. Tras unas pocas canciones ya resulta imposible contabilizar los instrumentos que han tocado estos ocho músicos que, aparte de cambiar de posición en cada canción, también disfrutan intercambiándose los papeles. Incluso el fichaje Paul Beaubrun, en plan regidor televisivo desquiciado, llega a tocar las congas con sus largas rastas. Todo ello genera un dinamismo diferenciador que hace de Arcade Fire una máquina de directo básicamente infalible. Incluso hay momentos en los que llegan hasta a cantar todos a la vez: ¡Y son muchos!

OTRAS CRÓNICAS DE ARCADE FIRE

Cualquier cosa es posible sobre ese escenario enorme que se les queda pequeño porque, entre otras cosas, tiene dos baterías para los momentos en los que Regine, perpetuamente efervescente en su magnética versatilidad, se sienta a macharla. Arcade Fire son, por cierto, todo lo contrario al pregrabado signo de los tiempos. Multi-instrumentistas dislocados para los que lo importante es la canción tocada en el momento delante de los que están. Esa es la esencia, no su traslación a las pantallas donde manda la fugacidad de los likes de mierda que no valen nada.

Todas las fotos son de Ricardo Rubio
Fotos de Ricardo Rubio
Todas las fotos son de Ricardo Rubio

El espectáculo está en la banda, pero para que la cosa no quede canija ahí está esa gran lona con forma de arco, que para algunos tiene reminiscencias a Pink Floyd, sobre la que se proyectan imágenes y colores de manera constante. Hay un poquito de rayos láser. La guinda la ponen un poquito de láser y esos muñecos hinchables gigantes de colorines que tanto gustan a los yankis y que parece que están bailando pedo, siempre a punto de desmoronarse. El sonido empieza un poquito tal, pero pilla pronto el punto de mejora razonable. Algo encomiable teniendo en cuenta todo lo que hay ahí arriba sonando a la vez.

Pero aquí no se desmorona nadie porque está derramando épica ‘Rebellion (Lies)’ en otro coro colectivo que roza lo delictivo si medimos en decibelios. ‘The suburbs’ siempre resulta tan deliciosa. Y ahora es Regine quien abre el océano de almas ante sí para alcanzar el segundo escenario con esa ‘Sprawl II (Mountains beyond mountains)’ que ya hubieran querido para sí los Bee Gees. Como hubiera querido ABBA este ‘Everything now’ que repentinamente se ha convertido en un clásico, seguramente porque, qué leches, ¿a quién demonios no le gusta ABBA?

SPANISH BOMBS DE LOS CLASH

Tiempo para un bis en el que el escenario pequeño que parece ridículamente pequeño, de nuevo, por el exceso de gente con instrumentos variopintos. Con la bola discotequera de espejos girando sobre ellos y reflectando tocan ‘End of the empire I-III’ y ‘End of the empire IV’. Dupla nueva que rematan con el guiño local de tocar ‘Spanish bombs’ de los Clash. Alegría y alboroto de un público que le compraría todos los perritos pilotos a estos feriantes con espíritu de músicos callejeros.

Esto se acaba. Y tiene que ser con ‘Wake up‘, una de las canciones definitivas del rock de estadio. Con significado especial para los fans de U2, pues era la grandilocuente intro en el ‘Vertigo Tour‘ de 2005-2006. Perfecta como colofón multitudinario con su guitarra de serrucho, su pesada cadencia rítmica, las miles de gargantas rotas a su paso, noche tras noche, brazos bien abiertos en alto.

Esta vez no acabaron en la calle convirtiendo Fuente del Berro en Nueva Orleans como en anterior visita de 2018, pero sí se marcaron una batucada entre el público hasta una esquina al lado del escenario por la que desaparecieron por la puerta de emergencia. «Cuidados los unos a los otros», se despidió Win, jaleado por lololos y oeoeoes constantes. Cánticos comunales que nos recuerdan que ‘We’ somos, efectivamente, nosotros. Y que somos más nosotros que nunca cuando todos cantamos a la vez. Así que tú canta, aúlla, corea, que algo queda. Siempre.

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