Ed Sheeran (2019) Wanda Metropolitano. Madrid

Crónicas
ED SHEERAN en Madrid (Foto de Ricardo Rubio)



Ed Sheeran en Madrid: La fórmula más rentable, pero no infinita

El tamaño del éxito de Ed Sheeran sigue pareciéndome fascinante. Porque estamos acostumbrados a que los estadios los llenan grupos o, como poco, algún solista pero acompañado por músicos. El inglés es por ello toda una curiosa anomalía, pues ahí está él acercándose al escenario por un lateral de la pista acompañado por un par de técnicos y… ya. Y este pelirrojo ha congregado a toda esta gente en Madrid como ya hizo el viernes en el Olimpico de Barcelona y como lleva haciendo por todo el mundo ya una buena temporada.

A Zara Larsson como primera telonera no llegué, mientras que a James Bay, que parece molón, me tocó escucharle desde fuera porque llegar al Wanda dichoso sigue siendo y siempre será una tarea titánica. Los novatos no creen que sean para tanto y siguen empeñados en llegar hasta la frontera entre Madrid y Coslada con un coche que luego tienen que aparcar por ahí. Así que hasta que no llegó mi acompañante, hubo que esperar fuera.

Pero bueno, que llegamos en punto. Y menos mal, porque son las nueve de la noche y con puntualidad británica aparece Ed Sheeran (Halifax, Reino Unido, 1991) en las pantallas gigantes caminando sonriente hacia el escenario. Parece relajado y confiado, pero en ese paseíllo que mencionábamos puede sentirse también un componente de vértigo pues, no en vano, va a plantarse ante 55.000 personas con su guitarra como único apoyo. Solo ante el peligro.


Mientras el público sigue entrando literalmente corriendo y en riadas -aquí hay que venir a poder ser en transporte público y con tiempo, eh-, pasa a la acción el músico de 28 años con Castle on the hill y el Wanda Metropolitano se convierte en un gran karaoke pop en el que los cánticos se mezclan con los aullidos. Eraser y The A Team apuntalan un arranque rotundo sobre el que Sheeran levanta el resto de la velada.

Sin ser mastodóntico, el escenario es todo lo grande que tiene que ser para no quedar pequeño en el marco de esta gira de estadios con la que el inglés va rumbo a quitarle a U2 el primer puesto en la lista de giras más taquilleras de la historia -los irlandeses lo lograron con el 360, su último tour de estadios entre 2009 y 2011, y está por ver si este Divide Tour que empezó en 2017 finalmente lo logra-.

Ed Sheeran luce chiquitito en el fondo del estadio, pero se agranda poco a poco mientras suenan temas como Don’t, Dive o Bloodstream antes de I don’t care, el más reciente éxito de Sheeran junto a Justin Bieber, que reconfirma al británico como una auténtica factoría de éxitos -como su ‘padrino’ Elton John, que tuvo buen ojo en este caso-. Podría parecer frágil tan solitario ante la multitud, pero como es un cantautor atípico, en realidad el público come de su mano.


Canta Sheeran con solvencia, toca la guitarra con fruición y la aporrea con fuerza -por eso tiene que cambiarlas reiteradamente-. Genera así él mismo los sonidos que acto seguido convierte con sus pedales en ‘loops’ sobre los que montar cada canción. Una fórmula difícil de manejar pero sencilla en realidad. Tanto que cabría preguntarse si mejoraría con una banda real de acompañamiento, aunque a la vista de las cifras y de la entrega del público no parece que eso sea necesario.

No vendría mal ese cambio, en cualquier caso, para ofrecer algo diferente, pues los conciertos de Ed Sheeran van perdiendo lógicamente el factor sorpresa. Incluso pueden resultar lineales y un tanto aburridos para los menos acérrimos -ya pasó este tour por el WiZink Center en 2017 en tamaño pabellón, con muchísimas similitudes-. Al final, las canciones son las que sustentan todo, como siempre, aunque quizás no debiera fiar el británico todo su futuro a ellas de esta manera ya conocida por todos.

El sonido, tan controvertido en los pocos otros conciertos celebrados en el Wanda, acompaña razonablemente en esta ocasión escuchándolo desde la grada lateral. No debería ser especialmente complicado ecualizar y controlar lo que sale del escenario, pues es una mezcla sencilla de voz, guitarra y loops. El técnico en esta ocasión sale airoso con solvencia, aunque tampoco puede decirse que fuera perfecto.

Sea como fuere, aquí la gente ha venido a cantar las canciones de Ed Sheeran, pildorazos pop que gustan a toda la familia. Gustan mucho, de hecho, pues no olvidemos que él fue el único capaz de destronar por un año -2017- a Drake como el artista anual más escuchado en esa unidad de medida que ahora tanto usamos todos como es Spotify. Quizás las canciones del inglés no sean las mejores, pero precisamente por ser suyas calan profundo. No ha inventado la pólvora, pero sabe perfectamente cómo encender una buena hoguera de campamento -sus canciones ya son nuevos clásicos en estos ambientes-.

Lo tiene controlado, en definitiva. Y además, con los años ha aprendido el maestro de ceremonias a dirigir a las grandes audiencias. Con sus sonrisas de chico bueno, con sus gestos sencillos de tipo normal que bebe agua mineral entre canción y canción (por eso gusta a toda la familia también, eh). El gentío lo goza con Lego house o la enérgica Galway girl. Y el estadio se convierte en un océano de teléfonos encendidos con el romanticismo entregado de Thinking out loud.


Cuesta abajo y sin frenos, en algunos pasajes incluso revolucionado de más, Ed Sheeran remata la faena con Photograph, Perfect, Sing y Shape of you -la canción más escuchada de la historia de Spotify con algo más de 2.000 millones de reproducciones-. Como guiño final se viste el británico con una camiseta de la selección española de fútbol y ondea una bandera de España, algo que, ya se sabe, siempre es recibido con alegría y alboroto por la afición local.

Una última aún: You need me, I don’t need you. Cierre relativamente reposado después de 107 minutos de concierto convincente. No en vano, Ed Sheeran es algo así como el ‘chico maravilla’ del pop del siglo XXI, el cantautor de las multitudes milenials. Y aunque seguro que sigue sintiendo un poquito de vértigo al menos cada noche mientras camina hacia el escenario, en realidad está claro que le gusta estar ahí arriba solo ante el peligro. Otra forma de hacerlo no conoce y por eso, por muchos estadios que llene, tendrá que terminar sacando algún conejo de la chistera. Aunque su fórmula sea la más rentable, casi seguramente no será infinita. 

PD: El Metro abarrotado y todo el tráfico de San Blas colapsado un martes a las once de la noche. Pero bueno, no pasa nada. Ed Sheeran se fue dejándonos un atasco precioso para cantar sus canciones de vuelta a casa. La la la.

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