Escuchemos juntos ‘Simulation Theory’ de Muse: Mejor de lo esperado pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía

Críticas Discos

No recuerdo bien la primera vez que supe de Muse y eso me jode. Estoy casi seguro de que fue en el verano de 2001 en un apartamento playero que tenía la familia de mi novia de entonces. Cambiando de canal ahí apareció el videoclip de Bliss con ese tipo de pelo rojo cayendo por un agujero interminable. Algo había en todo eso porque se me quedó grabado. O quizás sería más apropiado admitir que me quedé prendado del maldito notas.

A la vuelta a Madrid a los pocos días estaba en el Madrid Rock de Gran Vía con el disco Origin of Simmetry en las manos. Valorando si hacerlo o no. Porque antes todo era de otra manera, queridos niños. Antes realmente invertías en música todo lo que tenías. Y siempre había un último momento de duda: ¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Merecerá la pena lo que imagino que hay aquí dentro? A veces te hacías esas preguntas casi ya por una cuestión ritual, pero en otras podías llegar a padecer sudores fríos, a perder el equilibrio mientras te zumbaban los oídos. Este último era un síntoma inequívoco de que la estabas cagando pero, aún así, la mayoría de las veces tirabas millas. Pero lo gozabas igual.





Yo tiré millas con Origin of Symmetry porque me fascinó el tipo aquel en caída libre, porque mi color preferido es el naranja -el de su portada- y porque sinceramente sentía que había dado con algo grande. Como hacía siempre que compraba un disco en Madrid Rock, pagaba, me metía corriendo en el Metro, montaba en la Línea 5 hasta Carabanchel y miraba el libreto intentando descifrar las claves, leyendo los agradecimientos del grupo, contemplando las fotos o lo que fuera que hubiera. Había mazo de estímulos.

El plastiquito lo quitaba siempre antes de bajar al Metro, no podía más, y era un instante de silencio absoluto en el centro de Madrid, con las sienes latiendo. Así de sexualmente íntimo. Y cuando despojabas al álbum del plástico de marras, comenzaban a atronar los motores de los coches, los cláxons, las palabras perdidas en conversaciones infinitas que te rodeaban. La ciudad te abrumaba y por eso acto seguido te refugiabas en el suburbano, siempre tan acogedor a su demente, individualista e impersonal manera.

Al llegar a casa, raudo a encerrarme en la habitación y a reventar los altavoces. Porque sí, porque no había otra manera de hacerlo. Y así me adentré en New Born, en Bliss o en esa Space Dementia que en este preciso instante estoy escuchando con los auriculares a toporrr mientras espero a que llegue la medianoche para encontrarme con el octavo álbum de Muse ante mi en todo su esplendor en Spotify. Ya no es necesario desplazarse si no quieres, pero puedes montarte la ceremonia a tu maldita propia manera. 17 años después de Origin of Symmetry -no fue el primero, yaaaa, pero por él entré y luego ya retrocedí también hasta Showbiz-, definitivamente habitamos otro jodido planeta, pero aún podemos reconocernos en las canciones que nos hicieron nosotros.

Me gustaría realmente volver a sentir todo aquello exactamente de la misma manera, no cambiaría nada. No es posible, pero recuerdo con nitidez al menos cómo me voló la cabeza Absolution (2003) y cómo vi claro el futuro el 14 de noviembre de aquel mismo año al ver por primera vez a Muse en La Riviera madrileña. Este grupo iba a ser tan grande como quisiéramos todos que fuera, pero ya entonces era inalcanzable. Podría repasar ahora todos sus discos y todas las veces que les he visto en vivo, pero eso lo vamos a hacer al final con una recopilación de enlaces, ¿va?

Ahora lo que vamos a hacer es lo siguiente: Comentar Simulation Theory mientras lo escuchamos juntos entero por primera vez. Yo he conseguido que todos los que en esta casa tienen que dormir estén durmiendo. Tengo mi botella de vino y mis cervezas bien frías. Y ya estoy escuchando Algorithm. Vaya por delante que, como es natural y como cualquier persona de bien, opino que los mejores años creativos de Muse quedaron atrás y tuvimos la suerte de vivir en tiempo real su delirante ascenso. No cuento con encontrarme ahora con una obra magna que me cambie la vida pero, una cosa: Este primer tema está consiguiendo que pierda el hilo de lo que quiero contar.





Es un sonido clásico de Muse, con mucho sintetizador y una guitarra que da gloria oírla por ahí. Tiene, efectivamente, ese ambiente retrofuturista de ciencia ficción que ya conocemos por los cinco adelantos del álbum, pero en esta primera escucha me congratula sentir que mereció la pena guardar Algorithm hasta la noche del estreno. Hay épica, hay nocturnidad, hay un poco de banda sonora de videojuego vintage incluso -yo los ponía en mi Amstrad CPC 6128 y grababa las canciones a pelo con un casete con micrófono y luego las escuchaba con atención en bucle, así que algo de eso debe haber aquí-.

The dark side ya la conocemos y me reafirmo al tenerla al fin en su contexto. Es el avance que más me gusta de los cinco que tenemos porque básicamente me parece una melodía acertada que en otro tiempo, con la correspondiente distorsión megalomaníaca, pudiera ser un clásico del grupo. En esta ocasión seguimos con los sintetizadores dominando y por eso no voy a decir más lo del ochenterismo. Parece algo deliberado para dar empaque al todo y, de paso, distanciarse del hard rock clásico de la anterior entrega del grupo, Drones (2015).





Pressure pareciera que va un poco en la línea de Drones, precisamente, pero es solo un espejismo, pues la producción va por otros derroteros. Tiene un punto reconocible como si fuera continuación de algo que ya tenemos asimilado de algún lustro anterior, seguramente por los suaves arreglos electrónicos o quizás por el riff de guitarra clásico. Algo tiene que está bien, pero que no termina de rematar. Además, esta Pressure se hace demasiado larga, se podrían haber ahorrado prácticamente un minuto por repetitivo.

Vamos por la cuarta: Propaganda. Un inicio prometedor nos lleva a un rollito Prince con Bellamy susurrando con falsete de ‘fat lady’ -así se describe esto en la discografía de U2-. ¿Hemos dicho ya suficientes veces lo de la inspiración en los ochenta? Donde debería llegar un solo distorsionado aparece un solo de guitarras desenchufadas en plan country, eso queda original. «You’re killing me with your propaganda», la clásica paranoia de Matthew (a espera de profundizar más en unas letras que a priori no me parece que tengan una narrativa clara).

Break it to me también resulta un tema prometedor con un riff de guitarra sencillo y pegadizo, pero no vamos hacia el rock, es más bien un R&B desparramado cercano a la música industrial. Suena bien, está chulo, aunque me parece de nuevo que con una producción más simple y orientada hacia el rock, lo que llevamos escuchado hasta ahora me gustaría más. El solo de esta canción, que al final resulta un tanto hipnótica, sí me parece un puntazo porque está totalmente deconstruido.





Something human es un tema folk-pop-electrónico digno de los títulos de crédito de alguna road movie intrascendental de las que veíamos en VHS cuando éramos críos -bueno, de eso va un poco el videoclip en definitiva, ¿no?-. Yo era socio del vídeo club Bogart y mi número era el 1130. Es uno de esos datos que nunca olvidaré de tanto repetirlo y al escuchar esta canción me ha venido a la cabeza ahora. También recuerdo que alquilaba compulsivamente comedias mierderas y pelis de artes marciales. Qué guay, joder.

Thought contagion me parece básicamente una broma, así en general, aunque me gusta el sonido de rock pesado y el golpe duro en la batería de Dominic. Me molesta, de hecho, que esto último esté diluido en este álbum en programaciones, cajas de ritmos y efectos varios. No sé si tendrá algo que ver con esto del contagio mental, pero estoy viendo La Resistencia sin volumen y está Broncano charlando con Isabel Coixet. Es curioso cómo se alinean los astros en ocasiones, como dándonos pistas de algún tipo de cataclismo.

Get up and fight es un pop facilito con trazas de EDM en 8 bits. El estribillo es una rémora del AOR más clásico con Bellamy aullando el título. Pues mirad, esta me gusta un poquillo ahora mismo, así a la primera, aunque pareciera imposible que estemos hablando del mismo grupo que parió Showbiz. Es pegadiza como música de feria en las estrofas y tiene cierta pegada cuando hay que alzar el puño -la batería vuelve a ser eso en este tramo-.  Tiene un punto adolescente, aunque los agudos de castrato de Matthew no pintan gran cosa. Y tiene también, al mismo tiempo, todo lo malo que puede apestar de Muse: La afectación fofa. Resulta intrascendente, en cualquier caso, y nos remite al punto de inflexión del grupo, aquel Neutron Star Collision (Love is forever) que hicieron para Crepúsculo y desde el que nada fue nunca jamás igual.

Vamos por la nueve, que se llama Blockades. Otro comienzo que pone los dientes largos, dadme un segundo, que voy a concentrarme. Tiene un punto Knights of Cydonia de eso de ir trotando sin dirección pero con determinación. Sí, definitivamente este tema pretende reverdecer viejos laureles, apuntalado por unos coros bien perpetrados y un solo de guitarra la mar de procesado. No me convence el remate final porque parecía que la jugada iba para gol pero se ha ido más lejos de la portería de lo que parecía. Un efecto visual.

Muse parecen tener toda la confianza del mundo en Dig down, el décimo corte. No comprendo muy bien por qué, aunque a base de escucharlo uno le va cogiendo cariño con ese corte góspel redentor, pero qué sé yo. Será un momento álgido en la correspondiente gira de presentación, sobre todo si en su traslación al directo gana en crudeza. Resulta sencillo no ya imaginar, sino directamente ver al Wanda Metropolitano entregado a la causa en ese futuro 26 de julio de 2019 -me buscáis en pista general-. Manitas al aire, coro multitudinario y caras sonrientes en las pantallas gigantes. Sí, eso va a ser así justo en este momento. De hecho, ya lo anticiparon en la actuación en el programa de Jools Holland en la BBC.





Y vamos con The Void, que es la once y última. Electrónica a saco y unos sintetizadores que parecen presagiar algo verdaderamente chungo en el horizonte. Pero justo entonces viramos hacia la luminosidad abriendo la puerta de la pomposidad y caminando hacia ella con los brazos totalmente abiertos: «They’ll say, no one will find us. That we’re estranged and all alone. They believe nothing can reach us and pull us out of the boundless gloom. They’re wrong. They’re wrong. They’re wrong. Babe, they’re wrong. They’re wrong. They’re wrong».

The Void es otra de las canciones grandes de Simulation Theory. Con Algorithm y The Dark Side cuanto menos. Y bueno, pues ya está, porque nos quedamos en las once de la versión normal y ahora en un rato me adentro en las deluxe en solitario. Una primera escucha, sin más, no pretendo sentar cátedra. Pero sí digo que me ha gustado más de lo que esperaba, aún estando lejos de las mejores obras de Muse. Esto último parece un mantra al que estamos abocados todos según vamos cumpliendo años, natural como la vida misma y la muerte consiguiente. Pero tampoco nos cortemos las venas ni hagamos dramitas, no es mala cosa un nuevo álbum de Muse nunca.

Es curioso, ahora que tanto volvemos a hablar de Queen, me gusta compararles desde hace tiempo, pues los de Freddie Mercury parecen incontestables ahora, pero lo pasaron mal en el primer lustro de los ochenta por alejarse del rock y adentrarse en nuevos territorios más poperos de la época, aún a pesar de algunos pelotazos que te cagas. Pero comparativamente con sus años locos de los setenta, iban a menos porque los discos no terminaban de cuajar como obras totales, aunque seguían siendo una garantía en vivo. ¿Nos suena eso?

Y bueno, que me gusta, en definitiva, cuando Muse son un grupo de rock y me despierta curiosidad todo lo demás, aunque me parece que hay más de azar que de verdadera inspiración en todo esto de la Simulation Theory. Ensayo y error para encontrar algo, lo que sea, después de entregarse al rock en Drones. Loable el giro de intenciones, aunque el resultado musical ya sea más discutible. Intuyo, en cualquier caso, que conseguirán algunos nuevos fans gracias a la originalidad resultante.

Tanto como para abrir otra botella de vino y meter otras doce cervezas en el congelador con toda la premura. Y mientras sigo viendo a Coixet y Broncano gesticular absurdamente, vamos a cumplir lo antes dicho y repasar unos cuantos viejos conciertos de Muse. No sin antes sentenciar un poquito al menos: Algorithm es la puta clave. Un poco The Void también. Y un bis: Simulation Theory es mejor de lo esperado pero, como bien alerta el Señor Lobo en Pulp Fiction, hay que mantener la prudencia ante sucesivas escuchas que nos pueden llevar al abismo de la intrascendencia y la indiferencia más absolutas, de manera que ‘no empecemos a chuparnos las pollas todavía’. Una frase mítica del cine de los primeros noventa para unir la década inmediatamente anterior propuesta por Muse con nuestro tiempo presente. Cualquiera que sea éste.




Y ahora sí, vamos con el prometido repaso a las crónicas de conciertos de Muse -también estuve en Vistalegre 2004 e hice doblete en 2016 en Madrid pero de la segunda noche no hay crónica porque a la mañana siguiente temprano me fui a Lisboa a ver a AC/DC con Axl y, qué queréis que os diga, pues me dio por dormir un rato antes de cambiar el chip y ponerme a cantar fados eléctricos-.

Muse (2003) La Riviera. Madrid
Muse (2006) Palacio de los Deportes. Madrid
Muse (2009) Palacio de los Deportes. Madrid
Muse (2010) Vicente Calderón. Madrid
Muse (2013) Estadio Olímpico. Barcelona
Muse (2012) Palacio de los Deportes. Madrid
Muse (2015) Bilbao BBK Live. Madrid
Muse (2016) BarclayCard Center. Madrid

Comparte
Tagged

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *