Rosalía (2018) Plaza de Colón. Madrid

Crónicas

Rosalía lanza un mensaje al mundo desde el centro de Madrid


Rosalía tiene rollazo. Tiene ese ‘no sé qué’ que tienen quienes no vienen a ocupar el hueco de nadie, sino a crear el suyo propio. Uno que antes no parecía estar ahí, pero que a toro pasado nos parece imposible no haberlo visto antes. Por eso parece que la barcelonesa lleva con nosotros toda la vida, aunque a sus 25 años lo cierto es que todavía está en la rampa de lanzamiento.

Se encuentra, de hecho, en la cuenta atrás para el advenimiento este 2 de noviembre de su segundo álbum, El mal querer (Sony Music, 2018), indudablemente el hype más tocho de la temporada por obra y gracia de sus dos adelantos, que suman alrededor de cien millones de escuchas en streaming de sus rotundos audios y visualizaciones de sus rompedores vídeos: Malamente y Pienso en tu mirá.

Y sí, ya he empleado por ahí la palabra maldita, ‘hype’, pues es incuestionable que Rosalía es ahora mismo la definición de sobreexposición mediática. Pero hay que defender que, al contrario que muchos otros en esta época de fugacidad y tontería, su propuesta tiene mimbres. Empezando por ese álbum que es algo así como una ‘tragedia-amorosa-flamenca-urbana’, y pasando por su correspondiente puesta en escena, que no deja indiferente a cualquiera con los ojos en su sitio.

Y no es lo mío el flamenco tradicional del que bebe Rosalía, como tampoco lo son en realidad todas esas otras mujeres que recurrentemente se nombran buscando la ubicación espacio-temporal. Que si M.I.A., que si Dua Lipa, que si Beyoncé. Al final son comparaciones, un poco pérdida de tiempo, pues sobre las tablas está la barcelonesa personificando su personalísimo universo. Con una identidad propia que conecta fuertemente con toda una nueva generación -muy jovencito el público en Colón- no solamente en España (al llegar al recinto, me gustó la imagen de Rosalía actuando bajo esta enorme bandera, dispuesta a rematar la conquista internacional).


Y ya que hablamos de Colón, 11.000 jóvenes desafiando al frío en la noche de Halloween. Porque la idea de hacerlo en este lugar es molona por el entorno y por el impacto en los noticieros. Pero igual se nos va un poco de las manos en este país eso de montar cositas al aire libre -un poco como lo del concierto de Metallica el 3 de mayo en Valdebebas, que como le dé por llover vamos a flipar, pero eso no viene al caso ahora-. Hoy Rosalía tuvo suerte, en cualquier caso, pues las lluvias dieron tregua y los chubasqueros terminaron sobrando. Así de bien le sale todo a ella este año.

Y bueno, eso, que a cinco minutos de las ocho, cuando el gentío ya comenzaba a impacientarse amargamente por la media hora de retraso, cruzaba Rosalía la Plaza de Colón, con paso firme y determinación. Con la mirada puesta en ese escenario al que se acercaba mientras las más de 11.000 personas que abarrotaban el recinto -convenientemente vallado y controlado- aullaban y gritaban su nombre. Su sola presencia hizo temblar las canillas del gentío que se congregó en esta céntrica plaza capitalina desafiando al frío para asistir in situ a la presentación de El mal querer.

Como si fuera una boxeadora o una luchadora, alcanzó finalmente ese ring en el que se quitó la bata rota que tapaba el vestido rojo diseñado por Palomo Spain e inspirado en la icónica escena de los pétalos rojos de la película American beauty. Y entre gritos de «diosa» y «guapa» arrancaba una actuación original y personalísima, puesta en escena de un álbum igualmente inclasificable -que hay que escuchar en orden de principio a fin, como tendría que haber sido este concierto, aunque no fue así-.

Flamenco, pop, R&B y música electrónica con El Guincho al fondo del escenario para lanzar las bases y controlarlo todo, flanqueado por dos cantaoras femeninas y dos palmeros masculinos a ambos lados. Bien arropada por una decena de bailarinas vestidas de blanco que bien podrían formar parte de un equipo olímpico de gimnasia rítmica, se suceden Maldición, De madrugá, Presiento y Bagdad con una escenificación atrayente en la que el carisma de Rosalía atrapa toda la atención.


«Madrid buenas noches. No sabéis la ilusión que me hace estar aquí y veros en esta plaza pasando frío conmigo. Me hace muy feliz, os quiero mucho», dijo a la concurrencia, entregada desde el primer momento, que respondió con aullidos a todas y cada una de sus palabras. Rosalía se arrancó después con una interpretación a capela de Catalina en el extremo de la larga pasarela que salía desde el escenario, con un leve acompañamiento de cajón flamenco que provocó un inesperado silencio reverencial.

Salvaje cambio de tercio desde la tradición hasta la vanguardia que impregna ese retador De aquí no sales que canta subida en un quad en este caso de atrezzo, aunque los arreglos de los acelerones de tubarros pregrabados son los que llevan el tema hasta territorios desconocidos e inexplorados. El crescendo final se desata con todas las bailarinas repartidas por la pasarela en una poderosa coreografía que deriva en una suerte de haka rebosante de energía.

Hay entonces un interludio con manga en las pantallas antes de la intensidad sexual de Di mi nombre, en el que la catalana vuelve a lucirse vocalmente con su amplitud de registros y termina engatusando con un meneo levemente cercano al twerk. Un alarido de «¡Olé tu coño!» sale del centro de la concurrencia, que aplaude la ocurrencia mientras grita al reconocer los compases de Pienso en tu mirá, uno de los momentos indudablemente álgidos de la velada con smartphones al aire y stories de Instagram a mansalva, que para eso somos millennials. O lo que quiera que seamos.


Para entonces las bajas temperaturas ya no importan demasiado, y Rosalía comanda la actuación con mano de hierro cantando A ningún hombre, la canción de empoderamiento femenino que cierra El mal querer y que finiquita su trágica trama amorosa. Emocionada, no está por la labor la barcelonesa de contenerse, de manera que baja del escenario y saluda efusivamente a las primeras filas. Abrazos y besos, lágrimas incipientes. Incluso se arroja sobre las cabezas en un momento dado y el enésimo grito de «guapa» se cuela por su micrófono a todo volumen y con total nitidez.

Aute cuture retoma la deriva del show como penúltima bala antes del ansiado desenlace con Malamente. Cantada de principio a fin por los 11.000 que están dentro del recinto y los centenares que, al no conseguir una de las invitaciones que ayer se agotaron en media hora, se tuvieron que conformar con pulular por las inmediaciones del lugar. Y así, bajo la enorme bandera de España que engalana la Plaza, con las letras del Centro Colón iluminando al otro lado de la Castellana, se despidió Rosalía Vila Tobella (San Esteban de Sasroviras, Barcelona, 1993), tras 50 minutos de calculada e imponente actuación.

Una presentación a la altura de la estrella internacional en la que se ha convertido casi sin darnos cuenta durante lo que llevamos de año. Conquistando el mundo global partiendo de la tradición española más pura, con una velocidad que es ya objeto de estudio en medios tanto patrios como foráneos. Visto lo visto, resulta muy aventurado imaginar lo que el futuro a corto plazo puede traerle a Rosalía pero, desde luego, una cosa queda clara cada vez que se sube a un escenario: Tiene rollazo.

PD: Si has llegado hasta aquí, igual te apetece leer la entrevista a Rosalía que publiqué ayer en Europa Press. Por otro lado, en El Independiente hice un exhaustivo repaso a los últimos dos años de fulgurante ascenso de la barcelonesa. Y ya que estamos, para terminar, un poquito de pose. Trá trá.


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