Metallica (2018) WiZink Center. Madrid

Crónicas
TODAS LAS FOTOS DE Héctor H. Vila / 2H Photography



Noches de Metallica, mañanas de tinnitus


Bueno, pues qué queréis que os diga, que de puta madre. Hablando mal y pronto. Porque estamos hablando de Metallica en la ciudad un sábado por la noche. Y Madrid mola mogollón los sábados. Se palpa ese ambiente disoluto en el que el personal se deja fluir, en el que la irresponsabilidad manda. No hay mejor plan y nunca lo habrá, no ya con Metallica, sino con cualquier ecuación que incluya: Concierto guapo, cervezas, abrazos, gente conocida y desconocida pero todos en la onda.

Y la verdad, ponerse a escribir una crónica de un concierto de Metallica en 2018 cuesta un poco. Porque a estas alturas ya todos sabemos cual es la historia. Son una garantía. Lo que tenían que inventar ya lo inventaron y precisamente eso les trajo hasta este preciso instante en el que yo estoy escribiendo esto y tu lo estas leyendo. El maldito thrash metal nos trajo hasta este instante de conexión. Mola que te cagas.

La crónica más o menos seria ya la he escrito en Europa Press y puedes leerla AQUÍ. Ahora lo que toca es rellenar este pequeño diario que me tiraniza a la par que me da la vida. Y donde puedo poner que fue todo de puta madre porque el puto rock es lo puto más. Puto puto. Más más. Ya levantarse el sábado sabiendo que a las 21.00 has quedado con Metallica te da la vida. Es exactamente por eso por lo que vinimos a jugar.

Porque aunque cada vez sea más difícil comprar entradas, la verdad es que los grandes conciertos siguen siendo eso, grandes que te cagas. Es otro rollo. Cuando tienes una cita de estas, ya vas predispuesto a lo que surja y eso siempre es fantástico. Y llegas y las cervecitas rulan y está el típico debate para comprobar quien es más fan, quien los vio en el 88 en la Casa de Campo y toda esa mierda tan guay.

Por eso para cuando entras y bajas las escaleras hacia la pista vas con el pálpito de que alguien va a petarlo. De que alguien va a petar. Y es que yo personalmente, cuando entro al Palacio y veo ahí al personal, siento que se me rompen costillas o hígados o lo que sea. Me flipa, me encanta, es donde quiero que tireis mis putas cenizas si acaso queda algo mío para esparcir. Porque, de hecho, yo ya estoy siempre allí.

Bueno, pues eso, que entramos y decimos de ponernos en la puerta por la que vayan a salir los del grupo. Nos ponemos en una pero me siento un poco como que esa no es. Me giro y entonces veo a absolutamente todo dios en la puerta del otro lado y digo, date, somos idiotas, si está la peña allí. Eso ya me pasó con U2 en el primer Sant Jordi. A la segunda que fui ya no me movieron de la puerta y le grité a Bono en la oreja. Moló.

Y ya solo poder cantar otra vez ‘la de Morricone’ por quinta vez (hago memoria, 2003, 2009, 2010, 2012 y 2018) hace que merezca la pena. Porque 16.767 personas, según la nota de Live Nation, están en ese instante berreando el lololó de la peli de vaqueros de turno y eso es fabuloso. Con las cervezas al viento, las barbas remojadas, las chupas de cuero claveteadas (bueno, los que pudieron entrar así, pues estaba prohibido expresamente, en un dislate legendario).

Arranca Hardwired, que es un temarraco thrash de la vieja escuela y luego ya del tirón la nueva Atlas, Rise! y la mazo vieja Seek & Destroy, que aún hoy mantiene ese pulso arrasador que tanto mola. Ya aquí vamos perdiendo el norte porque los decibelios me enloquecen, me convierten en una persona enajenada que igual que amas puedes odiar. Es un poco una lotería, aunque a grandes rasgos yo opino que soy entrañable. Un poco idiota pero así como de trato fácil.





No me hables, eso sí, mientras atronan Lepper Messiah, Welcome home (Sanitarium) o Now that we’re dead, esta última con el interludio del grupo tocando tambores en plan Mayumaná, que bueno, vale. Confusion mola pero es un trámite para ir a la barra o al baño, aunque ojo, no te despistes porque empieza For whom the bell tolls que es como una maravilla de otro jodido planeta. Y que asola las gradas del pabellón con una facilidad pasmosa.

Halo on Fire me flipa desde la primera vez que la escuché, es una canción que de estar en el Black Album, por ejemplo, habría reventado. Pero lo mejor es que está en el nuevo, coño, es que es del ahora. Y está genial porque además Robert Trujillo y Kirk Hammett se ponen a tontear y terminan tocando entre los dos el Vamos muy bien de Obús. Les queda pues como le queda a un guiri hablar en español, un poco loco pero con intención y buen rollo. Y eso también mola, porque no tienen necesidad alguna de hacer algo así, pero lo hacen porque les sale de los cojones.






Estoy hablando especialmente mal este domingo, no sé por qué, será porque me sale de los santos (huevos, pssssh). Es que paso de cortarme, es que ya me paso la vida midiendo las palabras y para un sitio que tengo donde decir polla, caca, culo, pedo, mis y thrash metal, pues cojo y lo digo. Ya tenemos una edad, tampoco nos vamos a santiguar así por unas cuantas letras, signifiquen lo que signifiquen.

Desemboca todo el ‘asunto Obús’ en Die, die my darling, famosa versión de los Misfits recurrente en el repertorio de Metallica e incluso grabada en estudio. Frenético pasaje antes de Fuel, con las llamaradas literalmente quemando las cejas del personal. Y nos ponemos ya realmente serios, porque lo que viene a continuación es como para casi ni escribirlo.

Primero, Moth Into Flame, canción nueva pero clasicazo instantáneo. Y luego, Sad but true, One y Master of Puppets. Una triada sobre la que cuesta escribir porque cualquier cosa que ponga yo aquí ahora no va a hacer justicia. Al que lo lea o le va a parecer que soy un flipado o que no tengo ni guarra. El que estuviera en el WiZink lo va a pillar porque sabe lo que vivimos juntos. Sabe que lo gozamos a full. Con esos títulos no hay otra opción, chavalada.

El pabellón brama, grita, aúlla, hace cuernos, se empuja, se abraza, se da de cabezazos contra superficies duras contra las que rebotar. Cualquier cosa durante el silencio del bis, que se rompe con Spit out the bone, otro clasicazo reciente (recapitulamos, junto a Hardwired, Atlas, Rise!, Halo on Fire y Moth into flame, de las nuevas, las más soberbias). Lo peta esta también, caramba.

Queda aún tiempo para mucho más. No por cantidad, sino por calidad. Porque nos quedan Nothing else matters y Enter Sandman. Otro despiporre que habla por sí solo. Primero, todos ahí poniéndonos impostadamente melosos, para luego ya tirar nuestras billeteras al aire con el riff de una de las canciones esenciales de la historia del puto rock que aquí esta noche nos congregó.

Y bueno, pues ya está. Como vinimos nos fuimos. A mi aún me marca el ritmo la batería de Lars, llevo todo el santo domingo haciendo ruiditos (thch cht pump pump, yo que sé) y dándome golpes en el pecho. Los redobles en las piernas tampoco suenan del todo mal. Esta noche voy a soñar con Metallica y para cuando sea lunes todo será como una lejana fantasía. Pero qué chachi es fantasear. Hostia puta. Epílogo palabrotero requerido.



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