Bunbury (2016) Teatro Real. Madrid

Crónicas

Lugar: Teatro Real. Madrid
Fecha: 26 julio 2016
Asistencia: 1.800 personas
Artistas Invitados:
Músicos: Enrique Bunbury (voz y guitarras), Álvaro Suite (guitarras), Jordi Mena (guitarras), Robert Castellanos (bajo), Jorge Rebenaque (hammond, piano y acordeón), Ramón Gacías (baterista) y Quino Béjar (percusión)

Bunbury en Madrid: el rockero mutante pone patas arriba el Teatro Real

Algún día os tenéis que venir a una Fiesta Héroes del Silencio de las que monto en casa. El guión es bastante errático pues se trata de regarse el gaznate profusamente, poner el Spotify a máxima potencia en el equipo de música en ‘modo random’ y dejar que la situación fluya hasta que comencemos a abrazarnos, poner poses épicas, cantar bien engolados, subirnos a las mesas del salón y trepar por los muebles.

La última vez seríamos una veintena y nos pasamos todo un sábado haciendo el cafre en el salón. Y ay, qué bien lo pasemos. Del recuento de daños más o menos severos en el mobiliario y en los cuerpos humanos no voy a hablaros ahora porque total, para qué. Lo que digo es que de alguna manera Enrique Bunbury se montó anoche en el Teatro Real su propia ‘Fiesta Héroes’ saltando por las butacas ante el jolgorio generalizado mientras cantaba ‘Maldito duende’.

Un momento de desenfreno que confirma que la grandilocuencia de las canciones de Héroes del Silencio empujan a escalar hasta algún tipo de lugar elevado para, desde allí, arengar a las masas. Y eso es exactamente lo que ocurrió cuando el recital de anoche de Bunbury en el Teatro Real se partió en dos, cuando el protocolo y la ley y el orden fueron descaradamente obviados. Cuando los acomodadores de la policía de lo correcto claudicaron y dejaron que los 1.800 asistentes se apoderaran del lugar. Tal cual, en unos párrafos lo vemos.

Y eso que la ceremonia comenzó con el clásico ambiente reverencial que se crea en los teatros, maximizado por la ya de por sí magnitud del Real, poco o nada habituado a este tipo de recitales. Por unos minutos, con el arranque expectante con ‘Ahora’ y ‘Dos clavos a mis alas’, pareció que quizás el concierto sería gobernado por el orden y el silencio, con el público escuchando atentamente desde sus asientos, abanicándose incesantemente (para sobrevivir, porque menuda calor) y aplaudiendo en los momentos oportunos. Mas no.

Porque cuando llegó ‘La Sirena Varada’, primer recuerdo a Héroes del Silencio, los corsés comenzaron a romperse y los cinturones a tensarse de manera insoportable, refrendada después por el coro colectivo organizado en ‘Porque las cosas cambian’, con los casi 1.800 devotos fans del ya puestos en pie como si les quemaran los asientos, imitando las famosas poses escénicas del aragonés errante, que va progresivamente entrando en ambiente.

La del Teatro Real fue la primera parada madrileña del Mutaciones Tour 2016 (la segunda será el 10 de septiembre en el festival DCode, una perspectiva bien distinta ya desde el planteamiento), en el que Bunbury presenta el contenido de su ‘MTV Unplugged: El libro de las mutaciones’, directo grabado el pasado año en México en el que repasa sus treinta años de canciones, incluyendo, esta vez sí, varias canciones de Héroes del Silencio (apenas una por concierto era lo habitual en el pasado).

En esta reconciliación con su propio pasado, Bunbury pone la directa con ‘El camino del exceso’ y ‘Avalancha’ mientras ya se pasea de lado a lado del escenario y alarga las manos para toquetear al público de la primera fila e incluso para cantar mirándoles a los ojos. Mientras, los del ‘gallinero’ de la quinta planta, que extienden sus brazos con vehemencia tanto para imitar los expansivos gestos del protagonista de la noche como para tratar de acercarse lo más posible a él desde la distancia mientras se dejan la garganta en ‘Que tengas suertecita’ y ‘Una canción triste’.

Turno después para ‘El extranjero’, convertida más que nunca en una composición balcánica en la que mandan Jorge Rebenaque y su acordeón, para después acometer el tramo más folclórico de la noche con ‘Desmejorado’ y la ranchera rock siempre emotiva ‘Infinito’. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que hubo un tiempo en que los primeros trabajos de Bunbury en solitario me provocaban una profunda tristeza por ser banda sonora de una etapa traumática. ‘Infinito’ concretamente siempre fue un infierno pero ahora provoca una sensación de tonta felicidad y paz con uno mismo. Son otro tipo de lagrimillas de emoción.

Pero eh, que la cosa sigue. Sigue este viaje musical en el que este héroe mutante muestra la evolución desprejuiciada que ha experimentado durante los últimos treinta años largos, desde aquellos primeros ochenta con su primera banda, Zumo de Vidrio, que terminó, efectivamente, mutando en Héroes del Silencio. Y desde que aquello también se acabó, repasa las diversas transformaciones que adquirieron forma humana siempre dentro de unas canciones en las que Bunbury se sintió constantemente libre. Y de ese camino repleto de búsqueda curiosa es resultado el momento actual, la mutación del presente, en la que el rock rebosa enriquecido por multitud de matices.

Y como la excusa de esta gira es un MTV Unplugged que en realidad no está desenchufado, el siguiente tramo es el que desata todas las ataduras con la desmedida acometida rock de ‘El hombre delgado que no flaqueará jamás’ y ‘Despierta’, a la que sigue la añeja ‘Mar adentro’, revestida para la ocasión con nuevos arreglos pero con el mismo tempo, perfecta para el lucimiento de nuevo de Rebenaque (esta vez al hammond), así como de los guitarristas Jordi Mena y Álvaro Suite, que levantan un muro considerable con su destreza.

Con Los Santos Inocentes (ese es el nombre genérico de la banda de Bunbury desde 2008) en plena ebullición, estalla el Teatro Real con ‘Maldito duende’ cuando el cantante baja de las tablas, rompe la barrera y cabalga hasta el epicentro mismo del patio de butacas. Ayudado por miembros de su equipo encuentra acomodo rodeado de brazos y smartphones, mientras el gentío de los palcos se plantea seriamente la posibilidad de arrojarse, pero felizmente opta por ‘solo’ contonearse salvajemente con medio cuerpo fuera de las barandillas. Y la altura es considerable, ojo.

Es para entonces cuando los acomodadores del coliseo madrileño, que hasta entonces de verdad intentaron, muy educadamente, contener el ímpetu y la vehemencia del público, vieron claro su fracaso. Ya era imposible, ya daba igual, empeñarse en el orden y la ley iba a terminar resultando molesto y casi peligroso. Así que tocaba echarse a un lado y cruzar los dedos para que no pasara nada en el mobiliario, mientras se veían superados por decenas de personas que abandonaron su sitio para apretujarse frente al escenario y cantar ‘Lady Blue’ con el ídolo que había cambiado súbitamente las reglas del juego.

Después de una primera falsa despedida, tiempo para un bis con la luminosa ‘Más alto que nosotros solo el cielo’, a la que siguieron dos de las canciones más coreadas de la noche, ‘El rescate’ y ‘La chispa adecuada’, seguramente porque muestran la faceta más masculinamente perdedora del cantante, sin duda capaz de sacar con sus versos litros de sangre en las venas cortadas de sus seguidores. Cuando estás mal, algunas de sus canciones son el descabello. Estas dos valen perfectamente para ejemplificarlo.

Bunbury está cómodo y agradece con sinceridad el amor desatado de los suyos. Un Bunbury que a sus 48 años muestra una versión madura y mejorada de la que ya de por sí le llevó a ser uno de los artistas esenciales no ya del rock, sino de la música española en general. Carismático, con confianza en sí mismo, derrochando actitud y pose, convertido desde hace mucho en uno de los dos o tres mejores cantantes de nuestro país (el orden del podio que lo ponga cada cual desde su subjetividad para evitar refriegas). Todo ello acompañado de un cancionero extenso y variado como pocos, que se adapta a cada momento gracias a la simbiosis entre músicos y público. Así mutan todos juntos, de la mano hacia donde sea.

Quedan todavía unos minutos para llegar a las dos horas de un recital que ha contado con un sonido impoluto y potente, en el que el mayor problema fue por momentos domar el vendaval sonoro generado en temas como el siguiente, ‘Los Habitantes’, en el que de nuevo los guitarristas se lucen sobre una base rítmica bien musculosa creada por el bajista Robert Castellanos, el baterista Ramón Gacías y el percusionista Quino Béjar.

Llegados a este punto álgido, es momento de ir frenando progresivamente con ‘De todo el mundo’ y el desenlace definitivo con ‘Y al final’, esa especie de vals hipnótico con el que Bunbury y los suyos dan el abrazo final a un público que ya previamente se lo había dado todo desde el momento en el que agotaron las entradas (no precisamente baratas) en un puñado de horas, y que esta noche ha vuelto a vaciarse sin reservas. Las paredes del Teatro Real, temblorosas, recordarán la acometida parasiempre.

PARTE DE ESTA CRÓNICA HA SIDO PUBLICADA POR David Gallardo EN EUROPA PRESS.

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