U2 (2015) Palau Sant Jordi. Barcelona

Crónicas

Lugar: Palau Sant Jordi. Barcelona
Fecha: 5 octubre 2015
Asistencia: 18.000 personas
Músicos: Bono (voz, guitarra y armónica), The Edge (guitarras, coros y teclados), Adam Clayton (bajo) y Larry Mullen Jnr (batería y coros)

La ceremonia de la liberación

Voy en el tren de vuelta a casa y como dice la canción retumba en mi cabeza la noche de ayer. Retumba, palpita y late pero la sensación de paz es absoluta, con la satisfacción del reencuentro, del deber cumplido en un día de felicidad absoluta e intensidad brutal que no se puede en realidad explicar con palabras. Ni falta que hace.

Y es hoy dejamos de lado la objetividad que se me presupone, porque evidentemente no soy objetivo. Esta web no existiría sin U2 y ahora lo que toca es precisamente eso: el sentido de la vida de Mercadeo Pop. Peregrinación Madrid-Barcelona con las entradas guardadas cerca del corazón, pues es el lugar al que pertenecen.

Porque la vida es lo que pasa entre dos conciertos de U2 y después de cinco años ya tocaba. Y solo ya levantarse por la mañana sabiendo que ha llegado el día supone un pellizco en el estómago que no se quita y que crece y te hace sentir como un niño un poco idiota. Y cuando vas subiendo las escaleras de Montjuic se te llenan los ojos de lagrimas para cachondeo de tus colegas, que están también exactamente en ese punto de cocción irracional.

Para cuando el Palau Sant Jordi aparece en toda su majestuosidad es como llegar a la tierra prometida. Miles de camisetas de U2 y clima de camaradería absoluta con grupos de personas saludándose y muchos poniéndose cara después de años de charlas intrascendentes en sitios de internet. Es nuestro día fanático a tope y se disfruta con premeditada pasión.

Y atrona la prueba de sonido y el gentío aúlla ansioso. Y la tarde se hace eterna, los minutos se convierten en horas interminables. Y llegan las nueve de la noche y encima se retrasan, maldita sea. La emoción estomacal se convierte en dolor y hasta se hace precisa una visita al excusado porque ya no puedo más con la vida. Y venga risas, que si lloras, que si vas al baño, que si te vas a suicidar. Todas las opciones son correctas.

Y suena ‘People have the power’ y ya es el momento y aparece Bono por una puerta desde el fondo del pabellón y el griterío bien podría ser el del fin del mundo. Alzamos el puño, abrimos los brazos y comienza la ceremonia de la liberación, el rito sectario, la danza fanática. Inicio demoledor con el coro colectivo de ‘The miracle of Joey Ramone’, para acto seguido enlazar los pelotazos ‘The Electric Co’, ‘Vertigo’ y ‘I will follow’.

Fotos de Daniel Terán

El público es feroz en su ímpetu, el suelo tiembla, las gradas se tambalean. Es un nivel supino de entrega, al que la banda corresponde con un sonido nítido y atronador. Bono recuerda a su madre fallecida en su adolescencia en ‘Iris’ y nos enseña su casa en el norte de Dublín en ‘Cedarwood Road’ y ‘Song for someone’. Luego, ración doble de grandilocuencia con ‘Sunday bloody sunday’ y ‘Raised by wolves’.

Es la parte más íntima de un espectáculo abrumador con esa gran pantalla a lo largo de toda la pista en la que los músicos incuslo se adentran para formar parte del todo e interactuar con las imágenes, como ese momento en el que Bono literalmente sostiene sobre la palma de su mano a The Edge en la incendiaria ‘Until the end of the world’, que cierra la primera parte del espectáculo.

Una primera parte totalmente coreografiada, en la que todo está extremadamente medido, pero que funciona apabullante y que gracias al diseño escénico con pasarela y dos escenarios, transmite cercanía y vitalidad. Tras el descanso sonando ‘The Fly’, vuelta con ‘Invisible’ desde dentro de la pantalla, para luego con ‘Even better than the real thing’ todo el grupo tocando en el segundo escenario del centro del pabellón.

Y es precisamente este tramo en el que el grupo parece más relajado, menos encorsetado, sin artificios, demostrando que no hay trampa ni cartón en ‘Elevation’, ‘Misterious ways’ y ‘The sweetest thing’, con Bono aporreando un piano juguetón que no funcionó del todo bien. Pero daba igual y las risas del propio vocalista así lo certificaron.

Nos ponemos serios e intimistas ahora con The Edge en el piano para ‘October’ y ‘Every breaking wave’, para después volver a incendiar la caldera con ‘Bullet the blue sky’, tan dura como siempre. ‘Zooropa’ sirve de preludio al siempre mejor momento de los recitales de U2, ‘Where the streets have no name’, la canción perfecta si el objetivo es doblegar a un pabellón o a un estadio. La definición más acertada de rock épico de estadio. Hay quien se arrodilla, literal.

Con el público en su momento más álgido, se suceden ‘Pride’ y ‘With or without you’, dos clásicos de los ochenta ya muy manidos, sí, pero que siguen cumpliendo su función y que en realidad tienen que sonar, pues lo contrario sería una ofensa al legado del grupo. Son las que la mayoría quiere, guste eso más o menos a los más acérrimos.

Nuevo bis para un tramo final que encadena ‘Beautiful day’, ‘City of blinding lights’ y la traca final con ‘One’ con las luces encendidas, el público recitando y Bono escuchando, quizás posando, pero convengamos que un poquito emocionado, aunque sea lo mismo cada noche en todo el mundo. Como igualmente emocionado pareció en sus palabras hacia Barcelona, ciudad declaradamente udosera, que vivió este lunes 5 de octubre de 2015 una de sus citas históricas.

Porque pasan los años pero U2 siguen ahí, tan dinosáuricos ellos, ejerciendo con orgullo como la banda de rock más grande del mundo. Con un espectáculo que cambia las reglas del juego, que supone un nuevo desafío en la extensa trayectoria del cuarteto, que parece realmente disfrutar sobre el escenario. Adam Clayton se lo pasa bomba, eso seguro. Larry Mullen parece que también, pero su rictus serio resulta confuso.

La banda lo da, el público lo recibe. Se apaga la música y las caras de felicidad son inspiradoras. Los abrazos son sinceros y todos parecemos rejuvenecidos. Diríase que incluso el mundo es un lugar un poquito mejor y menos hostil en ese preciso momento. Diríase que estamos repletos de buenos sentimientos y que podemos con todo lo que nos venga en la vida.

Diríase que estamos majestuosamente vivos y por eso, mientras regreso al mundo real en el tren, me alegro profundamente de saber que el sábado vuelvo a Barcelona para una segunda ración de esto que es alimento para el alma y que de alguna manera a muchos nos salva la vida.

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