Havalina (2011) Sala Caracol. Madrid

Dicen, comentan, susurran, vocean, gritan, afirman, recalcan, advierten, avisan y no son traidores, quienes aseguran que hay una banda por ahí, Havalina parece ser que se llama, que sólo necesita el primer minuto de sus conciertos para clavarte al suelo y dejar al respetable con cara de asombro y una gran bocaza abierta gracias a sus riffs de guitarra clásicos y pétreos como la cara de Francisco Camps. Stoner dicen algunos que hacen, pero lo suyo no se queda en Kyuss o Queens of the Stone Age, lo suyo llega hasta Black Sabbath y Led Zeppelin, pasando por Rage Against the Machine (costaba poco imaginarse a Tom Morello sobre las tablas) y Soundgarden. Toma ya, a gusto me quedé. Y no es que Havalina merezcan más, es que tú mereces más.

¿Pero no te parece que las letras son un poco, no sé, sucias? Bueno, no sucías, ¿carnales? ¿El sexo es sucio? ¿Te educaron las monjas y los curas como a mi? Aunque bueno, en realidad no hablan de sexo, sino de la añoranza de, del recuerdo de, de la pasión pasada, perdida, enajenada, que duele. Quiero olvidarme de ti, quiero olvidarme de tu amor, con una piedra en tu ventana, como una patada en el estómago. Quiero olvidarme de ti, quiero olvidarme del sudor, de nuestros cuerpos arañándose, aquellas noches en que yo sólo huía de mí. Esto sucio no es, desesperante sí, lo acepto.

En la Caracol presentaban Havalina ‘Las Hojas Secas’, un disco que no deja indiferente a nadie, que tiene un temazo detrás de otro, y que es una patada en la boca para todos esos que dicen que en España no se hace buen rock. Precisamente con la canción del mismo nombre se abrió una noche de fiesta para un grupo que ahora vive el éxito a todo trapo después de más de una década de exasperante lentitud. ¿De qué va ‘Las Hojas Secas’? De la decadencia, de personas que tuvieron algo que les hizo brillar y de repente lo han perdido y lo echan de menos. Entonces es cuando se dan cuenta de que hubo un momento de su vida en el que lo tuvieron todo y no lo sabían. Habla de relaciones que fueron bonitas pero que poco a poco se han ido desmoronando. Eso dice Manu cuando habla. Cuando toca su guitarra consigue que los pájaros lloren sangre.

Porque ahora comprendo por qué en las paredes de la Sala Caracol hay un cartel que pide a la clientela que, por favor, no manchen las paredes. El efecto generado desde el escenario por Havalina es el de un gigante helicóptero que despega y remueve todo a su alrededor, con poderosos cambios de ritmos. Luego asciende progresivamente hasta alcanzar el clímax siguiente al obvio, donde parecía que iba a quedar la cosa. Agárrense los peluquines y los pelucos y los pelochos, utilicen sus manos para algo más que para meterse mano y sostengan con fuerza sus bebidas, prepárense para remover sus entrañas y sentir cómo el corazón empuja sin piedad para salir por la boca hasta provocar ceguera. Emocionalmente brutales, musicalmente inapelables.

La noche que se abrió con ‘Las Hojas Secas’ llegó hasta las dos horas y media de celebración recorriendo las canciones también de discos pasados como ‘Imperfección’ y ‘Junio’, contando además con invitados como Álex Ferreira (haciendo de sobrino histriónico de Calamaro destrozó a su manera ‘Sueños de Esquimal’), Julio de la Rosa (con quien retomaron su lúbrico éxito como El Hombre Burbuja, ‘¿Por Qué no Folláis?’) y el ex bajista de la banda, Nahúm García, que en realidad no aportó gran cosa. Esto de las colaboraciones en directo es complicado, por lo general no superan lo que ofrece el grupo al que vas a ver en su formato conocido, y vale más para que los músicos se diviertan que para que el público lo flipe.

Sí merecen más la pena las versiones, sobre todo cuando están bien escogidas e interpretadas con fiera personalidad. En esta ocasión la elegida fue ‘Dream Brother’, canción que cierra el majestuoso ‘Grace’ de Jeff Buckley, y que les quedó no pintona, sino lo siguiente. Canciones intensas para tipos intensos, resultado descorazonador, ronchones y estigmas si estás predispuesto y eres el chico frágil del rocanrol. O la chica triste que te hacía reír. O si eres tu, tu mismo, ese que pasa por ahí y resulta que te sientes concernido. Entonces sí, entonces todo cuadra, se te seca la boca y te zumban los oídos. La barra no está lejos, gracias al cielo. Eso si la alcanzas antes de que una jabalina cualquiera te sorprenda por la espalda y te parta el corazón. Juégatela.