B.B. King (2010) Teatro Circo Price. Madrid

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Lugar: Teatro Circo Price. Madrid

Fecha: 2 junio 2010
Asistencia: 1.800 personas
Artistas Invitados:
Precio: Gratis con invitación
Músicos: B.B. King (guitarra y voz), James Boldes (MD y trompeta), Tony Coleman (baterista), Reginal Richards (bajista), Walter King (saxofón), Melvin Jackson (saxofón), Ernest Vantrease (teclista), Stanley Abernathy (trompeta), Charles Dennis (guitarras)


Entras a la platea de los primeros y te recibe un silencio sepulcral. En el escenario, una batería, algunos micrófonos, unos teclados y, en el centro, Lucille, en la penumbra, esperándote, desafiándote. Un escalofrío te recorre la espalda. Los que van entrando detrás tuya experimentan exactamente la misma sensación. Alguno incluso se hace la señal de la cruz. Ave María purísima. «Tío ¿es esa?» «Sí, sí, la mismísima». La admiración en estado puro agarra uno por uno a los presentes, incapaces de retirar la mirada de un icono de esta magnificencia.

Admiración que se torna en asombro en cuanto los músicos toman el escenario. Son ocho negros de tamaño considerable y entre todos pueden sumar, quien sabe, setecientos años, pero eso suena ya como un tiro. Se tiran diez minutos apabullando al personal, demostrando que sólo jugando para entrar en calor ya patean el culo de todos y cada uno de los nombres que salen en el número de mayo del Mondosonoro (de la Revista 40 ya ni hablamos, pues la comparación es obscena). Podrían tocar cualquier cosa que les pidieran, desde el J’artos de aguantar de los Reincidentes hasta el Bad Medicine de Bon Jovi. ¡Lo que sea! Caldeando el ambiente, preparando el camino, avisando a lo lejos. ¡Que viene que viene!

Y al fin sale. Enorme, con una chaqueta en la que cabrían cinco hombres del tamaño del español medio, con sus ochenta y tantos palos, y la admiración que luego fue asombro es ahora respeto. Primero ruidoso y en pie por aquello de la bienvenida, pero en seguida todo el mundo se sienta en sus butacas y espera ansioso a ver cómo evoluciona la cosa. B.B. también se sienta y se hace de rogar. La banda sigue dando traca y él mirando a la gente, acariciendo su guitarra, esperando el momento.

El momento llega en forma de rugido, con Let the good times roll, como sólo un chaval del Mississippi debe poder hacerlo. Chicos y chicas, cerrad la boquita que os va a entrar de todo. Lucille suena, como siempre, en plena forma. Sin pedales, sin efectos, sin naves espaciales de las que sacar todo tipo de ruiditos, sólo con las manos de un tipo que toca la guitarra con la misma naturalidad con la que tu sacas el dedito corazón a los demas conductores cuando conduces por el centro de Madrid. Inimaginable ver a esos guitarristas que ‘casi tocan más con los pies que con las manos’ (que si The Edge, que si Matthew Bellamy) haciendo a pelo lo que este hombre hace sin darse importancia.

Conocí a B.B. King a finales de los ochenta por su colaboración con U2 en el disco Rattle and Hum y en su posterior gira Love Town. Entonces me parecía mayor y yo era un preadolescente. Hoy le miro y tengo la sensación de que me ha recortado la ventaja, de que ahora me saca menos años que antes. Estará sentado, pero canta con ese alma de predicador gringo que hace tiempo que encontró su verdad y hace retumbar el Circo Price. El silencio del público se rompe con los aullidos de los que no pueden más con su flipe. Los años y el oficio impresionan, o se tiene el don o no se tiene, el blues no se puede fingir. [Este video lo cogemos prestado de por ahí:]



Cuando no son sus cuerdas vocales, son las cuerdas de acero de su guitarra las que parecen cantar melodiosamente sobre el colchón que el resto de músicos le ofrece. No le hace falta ni esforzarse para meterse al público en el bolsillo. Ríe, se parte de risa, habla mucho con la audiencia (seguimos andando muy justitos de inglés, muchachos y muchachas), lleva el ritmo palmeando sobre su rodilla izquierda, echa la cabeza hacia atrás, dirige sentado desde el centro del escenario como un patriarca gitano, sus dedos vuelan ligeros sobre los trastes de Lucille.

Patriarca gitano o el mismísimo Tony Soprano (por dimensiones puede serlo), haciendo subir el volumen y la intensidad a su antojo, para luego hacer que la música sea, de repente, sólo un acompañamiento tenue y lejano para sus charlotadas. Hago una rápida visita al baño cuando acaba una canción y, a la vuelta, me quedo esperando en el vomitorio porque me da miedo bajar hasta mi butaca y molestar no ya a la gente, sino a B.B. y sus chicos. Esto es como el tenis, todo el mundo callado durante, para explotar jaleantes entremedias. El respeto a las canas lo resume todo y engrandece al público madrileño (de lo más variopinto, con rastas, camisitas con las iniciales bordadas, pelos de colores, viejos rockeros, minifaldas imposibles, camisetas de Ramones, melenas, calvos, famosillos), sabedor de lo que tenía entre manos.

Y hay que recalcar lo de nuestro nivel de inglés porque en un momento dado atacan el «You Are My Sunshine / My only sunshine. / You make me happy / When skies are grey» y B.B. pide a las chicas que cuando él cuente cuatro, besen a quien quieran besar a su alrededor. Allí al final el único que besa algo es él mismo, que hace arrumacos a su pie de micro, para luego exclamar entre risas un «hey alguien allí sí me entendió», señalando al tendido. Una anécdota que no va más allá, igual que tampoco va más allá el hecho de que el baterista, en pleno éxtasis, perdiera dos veces seguidas su baqueta por tirarla al aire y luego no acertar a cogerla.

Pero se lo perdonamos porque se comportó como una bestia parda (y porque ni en esas perdió el ritmo), como un Alex Van Halen en los años ochenta, con siete brazos y tres piernas (así, contadas a ojo). Incluso bebió agua de una botella al mismo tiempo que seguía dando el tempo al resto de sus compinches. B.B. sigue a lo suyo, lanzando proclamas en forma de alaridos rasgados y asegurando que él nunca ha visto a una mujer fea. Esto en realidad no tiene mérito pues me vienen a la memoria ahora mismo por lo menos tres amigos con nombres y apellidos que aseguran lo mismo (les vamos a dejar en el economato por respeto a sus parejas). Al menos de noche y con el gaznate en remojo.

Como es habitual en casos de gente tan longeva como B.B. King, la banda que llevan detrás es la que mantiene el espectáculo encendido. Ellos ponen las mimbres y la estrella pone la leyenda, el carisma, se lleva las fotos y casi toda la atención. Sólo a ratos el resto tiene su momento en forma de sobresalientes e impagables interludios instrumentales. ¿Podría B.B. salir, sentarse, tocar las palmas y largarse entre ovaciones? Probablemente eso fuera criticado, pero si hace eso y de paso acaricia un ratejo a su Lucille, poco más le pediría el gentío. Eso no significa que a Madrid llegara reservón, ni mucho menos, sólo que la edad le obliga a dosificar y a buscar golpear duro con el efectismo. Y se lo sabe de memoria.

Tras mucho avisar finalmente apareció por allí su ‘amigo Raimundou’ Amador. Ni una palabra salió de su boca, aunque en apenas cinco minutos tuvo tiempo de demostrar por qué el rey del blues siempre le tiene en sus pensamientos. Otro máquina, vaya. Mientras tocaba buscó la aprobación de alguno de los músicos y recibió un pulgar elevado. «Mucho good» le diría B.B. a modo de despedida mientras pedía el enésimo aplauso de la noche, en este caso para su querido colega.

Advierte de que si por él fuera seguirían tocando y tocando hasta dios sabe cuando, pero comenta que tiene un reloj en el suelo que le está diciendo que tiene que acabar. Se levanta, por fin, y la gente se descontrola, abandona sus butacas y se agolpa frente al escenario. Resulta que B.B. lleva 7.372 púas en los bolsillos de su enorme chaqueta y no duda en repartirlas, siempre con una sonrisa, siempre señalando con el dedo para personalizar su cariño. Ahora sí es Tony Soprano. Un asistente le pone un gorro y un abrigo que le hacen parecer todo un mafioso Don y se le lleva por un lateral del escenario.

Mientras tanto, la sección de metales atrona y el MC brama incesante «B.B. King, the King of Blues!» El numerito del abrigo (muy a la James Brown, pero algo menos efectista) hace presagiar que este es el final. Los músicos siguen repartiendo púas, baquetas, toallas sudadas por las que la gente lucha con fiereza. Alguien recuerda que esto era gratis por lo del cumpleaños de Nelson Mandela (teníamos que comentarlo al menos). ¿Cómo puede ser que si el blues sale de la más profunda tristeza, anoche todo el mundo se marchara a casa contento? Yo me voy pensando que cuando sea mayor, o sea, mañana, quiero ser como B.B. King: only a poor man, a blues man, a good man.

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6 thoughts on “B.B. King (2010) Teatro Circo Price. Madrid

  1. He entrado hoy aquí con la certeza de que encontraría esta crónica. Al ver la entrada he sentido celos, pero claro, si quería una como ésa ya sabía lo que tenía que hacer: pelear con ella.

    Me intriga saber la duración del concierto (no pasa nada, ya lo averiguaré por ahí), que supongo no muy largo por lo que dices, la edad de este hombre. Pero salta a la vista que no se trata de cuánto, sino de cómo.

    Siento habérmelo perdido, y me alegro de que tú lo vieras. Estupenda crónica.

  2. Genial como siempre, ENVIDIA sana la que siento por ti hoy… En fin, otra vez será. Quiero ver en directo aunque sea una vez a este jodido GENIO antes de morirme (o que se muera él jajaja)…

    Un saludo a tod@s.

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